El Dolor de María

Beato Enrique Suso

¿Quién dará a mis ojos tantas lágrimas? ¿cuántas son las letras por escribir, con lágrimas transparentes, las piadosas lágrimas del inmenso dolor de mi amada Señora? Pura Señora y noble Reina del cielo y de la tierra, toca mi corazón petrificado con el mar de lágrimas que has derramado por la amarga tribulación de tu Amado Hijo, debajo de la mísera cruz, a fin que este corazón se enternezca y puede comprenderte; en efecto la pasión del corazón es de tal naturaleza que nadie la conoce bien, si no quien la ha probada. Ah, ahora toca mi corazón, Señora, con tu tristes expresiones y pocas palabras como te comportaste debajo de la cruz cuando viste a tu Amado Hijo, morir así dolorosamente.

RESPUESTA: Tú tienes que entenderlo con lamento y con dolor en el corazón; aunque si ahora estoy libre de cada sufrimiento, no lo era en aquel tiempo.

Antes de llegar debajo de la cruz había sentido grandes e indecibles dolores, especialmente cuando tuve la primera visión de mi hijo, maltratado, golpeado, brutalizado: a causa de esto permanecí sin fuerzas y así agotada fui conducida, siguiendo mi amado Hijo, debajo de la cruz. Pero lo que me preguntas, esto es cuál fue mi estado de ánimo y como me comporté, escuchalo, para cuantos es posible saberlo; en efecto no ha nacido un corazón que puede conocerlo a fondo.

Ves, todos los sufrimientos que nunca probará un corazón, se pueden comparar al insondable dolor que mi corazón ha sufrido entonces, son como una gota de agua en comparación con el mar. Por lo tanto comprende ésto: mientras más Amado y dulce es [hacia nosotros], más insoportables son su pérdida y su muerte. Ahora, nunca nació sobre la tierra alguien así de tierno; ¿Dónde se ha visto antes alguien más amable que no fuera mi único y amable Amado por el cual y en el cual yo poseía absolutamente todo lo que este mundo podría dar? Estaba ya muerta yo misma cuando mi hermoso amor fue muerto y entonces yo morí también. Mi Amado era único y era el amor de mi amores, así mi sufrimiento fue único y sufrimiento de sufrimientos como nunca ha habido.

Su bonita, radiante humanidad era para mí una vision amable, su digna divinidad era un dulce vista para mis ojos, pensar en él era el gozo de mi corazón, hablar de él era mi pasatiempo, escuchar sus dulces palabras era para mi alma como un sonido de arpa. Era el espejo de mi corazón, la delicia de la mi alma: el reino de los cielos y de la tierra y todo lo que ellos contienen, yo lo poseía en su presencia.

Cuando yo ví a mi único Amor, frente a mis ojos hundido en la miseria de la muerte, ay de mí, que espectáculo! Ay de mí, que momento fue aquell Como murió en mí mi corazón, como fue muerto mi espíritu! Como permanecí sin fuerzas y como desaparecieron mis sentidos! Yo levanté los ojos, pero no podía ir en socorro de mi Amado Hijo; los bajé: veía con mis ojos aquellos que maltrataban así míseramente a mi Hijo! Mi corazón estaba muerto, mi voz se desvanecía y había perdido la fuerza.

Y sin embargo, cuando volví en sí, mi voz recobró fuerzas por encima de las otras voces y dije a mi Hijo estas palabras: "Ay de mí, hijo mío, ay de mí, mi hijo, ay de mí, espejo alegre de mi corazón, en el cual tanto frecuentemente he mirado con gozo, como te veo mísero ahora, delante de mis ojos! ¿Ay de mí, tesoro más precioso del mundo, mi madre, mi padre y todo lo que mi corazón puede imaginar, tómame contigo o a quien quieres dejar a tu mísera madre? ¿Ay de mí, hijo mío, quien me concederá morir para ti, soportar esta muerte amarga por ti?
Ay de mí, miserable dolor de una madre privada de su amor, como soy robada de cada gozo, amor y consuelo! ¿Ay de mí, muerte hambrienta por qué no me comes? Tomame, toma a está pobre madre para la cual vivir es más amargo que morir. Yo veo ya morir el único que mi alma ama, ay de mí, hijo mío, ha amado!".

