María, Mujer de Nuestro Tiempo 

Cardenal Fco. Xavier Nguyen Van Thuan

 

Nos gustaría ver a María en casa, hablando nuestro idioma, conocedora tanto de las antiguas tradiciones como de las costumbres populares. 

Que al conectar dos o tres nombres, ella reconstruyera tu árbol familiar, mostrándote que estás emparentado con casi toda la ciudad. Quisiéramos imaginarla así, inmersa en las noticias del lugar, con ropa moderna, de compras en el mismo supermercado, ganándose el pan de cada día como todos, estacionando su coche junto al muestro. María es una mujer de todas las épocas, a quien todos los hijos e hijas de Eva, en cualquier etapa de la vida, pueden sentir cercana. 

Quisiéramos imaginarla como una adolescente, que regresa de la playa en pantaloncillos cortos, con el verde del mar reflejado en sus ojos. Durante el invierno, con su mochila al hombro, dirigiéndose también hacia la pista de patinaje. Al caminar por la calle, saludando a la gente con amabilidad. En todo aquél que la viera, inspiraría un sentimiento de castidad. Al anochecer, ella platicaría con sus amigas por la calle principal y les haría pasar un buen rato. 

Nos gustaría darle alguno de nuestros apellidos y pensar en ella como una estudiante en nuestra secundaria, o como una trabajadora en la fábrica de nuestra ciudad, o como una programadora de sistemas en la compañía que está al cruzar la calle, o como una empleada en una tienda de ropa. 

Quisiéramos encontrárnosla mientras camina por las calles de un centro histórico y se detiene a platicar con una vendedora de flores. Nos gustaría verla un domingo en el cementerio, mientras le lleva un ramo de flores a algún difunto, o cuando va de compras un jueves y compara los precios. Al medio día, con todas las madres enfrente de la escuela, ella esperaría a que saliera su hijo, lo traería a casa y lo cubriría de besos. 
No nos gustaría que fuese una invitada, sino una persona de nuestra ciudad, conocedora de los problemas de la comunidad, y además contenta de compartir nuestras experiencias espirituales, tanto las desconcertantes como las gozosas. Quisiéramos ver a María orgullosa de la riqueza cultural de nuestra ciudad, de sus iglesias, su arte, su música, su historia, y feliz de pertenecer a nuestra gente. 

Quisiéramos ver a María en la lista de nuestro directorio telefónico, siempre dispuesta a echarnos una mano, a compartir sus esperanzas con nosotros. Con su impresionante pureza, ella nos haría sentir nuestra necesidad de Dios. Nos agradaría verla compartir con nosotros momentos de celebración y de lágrimas, trabajar en la oficina y en la casa, entre aromas a horno caliente y ropa lavada, entre lágrimas de despedidas y de llegadas. 

Santa María, mujer de nuestro tiempo, ven a vivir en medio de nosotros. Tú predijiste que todas las generaciones te llamarían bienaventurada. Nuestra generación también quiere cantar tus alabanzas, no sólo por las grandezas que el Señor ha hecho en ti en el pasado, sino también por las maravillas que Él sigue obrando hoy en día en ti. 

Ayúdanos a sentir tu cercanía en medio de nuestros problemas. Santa María, líbranos del peligro de creer que las experiencias que tú viviste hace dos mil años no guardan ninguna relación con nosotros, hijos de una civilización postmodernista, que con frecuencia se considera post cristiana. 
Haznos entender que la modestia, la humildad y la pureza producen frutos en todas las etapas de la historia, y que el tiempo no ha alterado algunos valores, como el desprendimiento, la obediencia, la confianza, la ternura y el perdón. Estos valores aún se mantienen, y nunca caerán en desuso. Ven, pues, en medio de nosotros, y enséñanos esas virtudes humanas que tú practicaste tan bien. 

Santa María, cuando Jesús te dio a nosotros como Madre, te hizo contemporánea a nosotros. Ven a nuestro lado y escúchanos mientras te confiamos las ansiedades de todos los días que acometen nuestra vida moderna: los bajos ingresos, la presión, el futuro incierto, dudas, temores, soledad, relaciones rotas, falta de amor y comunicación, aun entre aquellos más cercanos a nosotros, la torpeza del pecado.... Haznos sentir tu presencia reafirmante, para que así podamos estar seguros de siempre estás a nuestro lado. 

Fuente: materunitatis.org