Maria no se daba "pote"

 

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

 

 

Cada época tiene su estilo en el vestir, en el vivir, en el hablar.

          Una tónica general del momento en que vivimos es la sencillez, no porque no existan cosas sofisticadas, problemas engorrosos y personas complicadas, sino tal vez como contrapeso de todo aquello superfluo de lo que nos rodeamos y que no somos capaces de deshacernos de ellos; añoramos en nuestro interior un deseo de vida sencilla, de personas transparentes y de realidades diáfanas. La perfección está en lo sencillo, por eso María es la persona que nos atrae, porque su vida era ordinaria, sin resplandores llamativos. No cacareaba su privilegio de ser la Madre del Mesías, nadie se enteró de sus labios el que Ella ocupaba sin pretenderlo el puesto que era la ilusión para toda mujer israelita.

Por no decírselo, no se lo dijo ni a su esposo, tuvo que revelárselo Dios en sueños para que no la tuviera en un concepto que no le correspondía; su prima Isabel se enteró por inspiración divina como se deduce del saludo que le da (Lc. 1, 42,45); las gentes de Nazaret ni se enteraron ni lo sospecharon, fue tan grande la sencillez que no sobresalió en nada, su vida se desenvolvía en el ambiente corriente y ordinario de una aldea, pues, no vieron llegar a famosos personajes a visitarlos, no contemplaron ningún prodigio celeste que detectase la realidad de que María era la Madre de Dios; todo lo contrario, María como mujer aldeana y sencilla se dedicaba a los menesteres domésticos: Barría, amasaba el pan, iba a la fuente a por agua, etc... no tenía servidumbre para que le hicieran estos menesteres.

Lo grande de María es que la sencillez era la tónica de su vida, Ella tenía conciencia de la misión para la que Dios la había escogido, no se le subieron los humos a la cabeza, pues, precisamente Dios se fijó en Ella por su sencillez y humildad (Lc. 1,48), sintonizaba así de esta manera con su Hijo, el Mesías, que sin aparato externo se haría presente en nuestro mundo, venía a salvarlo, no a vanagloriarse de su misión, como Él su Madre María no se daba pote.