Los Reyes Vasallos de la Señora

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

Entres los símbolos de la dignidad y nobleza está la corona real. Quien la lleva manifiesta a sus súbditos la prerrogativa que tiene sobre ellos de poder mandarlos y guiarlos hasta que abdique o muera.

El rey como el vasallo están hechos de la misma madera, cada uno representa un papel en el “Gran Teatro del mundo”. Terminada la función cada uno recibirá el premio según la encarnación que haya hecho de su papel.

Un motivo de soberbia para el rey puede ser le reconocimiento por parte de los humanos del deber de pleitesía, pero el que es consciente de su efímera gloria sabe muy bien de la caducidad de la misma. Muchos reyes católicos sin dejar su realiza temporal, se consideraron unos súbditos más respecto a la Madre común, quien permaneciendo una más de nuestra raza, ha sido exaltada sobre cualquier dignidad de las criaturas, consiguiendo la de Reina no sólo del cielo, sino también de la tierra. Entre los reyes que así lo han reconocidos tenemos:

Carlo Magno, una vez coronado emperador de Occidente por el Papa León III en la Navidad del año 800, ofrece su corona a Nuestra Señora del Puy.

En el año 1.000 San Esteban, rey de Hungría, proclama a Santa María Reina de Hungría.

En 1.099 Godofredo de Bouillon, vencedor de la 1ª cruzada, rechaza el título de Rey de Jerusalén y envía su corona a Nuestra Señora de Boulogne.

Hay una advocación que demuestra el vasallaje de los reyes a la Señora, es con la que es patrona de Sevilla, en cuya ciudad entró dicha imagen el día en que fue conquistada por S. Fernando III en 1.248. Este título es de “Nuestra Señora de los Reyes”. Muchos años más tarde, Pío XII el 15 de agosto de 1.946 con esta advocación la reconocería Patrona principal  de Sevilla y de la archidiócesis.

Los Reyes españoles hasta Alfonso XIII se coronaban ante la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe (Cáceres), en cuya corona se encuentra la siguiente inscripción: “Reina de las Españas”. En ese día tan importante para ellos, no querían los Reyes estar lejos precisamente de esa imagen a al que ellos rendían culto de pleitesía al considerarla no sólo la Madre y Señora, sino la “Reina”.

Pío XII el 1 de noviembre de 1.945 proclama la Realeza de María, que le proviene como todos los privilegios de su condición de Madre de Dios, públicamente se le ha reconocido como Emperatriz del cielo y tierra, por eso no es de extrañar que cualquier cristiano, sea lacayo o amo, siervo o señor, se manifiesta como humilde vasallo de la Señora y la aclamen como “Santa María la Real”.