Perdida en el templo

Padre Antonio Rivero, L.C.

              

(Lc 2,40-50)  

Volvemos al templo...Parece que toda la vida de María gira en torno al templo. ¿Qué tendrá el templo que tanto fascina a María?  

La primera vez fue para ofrecer a su Hijo y quedarse sin él. Ahora vuelve a quedarse sin él durante tres días y lo encuentra una vez más en el templo para reafirmarle Dios que ese Hijo que tiene delante no le pertenece, está en los quehaceres de otro Padre, el Padre celestial.  

¡Qué golpes tan duros para una psicología femenina, para un alma tan sensible como la de María ! ¿Es que eran necesarios tantos golpes, tantos litros de sangre? ¡Cómo Dios sigue probando y acrisolando a María!  

María vivió tres días de noche oscura para su alma. Como noche oscura vive quien ha perdido a Jesús, el Sol naciente.  

¡Perder a Jesús! ¡Qué tragedia!  

¿Es que puede el hombre ver sin esta luz? ¡Cuántos hombres han perdido a Jesús y viven sin luz.  

¿Es que puede el hombre caminar sin este Camino? ¡Cuántos hombres han perdido el camino y van tropezando por otros caminos llenos de escombros y zarzas.  

¿Es que puede el hombre vivir sin esta Vida? ¡Cuántos hombres viven muertos!  

¿Es que puede el hombre vivir en la verdad de sí mismo, sin esta verdad?  

¿Es que puede el hombre vivir en gracia y de la gracia sin la gracia? ¿Es que puede el hombre sostenerse y saciar su sed y su hambre sin este Alimento?  

¡Perder a Jesús! ¡La mayor desgracia!  

Yo sólo temo perderte.

Y como temo perderte, temo al pecado

Al pecado, que es, para mí, la perdición de Ti.

Al pecado que es contra Ti

No a la pena que viene de Ti.  

No hay dicha sin Ti, ni pena contigo.

Fuera tu cielo sin Ti yo renunciaría a tu cielo

Fuera tu infierno contigo, yo querría tu infierno.

 1) Sin Jesús todo es noche en la vida  

Y en la noche no podemos ver, no podemos caminar, no podemos correr, no podemos trabajar.  

En la oscuridad la barca de mi vida se puede estrellar contra los arrecifes de este mundo.  

En la oscuridad es más fácil caer en los barrancos, pisar en falso y rodar por tierra.  

En la oscuridad todo es inseguridad, miedo, temor. En la noche hacen muchas veces los hombres las mayores fechorías.  

Perder a Jesús es perder el faro que nos alumbraba en la noche de la dificultad, es perder el aliento que nos permitía caminar por los senderos de la vida.  

Esta noche que viven tantos hombres, envueltos en densas tinieblas de indiferentismo, escepticismo, ateísmo práctico...¿no será porque han perdido a Jesús, que es Luz?  

María experimentó esta noche. Tres días de oscuridad. Eclipse total de ese sol, para ella que es la luna...luna que recibe su luz del sol.  

2) Sin Jesús todo es angustia del corazón  

Perder a Jesús es quedarse solo, sin esa compañía que dulcificaba el corazón en los momentos de duda, de olas embravecidas, de luchas tremendas contra nuestras pasiones o contra nuestros enemigos.  

Perder a Jesús es perder el puerto seguro y no saber qué norte guiará nuestra barca. ¿A dónde irá si he perdido el puerto?  

Perder a Jesús es perder el ancla que yo arrojaba tantas veces al mar para que se encallara en el fondo y sujetara la embarcación de mi vida, contra las mareas, maremotos, corrientes y vientos y vaivenes de mis sentimientos.  

¡Qué angustia estar en pleno mar, en plena tormenta interior sin este timonel seguro a bordo de mi barca, sin esta ancla!  

¡Cómo experimentó esta angustia Lope de Vega en aquella famosa rima sacra, símbolo de su propia vida!  

Pobre barquilla mía,

entre peñascos rota,

sin velas desvelada,

y entre las olas sola:

¿adónde vas perdida,

adónde, di, te engolfas?

que no hay deseos cuerdos

con esperanzas locas.

Como las altas naves

te apartas animosa

de la vecina tierra

y al fiero mar te arrojas.  

3) Sin Jesús todo es tristeza del alma  

Perder a Jesús es perder la alegría de mi vida, el gozo profundo de mi entrega, el por qué de mi existencia, la razón de mis sacrificios, de mis renuncias.  

Sin Cristo todo es tristeza, porque Él "alegraba los más tristes momentos de mi vida, sanaba las heridas más dolorosas, consolaba las penas más profundas".  

Perdido quien es médico, la herida se pudre. Perdido quien era consolador, me acorrala la desesperación y me hundo. Perdido quien era mi amigo, mi amor y mi todo, ¿qué me queda? Profanación de mi consagración, tristeza de alma.  

Perder a Cristo es triste destino, pero posible. ¿Y no vigilo para que nadie me quite a Jesús, para que nadie me pise a Jesús, para que nadie me extravíe a Jesús?  

Podemos perder a Jesús de tres maneras:

(a) o porque me lo han robado mis pasiones y me han destrozado esta joya que es Jesús, la gracia de Cristo en mi corazón y en mi conciencia. Tenemos que vigilar.

 (b) o porque le he extraviado yo por irme en otras caravanas, donde tal vez se me ofrecía una vida más regalada, menos dura, más fácil.

(c) o porque Él se me oculta y se me esconde, para probar mi amor y mi fe. Esto no es perder a Jesús; es un perder aparente, pero en esos momentos Él está muy cerca de nosotros: "Catalina, no te había abandonado; yo estaba cerca de ti y por eso venciste". Esta noche es la noche descrita por los grandes místicos, donde Dios me quiere quitar todas las agarraderas humanas, purificarme de todo apego para unirse a mí.  

Esta escena es un adelanto del Calvario, cuando perdió a su Hijo, porque aquí experimentó por unos instantes lo que todo pecador experimenta al perder a Dios por el pecado: "me han quitado un pedazo de mí mismo".  

Conclusión  

Pidamos a María la gracia de no perder nunca a Jesús, que nos lo cuide para que nunca lo extraviemos por irnos por las caravanas del mundo sin norte fijo  

            Perder a Cristo es la mayor desgracia que nos puede acontecer en la vida  

Es vivir un Calvario sin Cristo en la cruz y experimentar la angustia en el alma "que se muere por falta de Cristo" (CNP 22)  

            Es vivir a la deriva, extraviados en las caravanas del mundo sin norte fijo.