Mujer Emigrante 

Mater Unitatis

 

Mujer Emigrante Como todo emigrante, ella tuvo que pasar por las tribulaciones que afectan a todos 
Como todo emigrante, ella tuvo que pasar por las tribulaciones que afectan a todos aquellos que se ven forzados a dejar su tierra natal. Tuvo que cruzar la frontera, no en busca de empleo, sino de asilo político. 



Apenas ha aparecido María en el escenario de la historia de la salvación y ya la vemos cruzando fronteras. Como todo emigrante, ella tuvo que pasar por las tribulaciones que afectan a todos aquellos que se ven forzados a dejar su tierra natal. Tuvo que cruzar la frontera, no en busca de empleo, sino de asilo político. El ángel le dio a José una orden clara: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto, y quédate ahí hasta que te diga; Herodes anda en busca del niño para matarlo” (Mt. 2, 13). 

Así, ella llegó a la frontera con Egipto. De un lado, veía el último tramo de tierra rojiza de Caná, y del otro, las primeras arenas de los faraones. Contémplala ahí, temblando como un cierva recién atrapada. Es cierto que ella gozó del derecho a vivir en otro lado desde el momento en que sostuvo en sus brazos al niño cuyos “dominios se extienden de mar a mar, y del gran río hasta los últimos rincones de la tierra.” (Sal. 72, 8) No obstante, ella también se dio cuenta de los riesgos que implicaba viajar a un país extranjero. 

El Evangelio no nos deja siquiera una frase respecto a este momento dramático. Podemos imaginarnos a María, temerosa y a la vez valiente, de pie al borde de dos culturas distintas. Hoy en día esta imagen es un poderoso icono para todo aquel que tiene que adaptarse a un nuevo idioma y nuevas costumbres. 

Al final de su escena bíblica, María aparece de nuevo como una mujer emigrante. Ella estuvo presente en el cenáculo cuando el Espíritu Santo, descendiendo sobre los miembros de la Iglesia naciente, los hizo “...testigos..hasta el extremo de la tierra” (Hech. 1, 8). 

No sabemos si ella, al seguir a Juan, tuvo que cruzar fronteras otra vez. De acuerdo con una tradición, terminó sus días en la ciudad de Efeso, otra tierra extranjera. Una cosa sí es seguro: en Pentecostés, María se convirtió en la madre de una gran multitud... “de toda nación, tribu, pueblo y lengua” (Ap. 7, 9) 

En un momento aún más poderoso, María aparece, en toda su grandeza simbólica, como una mujer emigrante: en el momento de la cruz. Esos madero no sólo derribó los muros que dividían a los judíos de los gentiles, haciendo de los dos un solo pueblo (Ef. 2, 14), sino que además reconcilió con Dios al género humano en la carne de Cristo. La cruz representa la línea final de demarcación entre el cielo y la tierra, la frontera abierta entre el tiempo y la eternidad. Sobre esta frontera suprema, la historia humana entra en la historia divina de la salvación. María permaneció de pie en esa frontera y la bañó con sus lágrimas. 

Santa María, mujer emigrante, en la historia de la salvación siempre apareces de pie en las líneas fronterizas, dispuesta no a separar, sino a unir dos mundos diferentes que se enfrentan entre sí. Tú estás de pie en el límite entre las dos alianzas. Tú eres la estrella de la mañana, el amanecer que precede al Sol de Justicia, el horizonte que une los últimos rasgos de la noche y los primeros rayos del día. En ti, como dice San Pablo, llega la “plenitud del tiempo” en la que Dios decide nacer “de una mujer” (Gal. 4, 4). En tu persona, por consiguiente, concluye un proceso cronológico centrado en la revelación inicial de Dios, y de ahí se madura otro, centrado en la revelación del Hijo. 
Santa María, gracias por permanecer al pie de la cruz de Jesús. Elevada fuera del reino de lo ordinario, la cruz sintetiza los horizontes de la historia y simboliza lo que el mundo debe temer: la muerte. Sí, es también el lugar fronterizo donde el futuro se transforma en presente, inundándolo de esperanza. 

Tenemos necesidad de esta esperanza. Colócate, por ello, a nuestro lado mientras vivimos esta etapa de transición. Estamos descubriendo los límites de nuestras civilizaciones seculares. Apiñados en las calles, nos vemos como protagonistas de una etapa de transición sorprendente. Amontonados en la línea divisoria donde las culturas se convergen, dudamos eliminar las señales limítrofes que hasta ahora han protegido nuestras identidades. Lo “nuevo” nos asusta, cosas que las multitudes de pobres, oprimidos y refugiados nos obligan a enfrentar. Para defendernos de los inmigrantes no deseados, estrechamos nuestras medidas de seguridad. Encontramos más tentador cerrar nuestras fronteras que abrir nuestros corazones. Por eso te necesitamos, para que la esperanza tome siempre el primer lugar y que el miedo al futuro no nos venza. 
Santa María, desde tiempo antiguos los cristianos te ha invocado bajo el título de “Puerta del Cielo”, sabiendo que tú cuidas la entrada entre el cielo y la tierra. A la hora de nuestra muerte, permanece junto a nosotros en nuestra soledad, como lo hiciste con Jesús. Cuídanos en nuestra agonía, y no nos dejes. En la línea final que separa nuestro exilio de nuestra tierra natal, extiéndenos tu mano. Ya que si tú nos recibes en el umbral decisivo de nuestra salvación, cruzaremos seguros la frontera. 

Fuente: materunitatis.org