Ves y mientras lloraba así amargo, mi hijo me consolaba con gran bondad y entre otras cosas me decía que el género humano no podía ser redimido en otro modo y que él quería resucitar al tercer día y se aparecería ante mí y los discípulos y dijo; "Mujer, retiene las lagrimas, no llores, mí bonita madre! Yo no quiero abandonarte por toda la eternidad". Y mientras mi hijo me consolaba así benévolmente, me recomendó al discípulo que amaba y que estaba presente con el corazón lleno de dolor: las palabras penetraron así lamentablememnte y así míseramente en mi corazón que traspasaron mi corazón y mi alma como una espada afilada - también los corazones endurecidos, entonces, tuvieron grande piedad de mí. Quité las manos y los brazos y, en la miseria de mi corazón, habria de buena gana abrazado mi amor, pero ésta no pudo serme concedido. Y, oprimida del gran dolor, me abatí debajo de la cruz, no sé cuanto veces perdí la voz; y cuando recobré y ninguna otra cosa pudo serme concedido, besé la sangre que fluía de sus heridas, tanto que mis mejillas y mi boca, pálidos, se hicieron todos color de sangre.

EL SIRVIENTE: Ay de mí, infinita docilidad, que insondable martirio, que tormento es este dolor! ¿Dónde me tengo que dirigir, hacia quien tengo que dirigir mis miradas? Si miro la bonita Sabiduría, ay de mí, yo veo a tal pena frente a la cual mi corazón tiene que hundirse: afuera gritan contra de él, interiormente la angustia mortal lucha contra él; sus venas están tensas, toda su sangre fluye. Es todo un sufrir, un morir solo sin amor, sin algún consuelo.

Si luego dirijo los ojos hacia la pura Madre, ah, entonces veo al tierno corazón traspasado, como si ciento cuchillos los hubieran hundido, veo a la alma pura toda martirizada. No se vió nada de similar a aquel gesto de ardiente deseo, no se oyó jamás nada de similar a aquel llanto materno. Su débil cuerpo es abatido, vencido por el dolor, su bella cara está manchada de la sangre sin vida. Ay de mí, lamento y pena más grande que cualquier pena! El martirio de su corazón está presente en el sufrimiento de la madre afligida, el martirio de la madre afligida en la muerte inocente del amado Hijo, muerte que le parece más penoso que su misma muerte. él la mira y la consuela con tanto bondad, ella llorando tiende las manos hacia de él y quiere tristemente morir en su lugar.

¿Ah, quién de los dos está peor? ¿Quién del dos sufre la pena más grande? Ninca hubo pena igual. Ah, corazón materno, delicado espíritu femenino! ¿Cómo ha podido nunca tu corazón materno soportar éste inmenso sufrimiento? Sea bendito este tierno corazón! En comparación con todo su dolor todo lo que nunca fue narrado o descrito del sufrimiento del corazón es como un sueño en comparación con la realidad. Eres bendita tú, aurora naciente, sobre todas las creaturas, y bendito sea el prado florido de rosas rojas de tu bello rostro, adornado con la flor roja de rubíes de la eterna Sabiduría!

Ay de mí, tú, delicioso rostro de la bonita Sabiduría, como mueres! Ay de mí, tú, bello cuerpo, como estáis inclinado! Ay de mí y ay de mí, tu sangre pura, como cuela cálido sobre la Madre que te parió! Ay de mí, vosotros todas madres, lloráis para este sufrimiento. Vosotros todos, corazones puros, dejáis que os penetre en el corazón la sangre pura, color de las rosas, que inundó así la pura Madre. Contempláis, vosotros todos, corazones que nunca tuvisteis un sufrimiento interior y miráis como no había nunca nada semejante a este sufrimiento de corazón. No es maravilla que aquí nuestros corazones se desanudan en lamento y piedad, la pena fue así grande que rompió las duras piedras, la tierra tembló, el sol se apagado, para padecer con su creador.