María y la Resurrección de Cristo

Thalia Ehrlich Garduño

 

(Catequesis del Papa Juan Pablo II, 21, mayo 1997) 

Después de que colocaron a Jesús en el sepulcro, la Doncella de Nazaret es la única que mantiene su Fe, y se prepara para recibir con gozo el anuncio de la Resurrección de su Hijo.
La espera que tiene la Madre de Dios el Sábado Santo, expresa uno de los momentos más grandes de su Fe: En la oscuridad que envuelve a todos, la Bella María confía totalmente en el Dios de la vida y, al recordar las palabras de Jesús, tiene Esperanza en que las Promesas Divinas se realicen plenamente.

El Evangelio narra varias apariciones de Jesús Resucitado, pero no habla de encuentro del Hijo de Dios con su Madre. Es lógico pensar que Jesús se le apareció primero a la Hermosa María porque, son Seres afines y Él no se iba a presentar primero a una persona que no es afín a Él.
Este silencio no nos debe hacer pensar que, después de su Resurrección, Jesús no se apareció a la Bella María; al contrario, nos invita a tratar de buscar los motivos por los cuales los evangelistas no lo refirieron.

Viendo que cada uno de ellos omitieron este acontecimiento se puede atribuir de que todo lo necesario para conocer la Salvación fue encomendado a los Apóstoles, quienes “con gran poder” (Hech. 4,33) testimoniaron la Resurrección del Señor.
Antes de aparecerse a ellos, se manifestó a algunas mujeres fieles por función eclesial: “Vayan a anunciarlo a mis hermanos para que se hagan presentes en Galilea, allí me verán” (Mt. 28,10).

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan de que Cristo se manifestó a la Doncella de Nazaret, quizá porque los que negaban la Resurrección del Hijo de Dios podrían haber considerado a este testimonio como parcial, y por consiguiente, no digno de Fe.

El Evangelio sólo narra unas cuantas apariciones del Señor Resucitado, y es obvio que no quiere hacer una crónica completa de todo lo sucedido durante los cuarenta días después de la Pascua.

San Pablo recuerda una aparición “a quinientos hermanos a la vez” (1Co. 15,6). ¿Cómo justificar un hecho conocido por muchos no sea referido por cada uno de los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional?

Es un signo evidente de que otras apariciones de Jesús, aún siendo consideradas hechos reales y notorios no quedaron recogidas en la Escritura.

¿Cómo podría la Hermosa María, presente en la primera comunidad de discípulos haber sido excluida del grupo de personas que se encontraron con su Hijo resucitado de entre los muertos?

Es legítimo pensar que verdaderamente el Hijo de Dios se apareció a su Madre en primer lugar.


La falta de la Doncella de Nazaret en el grupo de las mujeres que fueron amaneciendo al sepulcro de Jesús (Mc. 16,1; Mt. 28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que Ella ya se había encontrado con Jesús?
La deducción se confirmaría también por el dato de que las mujeres son las primeras testigos por voluntad de Cristo y ellas fueron quienes se quedaron fieles al pie de la cruz, y por tanto más firmes en la Fe. 

En efecto, a una de las mujeres, a María Magdalena es a quien el Señor le pide que lleve el mensaje de que ha resucitado a los Apóstoles (Jn. 20,17-18).
Tal vez este dato nos lleva a pensar que Jesús se le apareció primero a su Madre, Ella siempre fue la más fiel y en la prueba su Fe fue plenamente integra.

Por último, la presencia única y especial de la Madre de Dios en el monte Calvario y teniendo una unión perfecta con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación muy particular en el Misterio de la Resurrección.

Un autor del siglo V, Sedulio dice que Cristo se le apareció en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su Madre.
En efecto, Ella que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la Resurrección, para anunciar su gloriosa Venida.
Así inundada por la gloria del Resucitado, Ella anticipa el “resplandor” de la Iglesia (Poema Pascual, 5,357-364: CSEL 10, 140 s).

La Bella María es Imagen y Modelo de la Iglesia que espera al Resucitado y que en el grupo de los Discípulos durante las apariciones pascuales, puede ser razonable pensar que la Joven de Nazaret mantuvo un contacto personal con su Hijo Resucitado, para que Ella gozara plenamente de la Alegría Pascual.

La Hermosa Virgen Santísima presente en el monte Calvario en el Viernes Santo (Jn. 19,25) y en el Cenáculo en el día de Pentecostés (Hech. 1,14), probablemente fue una testigo privilegiada también de la Resurrección de Jesús, completando este modo su participación en todos los momentos esenciales del Misterio Pascual.
La Bella María al acoger a su Hijo Resucitado, es signo y anticipación de todos los seres humanos, que esperan lograr su realización a través de la resurrección de los muertos.

En el tiempo Pascual la Iglesia se dirige a la Madre del Señor y la invita a alegrarse: “¡Reina del Cielo, Alégrate, Aleluya!”

De esta manera, recuerda el gozo de la Joven Virgen por la Resurrección de su Hijo Jesús, prolongando en el tiempo el “¡Alégrate!” que el Ángel Gabriel le dijo a la Madre de Dios en la Anunciación, para que se convirtiera en causa de Alegría.