La Virgen María le habla a los hombres

José J. Castellanos

 

En medio del escepticismo, la incredulidad y el deterioro de las costumbres, es creciente el número de apariciones de la Virgen María que se dan a conocer aquí y allá. Cada uno de estos hechos suele levantar un gran revuelto y poner en movimiento a numerosas personas que de inmediato acuden a constatar el hecho y en torno al mismo se generan movimientos populares que suelen convertirse en centro de polémica.

Durante el Siglo XX, y a partir de las apariciones de Fátima, las noticias de apariciones de la Virgen María en todos los continentes se han multiplicado. La mayoría de las veces dichas supuestas apariciones suelen repetir, con pequeñas variantes, el mensaje central de Fátima: un llamado a la conversión frente al deterioro moral de la vida moderna, con la advertencia de que la paciencia de Dios se está colmando y de no ser por la intercesión de María, un castigo tremendo se habría desatado sobre la humanidad.

Las supuestas apariciones se incrementaron en número y los mensajes adquirieron mayor tono de alarma y amenaza, en la medida en que se acercaba el final del segundo milenio. Los supuestos mensajes que predecían el fin del mundo o tremendos castigos al arribo del año 2000 provocaron, incluso, movimientos religiosos que se apartaron de la disciplina y obediencia a los obispos. Al mismo tiempo, suelen conocerse noticias de importantes conversiones y cambios de vida en torno a algunas de esas apariciones. No pocas de dichas apariciones fueron descubiertas en su mentira o simulación, aunque otras permanecen en observación y análisis, en espera del juicio definitivo de la Iglesia. ¿Qué debe hacer un católico en este contexto?

La Iglesia reconoce la posibilidad de dichas apariciones y las califica como revelaciones privadas o revelaciones particulares, pero se cuida mucho de reconocer su existencia, pues también advierte que en algunos casos el demonio puede valerse de supuestas apariciones para provocar desorientación en los fieles, perderlos o provocar divisiones en el seno de la Iglesia, de allí que existan criterios que un católico debe seguir para no ser víctima de la creduilidad o del escepticismo.

En primer lugar, es importante recordar que ninguna aparición de Nuestro Señor Jesucristo o de la Virgen María, añaden nada nuevo al depósito de la revelación, pues ésta se cerró con el Apocalipsis. Por tanto, nada nuevo hay que añadir a las verdades que constituyen el depósito de la fe y que se encuentra contenido en La Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Por tanto, es importante discernir el sentido que pueden tener estas nuevas apariciones y el sentido de su mensaje.

Vivir plenamente el mensaje de Cristo

El sentido de las revelaciones, que son dirigidas a una persona o a un grupo, consiste en alentar a los fieles a vivir más plenamente el mensaje único de Cristo, cuya interpretación corresponde al Magisterio de la Iglesia, de tal suerte que los videntes no se pueden erigir en intérpretes de la Verdad Reveladas y en todo momento deben sujetar su actuación a las disposiciones de los obispos.

Las apariciones, visiones, locuciones y otras formas como se manifiestan Nuestro Señor o la Virgen tienen como razón de ser el crecimiento de la fe, la conversión y el servicio de la Iglesia. Tan malo es creer cualquier cosa, como negar la posibilidad de que Dios pueda recurrir a este medio para llamar la atención de los tibios o los indiferentes, respecto de la necesidad de la conversión. La idea de que toda aparición está vinculada a una amenaza de desatarse la ira Divina es falsa. La historia de los santos nos indica que en muchos casos Dios se vale de esa relación con los videntes para acrecentar su vida espiritual, para guiarlos en su tarea apostólica, animarlos en la misión que les encomienda o llamar la atención de la Iglesia sobre algún aspecto de la Revelación. No son enseñanzas nuevas, pero sí peticiones que alientan a profundizar en las mismas o a instituir devociones diversas. Recordemos, por ejemplo, el caso de Santa Bernardita, cuando la Virgen se presenta como la Inmaculada Concepción. En el caso de Fátima, además de pedir penitencia y cercanía a los sacramentos, también nos invitó al rezo del Rosario.

Un elemento común de las apariciones marianas, es la expresión de su amor maternal, de su protección frente a los peligros, de mediación para acercarnos a su Hijo. Por lo tanto, nada de las apariciones debe alejarnos ni de Cristo o su Iglesia. Videntes reconocidos por la Iglesia y que hoy están en los altares, coinciden en señalar que cuando la voluntad de quien se aparece –Cristo o María- no coincide con las disposiciones del Obispo, del superior o del confesor, por mandato de ellos es necesario obedecer a la autoridad, pues finalmente Dios encontrará los caminos para que se cumpla el propósito de estas apariciones.

Quienes escriben sobre el tema advierten el peligro de la credibilidad, pues cuando se descubre la falsedad de supuestas apariciones, existe el peligro de perder la fe por la decepción o, lo que es más grave, que se generen movimientos fanáticos que pretenden corregir al magisterio y rechazan la autoridad de la Iglesia, provocando cismas.

Como criterio de discernimiento acerca de una auténtica aparición, se nos dan a conocer algunas características que son propias de las mismas: los videntes evitan ser el centro de la atención; los videntes son personas comunes, incluso sin grandes cualidades espirituales antes de la visión y no se caracterizan por su erudición religiosa; la visión es un hecho inesperado; la relación que se establece con la Virgen o Cristo, conlleva al vidente una gran responsabilidad y no es medio de ser felices en la tierra, sino muestra de predilección para unirse a los sufrimientos de Cristo; el o los videntes relatan con facilidad, fidelidad y consistencia lo que ven y lo que oyen; en el mensaje existe un llamado a la oración, el arrepentimiento, la penitencia y la invitación a frecuentar los sacramentos; se advierte que el mal en el mundo es producto del pecado; el mensaje es breve, claro y cristocéntrico; en dichas revelaciones se manifiesta la presencia de Dios, la vida comunitaria, la conversión y estimulan la vida eclesial. Finalmente, suele ocurrir que en torno a dichas apariciones se producen hechos milagrosos.

Los cristianos no estamos obligados a creer en las apariciones de Cristo o la Virgen, por razón de que en ellas no se añade nada al depósito de la fe. El reconocimiento oficial de algunas de ellas tiene como sentido, precisamente, acoger el mensaje y vivirlo para una mayor comunión con Cristo redentor, para ser fieles a los dones del Espíritu Santo y para acercarnos a Dios Padre.

Seamos prudentes. Lo que debemos saber ya está revelado y forma parte del depósito de la Fe que vigila y transmite la Iglesia. María ocupa por sí misma el lugar que le corresponden en la historia de la Salvación. Ella es nuestra madre, entregada por Cristo en la Cruz, ella es intercesora y protectora nuestra, y su presencia es acercarnos a su Hijo cuando nos alejamos de él. María nos trae paz, humildad, devoción y alegría, donde están estos frutos es que, verdaderamente, allí está Ella, hablándonos y guiándonos en el camino de la Salvación.

Fuente: yoinfluyo.com