Se hizo toda para todos 

Padres Antonio Izquierdo, L.C. y Florian Rodero, L.C.

 

¡Cuánto tenemos que imitar a María en la caridad! A nosotros nos cuesta perdonar y olvidar las ofensas; a nosotros nos cuesta servir y darnos; a nosotros nos duele aceptar a los demás como son y quisiéramos hacerlos a todos a nuestra medida; a nosotros los sentimientos nos imponen un comportamiento basado en la susceptibilidad; a nosotros las circunstancias de la vida o las situaciones interiores nos hacen agresivos, desconsiderados, intratables; a nosotros nos gusta ser el centro de los intereses de los demás; en fin, el egoísmo resulta a veces el juego de nuestros momentos de tibieza y mediocridad.


M e d i t a c i ó n

Una de las manifestaciones más hermosas de la caridad es el
perdón. María también tuvo que perdonar a todos los que criticaban a Jesús, y particularmente a quienes le condenaron a muerte y le crucificaron.

1. Un corazón que perdona. El hombre, herido por el pecado, tiende al egoísmo. Nos comprendemos poco unos a otros y pensamos poco en los demás. No tenemos tiempo para hacer el bien a nuestros hermanos. Pensamos demasiado en nosotros mismos. Nuestro yo es el imán de todo cuanto sucede a nuestro alrededor. Por eso, cuando se trata de servir, de perdonar, ¡nos cuesta tanto! Somos indulgentes con nosotros mismos y muy severos con los demás. Nos vendría muy bien reflexionar frecuentemente en la parábola del perdón (Mt 18,21?35), para ver si nos reflejamos en el siervo deudor que después de haber sido perdonado de su inmensa deuda, fue incapaz de perdonar a quien le debía unos céntimos. Al pronunciar las palabras del Padre nuestro: perdónanos nuestras deudas..., deberíamos de hacer un alto para ver si estas palabras que son como un semáforo, nos permiten el pase, o por el contrario, nos avisan con el rojo encendido, que no podemos seguir adelante. El perdón es la flor de la caridad y, al mismo tiempo, el fruto más maduro. Y María, supo perdonar.

2. El perdón de María. María es un ejemplo de caridad. El mayor y mejor acto de caridad de María consistió en haber pronunciado el sí que hizo posible la encarnación del Amor entre los hombres. Fue un gesto de caridad universal. El gesto más heroico de generosidad es entregarse uno mismo en favor de los demás. “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Y María, al asociarse plenamente a la vida, obra y misión de su Hijo, se ofreció con él en la cruz. Sin duda que también María compartía el perdón que su Hijo ofrecía a todos aquellos que le estaban crucificando. Así lo expresa bellamente Pío X en la encíclica “Ad diem illum”: “Cuanto a la caridad que se abraza por Dios, esta virtud llegó hasta hacerla participante de los tormentos de Jesucristo y la asociada de su pasión; además, con El, y como arrancada al sentimiento de su propio dolor, imploró el perdon de sus verdugos, a pesar de aquel grito de su odio: su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Bien sabía María que su Hijo era inocente. El silencio de María durante la vida pública de Jesús es muy significativo. A oídas de María llegarían las críticas acerca de su Hijo: que si comía con los pecadores, que si perdonaba a las mujeres públicas, que si era amigo de los publicanos, que si curaba en sábado...Todos estos rumores herían el corazón tan delicado y materno de María. Pero ella meditaba todo esto en su corazón. No comprendía perfectamente, pero perdonaba sinceramente. Su silencio indulgente es elocuente, es ejemplar, es imitable.

3. Fruto: Pedir a María que nos conceda un corazón dispuesto a perdonar siempre, de todo y a todos.


L e c t u r a

Todas las cosas que encuentras en María están llenas de piedad y misericordia, llenas de mansedumbre y de gracia. Da las gracias a aquel Señor que con una benignísima misericordia proveyó para ti tal mediadora que nada pueda haber en ella que infunda temor.

Ella se hizo toda para todos; de los sabios y de los ignorantes, con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud: Redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, perdón el pecador...; en fin, toda la Trinidad gloriosa, y la misma persona del Hijo recibe de ella la sustancia de la carne humana, a fin de que no haya quien se esconda de su calor. 
(Bernardo de Claraval, siglo XII, homilía en la octava de la Asunción).


O r a c i ó n

No cesamos de acudir a ti, Madre de Dios. 
No despidas desilusionados a tus siervos 
porque tú eres solamente nuestra esperanza.
¡Oh Madre de Dios! 
Jamás, aunque somos indignos, cejaremos de proclamar tu poder. Si no hubieses sido tú quien intercediera por nosotros, 
¿quién nos había librado de tantos peligros?
¡Oh reina! No nos alejes de ti, 
porque tú salvas siempre a tus siervos de cualquier peligro. 
Te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo. Amén. 
(Del oficio divino de la Iglesia griega).


Fuente: Regnum Christi