Mujer del Pan 

Mater Unitatis

 

Al lado del pesebre, María se puso de rodillas como ante un tabernáculo. Ella había entendido su papel desde el momento en que vio cómo la providencia la llevaba lejos de su pueblo natal para dar a luz en Belén, que significa, “casa de pan”. 

“Lo colocó en un pesebre” (Lc.2, 7). En el espacio de unas cuantas líneas, Lucas repite la palabra “pesebre” tres veces. No hay duda de que el evangelista está dando pistas. Él, el pintor, quiere retratar a María como alguien que llena la cesta vacía sobre la mesa. Aunque en el pesebre lo que se coloca es el forraje para animales, podemos entre leer en esta imagen la intención de presentar a Jesús, desde su primera aparición, como el alimento del mundo, como el pan de la humanidad. 

Debajo de Él, se halla el heno para los animales; encima del heno, está el grano que fue molido y horneado para la humanidad. En el pesebre, envuelto en telas, como si fueran purificadores, se encuentra el Pan Vivo bajado del cielo. 

Al lado del pesebre, María se puso de rodillas como ante un tabernáculo. Ella había entendido su papel desde el momento en que vio cómo la providencia la llevaba lejos de su pueblo natal para dar a luz en Belén, que significa, “casa de pan”. 

Por consiguiente, la noche en que fueron rechazados, ella utilizó el pesebre como canasta de pan para la mesa. En cierto sentido María anticipaba, por medio de este gesto profético, el llamado de Jesús en la noche en que lo traicionaron, un llamado dirigido a toda la humanidad: “Tomad y comed: éste es mi cuerpo que será entregado por vosotros” (Lc. 22, 19). 

María es la portadora del pan, y no sólo en un sentido espiritual. Ella también sintió la preocupación humana por llevar el alimento a la mesa; sí, ella trabajó por el pan material. Quizás, en ocasiones, cuando no podía conseguirlo, lloraba en secreto. Jesús debió leer en los ojos brillantes de su madre su sufrimiento por la falta de pan, al igual que su placer por el aroma que se desprendía al sacarlo del horno y partirlo en trozos. 
Por esta razón, el Evangelio celebra el pan: cuando se divide se multiplica, y cuando se pasa de mano en mano satisface el hambre de los pobres, sentados sobre el césped, y aún circulan doce canastos con las sobras. 

Así, en esta oración dirigida al Padre, Jesús nos dijo que pidiéramos por el pan de cada día. De igual forma nosotros imploramos a la Madre de la gracia por su justa distribución, de manera que ninguno de sus hijos pase hambre. 

Santa María, mujer del pan, ¿cuántas veces en Nazaret sentiste la pobreza de tu mesa? ¿Deseaste que fuera más digna del Hijo de Dios? Como todas las madres, preocupadas por alimentar a sus hijos, tú trabajaste duro para que Jesús tuviera un plato de frijoles en la mesa, o un puñado de higos en los bolsillos de su túnica. 

Tu pan fue resultado del sudor, no de tener mucho dinero. José trabajó duro, pasando largas horas en su taller de carpintería. Se sentía feliz cuando podía terminar una banca y tal vez canjearla por un saco de grano. En los días de hornear, cuando la cálida fragancia del pan se colaba en su taller, José te oiría cantar, y Jesús, viéndote al pie del horno, quizás pensó en su futura parábola: “El Reino de Dios es como la levadura que una mujer mezcló con tres medidas de harina” (Mt. 13, 33). 

Santa María, tú sufriste como todo el que tiene que luchar para subsistir. Revélanos algo de la miseria de los pobres. Ten misericordia de las millones de personas que padecen hambre, y haznos sensibles al desafío de su llanto. No nos libres del dolor de ver a los niños, a quienes la muerte los acecha mientras se aferran a los pechos secos de sus madres. Que cada trozo de nuestro pan sobrante cuestione nuestra confianza en el orden económico actual, que parece garantizar recursos sólo para los más fuertes. 
María, alivia las lágrimas de los pobres que deben abandonar sus países de origen. Suaviza su soledad; protégelos de la humillación del rechazo. Tiñe de esperanza las expectativas de los desempleados. Pon freno al egoísmo que se sientan cómodamente al festín de la vida. La mesa no carece de comida, sino que nosotros carecemos del deseo de compartirla. 

Santa María, fuiste tú la que enseñó a Jesús la frase del Deuteronomio, por la cual Él puso al tentador en vergüenza en el desierto: “uno no sólo vive de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4)? Repítenos esta frase, porque fácilmente la olvidamos. Haznos entender que el pan no puede satisfacer nuestras almas y que las cuentas bancarias no pueden hacernos felices. Una mesa llena de comida no nos satisface, si la verdad no llena nuestros corazones. Sin paz en el alma, ni siquiera un banquete podrá colmar nuestra hambre. 

Cuando nos veas rondar insatisfechos en torno a nuestras despensas repletas de víveres, ten compasión de nosotros, suaviza nuestra necesidad de felicidad, y vuelve a colocar al Pan Vivo bajado del cielo en el pesebre, como lo hiciste en Belén. Pues sólo el que coma de este pan, nunca más tendrá hambre. 

Fuente: materunitatis.org