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El Magnificat. La humildad
de María
Padre Francisco Fernández
Carvajal
I.
En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda
humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la
bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes
el Todopoderoso. La virtud de la humildad –que tanto se
transparenta en la vida de la Virgen- es la verdad (SANTA
TERESA, Moradas rectas), es el reconocimiento verdadero de
lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también
el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en
nosotros con su gracia. La humildad descubre que todo lo
bueno que existe en nosotros, tanto en el orden natural como
en el de la gracia, a Dios pertenece. Nada tiene que ver
esta virtud con la timidez o la mediocridad. La humildad no
se opone a que tengamos conciencia de los talentos
recibidos, ni a disfrutaros plenamente con corazón recto;
la humildad no achica, agranda el corazón. A María,
Nuestra Madre le pedimos que nos ayude a alcanzar esta
virtud que Ella tanto apreció.
II. La humildad está en el fundamento de todas las virtudes
y sin ella ninguna podría desarrollarse. No es posible la
santidad sin una lucha eficaz por adquirir esta virtud; ni
siquiera podría darse una auténtica personalidad humana.
La humildad es, especialmente, fundamento de la caridad:
“la morada de la caridad es la humildad “ (Sobre la
virginidad), decía San Agustín. Muchas faltas de caridad
han sido provocadas por faltas previas de vanidad, orgullo,
egoísmo, deseos de sobresalir. El que es humilde no gusta
de exhibirse, sabe que ocupa un puesto para servir, para
cumplir una misión. Hemos de estar en nuestro sitio,
trabajando para Dios, y evitar que la ambición nos ofusque,
y menos convertir la vida en una loca carrera por puestos
cada vez más altos, para los que quizá no serviríamos. La
persona humilde conoce sus limitaciones y posibilidades, es
siempre una ayuda, tiene paciencia con los defectos de
quienes lo rodean, y evita el juicio negativo sobre los demás.
III. Entre los caminos para llegar a la humildad está, en
primer lugar, el desearla ardientemente, valorarla y pedirla
al Señor; ser dóciles en la dirección espiritual; recibir
con alegría la corrección fraterna; aceptar las
humillaciones en silencio, por amor al Señor; la obediencia
rápida y alegre; y sobre todo la alcanzaremos en el
servicio a los demás. Jesús es el ejemplo supremo de
humildad, y nadie sirvió a los hombres con tanta solicitud
como Él lo hizo. María, al confesarse esclava del Señor,
se llena de gozo. Nosotros lo tendremos si somos humildes
como Ella.
Fuente: Colección "Hablar con Dios"
Ediciones Palabra.
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