Presentación en el templo
Padre Antonio
Rivero, L.C.
(Lc
2,22-39)
Tercera
instantánea del alma de María: el desprendimiento. Hemos visto su fe, su
amor. Demos un paso más.
Estaban
felices con su Hijo en Belén. Parecía que esa felicidad no se iba a
acabar. Quejarse de la pobreza, cuando tenían ese tesoro consigo, les
hubiera parecido simplemente ridículo.
Pero,
no. Sobre esa alegría ya gravitaba una espada en el horizonte. Así fue. Un
mes más tarde se pusieron en camino hacia Jerusalén para ofrecer a Dios
ese Niño primogénito. Los primogénitos eran propiedad de Dios. En rigor
los primogénitos hubieran debido dedicar su vida entera al servicio de
Dios. Pero en la realidad eran los miembros de la tribu de Leví los que
"cubrían" este servicio en representación de todos los primogénitos
de todas las tribus. Pero se debía pagar un precio por este rescate.
María
sabía que aunque rescataba a su Hijo con ese "par de tórtolas",
sin embargo, su Hijo seguiría siendo total y absolutamente de Dios. Ella lo
tendría en préstamo, pero sin ser nunca suyo.
María
se desprendió de ese su fruto querido.
Desprenderse
no es cosa fácil. Es muy duro.
1)
Esencia
del desprendimiento
No
consiste propiamente en la separación material, efectiva de las cosas y de
las creaturas; lo cual, por lo demás, en esta tierra jamás es posible en
modo absoluto: necesitamos de cosas materiales para comer, vestirnos,
movernos en este mundo, etc.
La esencia del desprendimiento está en la separación afectiva de
todo cuanto se usa; A esto se llama "desafección espiritual";
mantener el corazón libre de todo apego. Por tanto, la esencia del
desprendimiento está en el desapego de ese núcleo secreto que somos cada
uno de nosotros, con nuestras ambiciones legítimas, con nuestras ilusiones
santas, con nuestras preferencias.
¡Líbrame,
Señor, de mí mismo!
Y
ni las dulzuras del amor,
ni
las exaltaciones de la dicha,
ni
las amarguras del dolor,
me
hagan su esclavo
2)
¿Cómo era el desprendimiento de María?
(a)
Doloroso
Hasta
ese momento todo había sido júbilo, castañuelas, aleluyas de ángeles,
gozo de pastores. Un niño es siempre una alegría para una madre, para una
familia, para un hogar. María como que hubiera querido retrasar su ida al
templo. Algo presentía.
Pero
se puso en camino. Allá va María. ¿Qué lleva al templo? Su mejor tesoro,
su Hijo querido, su todo, el objeto de su alegría profunda... Lo lleva para
ofrecerlo a Dios Padre y a los hombres. No es suyo, no es para ella, no es
para su disfrute personal.
¡Cómo
iría sangrando su corazón durante el camino que conducía al templo,
cuando lo tenía entre sus manos y lo apretaba junto a su corazón! ¡Cómo
le miraría una y otra vez! “¿Qué tiene este Hijo mío? ¿Por qué es
tan distinto a los demás niños?”.
Si
apenas había nacido...y ya Dios Padre lo quiere para sí, y la humanidad
pecadora, triste y sola, lo reclama para sí desde el abismo de su miseria.
Y
María lo lleva al templo, aunque su corazón sangraba.
Todo
desprendimiento es doloroso...es como arrancar la venda de una herida ya
fuertemente adherida.
Doloroso,
como doloroso fue para Abraham desprenderse de su querido hijo Isaac.
Doloroso,
porque todo lo que uno había acariciado de bueno, lo que uno había
ambicionado de noble, lo que uno tenía en posesión como pequeños o
grandes tesoritos...creía que nunca se le quitarían. Y viene Dios y le
pide el sacrificio de todo esto, cueste lo que cueste: desapego de gustos,
de ambiciones, de planes.
A veces duele, Señor, mi sacrificio
pero
por encima de mi dolor resplandece el gozo
de
sentirte cerca, guiándome a la cumbre
de
tu perfección por los duros caminos.
La
cima es alta y yo sé, Señor,
que
hay que llegar sin lastre...
quiero
ponerte por encima de todas las cosas,
las
largamente amadas
las
fuertemente anheladas
(b)
Libre y motivado
María,
aunque fue conducida al templo por inspiración del espíritu y para cumplir
lo que mandaba la ley, sin embargo, ella fue libremente, sin coacción
alguna. Allí fue la Inmaculada, la no atenazada por las pasiones ni por el
egoísmo.
Desprenderme
porque quiero volar ligero y conseguir así la santidad, me parece egoísmo,
y por tanto, nuevo apego, que deshonra ese desapego que hice. Estos son
motivos espúreos que agravan y dilatan ese sutil apego a nosotros mismos.
María
se desapegó por un motivo teologal: porque se lo daba al Padre Celestial,
de quien lo había recibido; y lo ponía a disposición de todos los
hombres, independientemente de que los hombres valorasen o no esa ofrenda
tan costosa para su corazón maternal.
Por
ser cristiano, yo deberé hacer ofrenda de mi ser, de mis energías, de mis
posesiones, de mis posibilidades...Es decir, deberé desprenderme
afectivamente de todo. ¿Cuáles serán mis motivaciones? ¿Cuáles han sido
mis motivaciones?
La
única motivación de mi desprendimiento tiene que ser Dios.
"Yo
quisiera de Ti, ¡Dios mío!,
aquel
desasimiento absoluto de las cosas del mundo
que
dejara sin ambages mi total entrega a Ti...
Yo
anhelo, Señor, esta santa indiferencia
que
me anulará a mí mismo para fundirme en Ti.
Y
poder yacer en tus manos como fiel de balanza
para
que tú lo inclines hacia donde se te antoje".
(c)
Desprendimiento total efectivo y afectivo
Junto
a su Hijo, su riqueza efectiva, que no la cambiaría por nada, María también
llevó sus ilusiones más íntimas, su voluntad, su corazón, sus afectos,
sus sentimientos más nobles y sagrados. Todo, absolutamente todo lo ofreció
junto a su Hijo en el templo.
Quiero
que tu voluntad se imponga a la mía
que
mi pobre voluntad, expuesta a errar,
camine
junto a la tuya, conocedora de la verdad,
que
tu voluntad se adueñe de mi corazón,
absorba
todo mi ser,
que
tu gran verdad resplandezca en mi cuerpo.
2)
Desprendimiento,
¿a cambio de qué?
A
cambio de su Hijo, recibió en el templo por su ofrenda una espada. De por sí
fue doloroso el desprenderse de su Hijo.
Pero
este anciano Simeón fue cruel con María. ¿Por qué le anticipa lo que
Ella sería en vida: la madre de una piedra de escándalo contra la que
tropezarán muchos egoísmos, placeres, orgullos, soberbias, potentados,
reyes, siglos? ¡Su Hijo, signo de contradicción! ¡Su Hijo, piedra de escándalo!
Bienaventurados los pobres...
¿Por
qué una espada? Era duro
aceptar esto.
Como cristiano, yo también debo desprenderme afectivamente de todo.
¿A
cambio de qué?
De
cargar esa espada que cargó primero María y Cristo.
Conclusión
Este
desprendimiento de todo no es para quedarme sin nada, sino para ofrecerme a
Cristo todo yo y ser poseído por Él, como María, la llena de gracia,
porque estaba desposeída de sí misma.
Dios
llena a quien esté vacío.
|