María y algunos Santos

Padre Angel Peña, O.A.R.

Todos los santos sin excepción han sido especiales devotos de María, pues hay una misteriosa relación entre el amor a María y la santidad. Por eso, decía san Ambrosio: El que pretenda ser santo sin la intercesión de María, pretende volar sin alas. ¡Y qué bellas palabras tiene san Agustín para hablar de María y lo mismo san Jerónimo, san Atanasio y otros santos del siglo IV!  

Teodoro de Ancira (+446) escribía: Así como quien se pone bajo una cascada se moja de pies a cabeza, así también la Virgen, Madre de Dios, fue enteramente ungida por la santidad del Espíritu Santo, que descendió sobre Ella. Y desde entonces, Ella acogió al Verbo de Dios, que comenzó a vivir en la perfumada cámara de su seno virginal.    

San Fulgencio (468-533) dice: María es la escala celestial por la que Dios ha bajado a la tierra y los hombres suben a Dios.  

San Anselmo (1034-1109) decía: De María puedes decir lo que quieras con tal de no decir que es Dios y te quedarás corto... Es imposible que se pierda un verdadero devoto de María[1].  

San Buenaventura (1221-1274): Dios no podía hacer cosa más grande que María. Podría hacer un mundo más grande, podría hacer un cielo más grande, pero no podía haber hecho una madre más grande que María... Yo jamás vi a ningún santo que no fuera devoto de María.  

San Bernardo (1090-1153): ¿Temes  a Dios? Arrójate en los brazos de María.  

San Juan de Avila (1500-1569): Más quisiera estar sin pellejo que sin devoción a María.  

Beato Rafael Arnáiz (1911-1938): ¡Qué grande es Dios, qué dulce es María! ¿Cómo es posible vivir sin amar a Dios, sin soñar con el cielo? Oh hermano querido, honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús. Poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina. Invocando su nombre, parece que todo se suaviza y poniéndola como intercesora, ¿qué no hemos de conseguir de su hijo Jesús? No trato de decirte nada nuevo. Solamente quería que, de mi parte, te llegara al corazón una palabra: María[2].  

El Papa Juan pablo II decía: Cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo[3].  

La Virgen María es la más perfecta criatura salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer. Su paso por el mundo apenas fue notado por sus contemporáneos, pero fue la más bella flor del Universo, a quien acompañaban los ángeles y a quien servían los serafines. ¡Bendita sea María y benditos nosotros que nos glorificamos de ser sus hijos!  

Es impensable encontrar un santo que no sea devoto de María. Por eso, decía Henry Newman, el gran convertido inglés que, si esta devoción fuese mentira, sería Dios mismo quien nos ha engañado, pues viene desde el principio de la Iglesia. Si, por ejemplo, el Papa Pío IX se engañó al declarar dogma de fe la Inmaculada Concepción de María, después de haber consultado a todos los obispos del mundo y de haber sido una doctrina defendida por la inmensa mayoría de teólogos y santos a lo largo de los siglos; si cuatro años después, en 1858, se engañó la vidente de Lourdes a quien la Virgen dijo: Yo soy la Inmaculada Concepción... Si esto fuese posible, ¿cómo Dios habría permitido que la mentira fuese difundida por toda la Iglesia, siendo Él la misma Verdad?  

Por eso, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la devoción a María es parte indispensable de nuestra fe católica y que ningún santo del Nuevo Testamento ha llegado a serlo sin el amor a María y podemos suponer que así lo será en el futuro. Por eso, decía san Luis María Grignion de Montfort (1673-1716): Creo, personalmente, que nadie puede llegar a una íntima unión con el Señor y a una fidelidad plena al Espíritu Santo sin una unión muy estrecha con la Santísima Virgen. Ser verdadero devoto de María es señal segura e infalible de predestinación [4].


[1] Orat 52; PL 158, 956.

[2] Carta a su tío Leopoldo en Hermano Rafael, Obras completas, Monte Carmelo, Burgos, 1993, pp. 699-700.

[3] Carta apostólica Rosarium virginis Mariae Nº 15.

[4] Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen Nº 40-44 .