El silencio de María

Cardenal Pedro de Berulle

 

“Mi madre y mis hermanos, son esos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”

La participación de la Virgen en este tiempo santo es de silencio; es su estado, su vía, su camino. Su vida es una vida de silencio que adora la Palabra eterna. Viendo delante de sus ojos, en su seno, en sus brazos, la Palabra, la Palabra sustancial del Padre, ser mudo reducido al silencio por el estado de su infancia, María es transformada a ejemplo del Verbo encarnado que es su Hijo, su Dios, su único amor. Su vida pasa de silencio de adoración a silencio de transformación; su espíritu y sus sentidos, conspiran igualmente a formar en ella esta vida de silencio.

Por tanto sí un gran motivo, sí presente y sí propio será a ella digna de sus palabras, de sus alabanzas... ¿Quién conoce mejor el estado, las grandezas, las humillaciones de Jesús qué María, en quien ha reposado nueve meses, de quien ha tomado ese pequeño cuerpo que cubre el esplendor de la Divinidad, como un velo con que ocultamos el verdadero Santuario? Quién hablará más dignamente, más divinamente de esas cosas tan grandes, tan divinas que ella la Madre del Verbo eterno, en quien y por quién todas las cosas han sido cumplidas...

Y por tanto ella está en silencio, ¡encantada por el silencio de su Hijo Jesús! El silencio de la Virgen no es un silencio de impotencia; es un silencio de luz y de encantamiento, más elocuente en la alabanza de Jesús que la elocuencia misma. Es un efecto divino en el orden de la gracia, opera por el silencio de Jesús, que imprime este efecto en su Madre, que absorbe en su divinidad toda palabra y todo el pensamiento de su criatura. También es una maravilla de ver que todo el mundo habla y que María no habla punto. Ella escucha. ¡Ella recibe, ofrece y da a su Hijo en silencio!