Calvario

Padre Antonio Rivero, L.C. 


(Jn 19,25-27)

"El amor que no se alimenta en el sacrificio se hace trivial, común, banal, superficial...El amor que se nutre de cruz se hace profundo, se acrisola, se purifica, se hace fecundo".

Se habla de las siete espadas de dolor que traspasaron el corazón de María; yo creo que más bien se trata de una sola espada con varias estocadas, varios golpes con la misma espada: Simeón, huida, pérdida, Jesús con la cruz a cuestas, su Hijo crucificado, tendido en sus manos, enterrado. Es una espada con doble filo: uno se adentra en el sagrado Corazón de Jesús; y el otro en el Inmaculado corazón de María. 

A través de estos dolores de esa espada, Dios preparó a María para un nuevo alumbramiento, un nuevo parto espiritual, una nueva creación: María daba a luz espiritualmente a toda la humanidad y se convertía en la Madre de todos los hombres. ¡Cada corazón, cada hogar, cada nación puede tener a María por Madre, porque fue el regalo que nos hizo Jesús desde la cruz!

Casi podemos decir que María engendró a Cristo en Belén, y Cristo engendró a María en la cruz para esta nueva misión: "He ahí a tu hijo". 

Vamos a hacer una comparación entre su primer parto en Belén y este parto espiritual en el Calvario

1) En Belén le dio a luz en medio de un inmenso gozo y alegría. Nacía el esperado, el Salvador, el Mesías. "Os anuncio una grande alegría, que será para todo el pueblo. Hoy...". 

Alegría en el cielo y alegría en la tierra. En el cielo, al ver el prodigio más grande: un Dios que tomaba carne y se hacía hombre, y podía sonreír, y llorar y trabajar y caminar y consola. En la tierra al experimentar la pobre tierra y la carne humana la grandísima dignidad a la que Dios la elevaba.

En el Calvario no hay alegría. Todo es sufrimiento, dolor, duelo, lágrimas, luto. María iba a engendrar a la humanidad pecadora; a esta humanidad que ha asesinado a su propio hijo. Ella iba a ser la madre espiritual de esos criminales. 

Le muere su hijo según la carne...el Santo. Y engendra a otro hijo, según el espíritu, a la humanidad entera, pecadora. ¡Qué cambio!

Dolor en el calvario que le mereció el nombre de Reina de los mártires.

Alegría en Belén que le mereció el nombre de Causa de nuestra alegría.

2) En Belén Cristo estaba rodeado de una soledad sonora: del cariño de su madre, de la fe de José, de la armonía de la naturaleza: el lobo y el cordero pacerán juntos, el cielo y la tierra se abrazaban.

En el Calvario, María y Cristo estaban rodeados, por el contrario, de desolación, de criminales, de deicidas, de gente malvada, de gente indiferente. Incluso la misma armonía de la naturaleza se rompió. Cataclismo total: hubo terremotos, se rasgó el velo del templo. La misma naturaleza se rebelaba contra este horrendo crimen. El mismo sol se avergonzó de este deicidio y no esparció sus rayos, al ver morir al verdadero sol, de quien recibía su calor y energía.

3) En Belén, la Palabra del Padre no habló ni una palabra, porque no sabía hablar todavía, pero se entendió con María con el lenguaje de la fe y del amor. 

En el Calvario esa Palabra pronunció sus últimas siete palabras en la tierra (su último canto, como el cisne), palabra que recuerdan las siete palabras de María:

(a) Perdónales...ignorancia.... ¿Cómo será eso? No conozco

(b) Hoy estarás....al instante... Fiat mihi. 

(c) Ahí tienes a tu hijo... Saludo a su prima

(d) Tengo sed...Dios buca al hombre Hijo, ¿por qué?...El hombre...

(e) Dios mío... Magnificat

(f) Todo está consumado después de gustar el vino

No tienen vino

(g) En tus manos...entrega V.D Haced lo que Él...su voluntad

4) En Belén, Ella viste a su Hijo y le envuelve en pañales, con el cariño con que lo haría cualquier madre.

En el Calvario, le desnudan a su Hijo no sólo de sus vestidos, sino también de su dignidad, de su honor, de su honra.

5) En Belén Ella lo recuesta vivo en un pesebre; no tenía otra cosa más digna para este Dios; pero al menos estaba limpio.

En el Calvario, Ella lo ve recostado en una cruz, clavado de pies y manos, y después ya muerto lo recuesta en un sepulcro frío. ¡Sepulta al Hijo de Dios! ¡Se quedó ya para siempre sin Él!

6) En Belén no hubo lugar para él ni para Ella en los mesones de este mundo, entregados a la juerga, al desenfreno, a los vicios...

Tampoco ahora para su muerte encuentra mesón. A la intemperie de un monte. Si durante su vida no tuvo dónde reclinar la cabeza, ¿lo va a tener a la hora de su muerte? Pobre en Belén, más pobre en la vida pública, paupérrimo en la cruz.

7) A Belén fueron los reyes a hacerle tributos y regalos, y María se admiraba. No entendía lo de la mirra, que se usaba para los entierros. Si nacía la vida, ¿a qué viene este símbolo de muerte?

En el Calvario, ya entendió lo que significaba la mirra de esos magos de Oriente.

8) En Belén vio nacer la luz del mundo; en el Calvario, vio apagarse esa luz. 

Conclusión

La Divina Espada no podía dar otros golpes ni a Jesús ni a María. Se había adentrado en los dos corazones hasta la empuñadura.

No queda el dolor aquí. Esa Espada Divina será quitada, porque la resurrección es la curación de las heridas. En la resurrección se envaina la espada porque la deuda del pecado está pagada y el hombre redimido y corredimido.

Desde este día, Viernes Santo, Dios permitirá aflicciones, sufrimientos, dolores...a todos los cristianos, pero no pasarán de ser ligeros toques de esa espada, comparados a lo que El sufrió y María soportó con firmeza. 

Nuestros sufrimientos serán un exiguo tributo para que Dios siga redimiendo a esta humanidad doliente. Mediante el sufrimiento El me une a esta noble causa. 

¡Hay tanto que redimir! ¡Tantas angustias, penas, sufrimientos, sinsentidos! 

Ante nuestra cruz: firmes como María. 

Ojalá pudiéramos decir con N.P.

Primero te sufrí con paciencia
Después te llevé con gusto
Hoy te abrazo ya con amor

¡Oh cruz hermana!
Tanto te hundiste y te clavaste en mi cuerpo
que me has llegado ya a lo hondo del alma...
¿Es posible que algún día te separes de mí...?
Y cuando tú me dejes, ¡oh cruz tan mía!,
¿podré yo vivir sin ti...?

¡Gracias, Señor!
Porque me has dado la cruz
Y la cruz que me has dado
está ya sobre mis hombros.
Y yo quiero seguirte bajo su peso,
para ser digno de Ti...

Déjame que me abrace a mi cruz
con que la predilección de tu infinita misericordia
ha querido regalarme
¡Oh, si yo supiese morir en mi cruz
como tú moriste en la tuya...!