Mujer del Sábado Santo 

Mater Unitatis

 

En el sábado santo, el presente parece oscilar entre al pasado y el futuro, porque el único y más callado protagonista de este día es María. Tras el entierro de Jesús, mantuvo viva la fe en Él. 

Algunos instantes guardan tanto misterio, que parecen darle vida al pasado. Otros momentos están cargados de tanta promesa, que parecen anticipar la dicha futura. El sábado santo posee muchos de esos momentos. En él los embalses que contienen al presente de pronto se rompen y el alma vuelve a los rincones de su memoria, o avanza hacia delante para tocar las orillas de lo eterno y robarle una pequeña probada de sus secretos. 

¿Cómo explicar la atmósfera especial que invade al sábado santo si nos es mirando al pasado? Desde los primeros saludos de “Feliz Pascua”, se disuelve en limes de riachuelos de memoria, que fluyen a través de los ritos de preparación para la Pascua. El amigo llega a visitarnos después de varios años, y trae consigo huellas de la infancia compartida. El costoso regalo espera en la cocina, no lejos del pan de Pascua y los huevos de colores. El seno vacío de la iglesia llama con un silencio que desborda reproche. Finalmente, al anochecer uno entra a reconciliarse con Dios y sentir que se restaura la inocencia perdida. 

¿Cómo explicar ese penetrante sentimiento de paz, que en sábado santo, al menos en forma fugaz, irrumpe desde el futuro y nos llama con preguntas extrañas que ahora sentimos poder responder con agrado? ¿Seguirá la gente intercambiando saludos y sonrisas como lo hace hoy? ¿Vendrán los días sin que aparezca el dolor de las lágrimas? ¿Nos daremos aún a nosotros mismos cuando ya no traigamos puesta la ropa de fiesta? El extraño encanto del sábado santo toca el alma con sentimientos de solidaridad y nos hace mirar hacia un futuro de esperanza. 

¿Qué harán los árboles esta noche cuando resuenen los aleluyas? ¿Los animales del bosque aullarán en forma de concierto mientras la Iglesia canta el Exultet? ¿Cómo reaccionará el mar, que se rompe en los arrecifes, ante la noticia de la resurrección? Más allá de las puertas del cementerio, ¿temblarán las tumbas de los muertos bajo la luna llena? ¿Bailarán de gozo las montañas, sin que nadie las vea, alrededor de los valles? 

En el sábado santo, el presente parece oscilar entre al pasado y el futuro, porque el único y más callado protagonista de este día es María. Tras el entierro de Jesús, mantuvo viva la fe en Él. Aunque el viento del Gólgota había apagado todas las lámparas, la de ella aún ardía con gran brillo, sólo la de ella. A lo largo del sábado santo, María permanece como el único rayo de luz, un faro para las llamaradas del pasado y los fuegos del futuro. En este día, ella deambula por las calles de la tierra con la luz en las manos. Cuando la eleva para iluminar una cuesta, ella evoca recuerdos de santidad desde la noche de todos los tiempos; cuando de nuevo la alza para iluminar otra pendiente, ella anticipa ecos de futuras transfiguraciones desde las mansiones eternas. 

Santa María, mujer del sábado santo, en quién, al menos por un día, se reúne la fe de toda la Iglesia, tú eres el último punto de contacto con el cielo, preservando a la tierra del trágico apagón de la gracia. Llévanos de la mano al umbral de la luz, que emana de la Pascua como su fuente suprema. 

Retén en nuestro espíritu lo mejor de nuestros recuerdos, de manera que en el pasado podamos recobrar lo mejor de nosotros mismos. Agita en nuestros corazones, por medio de los signos del futuro, un intenso deseo de renovación y un esperanzador compromiso de seguir adelante a través de la historia. 

Santa María, ayúdanos a comprender que toda vida, suspendida entre el velo del viernes santo y la esperanza del domingo de Pascua, se asemeja mucho a este día. Amanece como en día de la esperanza, en el que limpiamos nuestros lienzos empapados de lágrimas y sangre y los secamos al sol de primavera, para que se conviertan en manteles para el altar. 

Vuélvenos a decir, entonces que toda persona siempre es bajada de la cruz. Cada amargura humana se disuelve en una sonrisa; todo pecado encuentra redención, e incluso la ropa de luto se convierte en vestimentas de gozo. Haznos comprender que las rapsodias más trágicas llevan a los primeros pasos de una danza, y que los cantos fúnebres ya contienen los motivos festivos del aleluya pascual. 

Santa María, mujer del sábado santo, cuéntanos cómo te preparaste para tu encuentro con tu Hijo resucitado. ¿Qué túnica te pusiste? ¿Qué sandalias usaste para poder correr más rápido sobre le hierba? ¿Cómo trenzaste tu largo cabello? ¿Qué palabras de amor fuiste repitiendo en secreto, para decírselas a Él en cuanto lo vieras? 

Madre dulcísima, prepáranos a nosotros también para nuestro encuentro con Él. Despierta en nosotros una impaciencia devota ante su retorno el domingo. Vístenos con trajes de boda. Acércate a nosotros y practiquemos nuestros cantos mientras esperamos, pues aquí el tiempo nunca pasa. 

Fuente: materunitatis.org