Eva y María

Pie Regamey

 

De este primer periodo es preciso señalar sobre todo los numerosos textos que establecen un paralelismo entre Eva y María. El más antiguo de todos ellos es de San Justino, en su Diálogo con el judío Trifón:

Nosotros comprendemos que El (Cristo) se hizo hombre por medio de la Virgen, a fin de que la desobediencia provocada por la serpiente terminase por el mismo camino por donde había comenzado. En efecto, Eva, virgen e intacta, habiendo concebido la palabra de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; en cambio, la Virgen María, habiendo concebido fe y alegría, cuando el ángel Gabriel le anunció que el Espíritu del Señor vendría sobre Ella y que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra, de modo que el Ser santo nacido de Ella sería Hijo de Dios, respondió: «Hágase en mí según tu palabra.» Nació, pues, de Ella Aquel de quien hablan tanto las Escrituras... Por El, Dios arruina el imperio de la serpiente y de los que, sean ángeles o sean hombres, se han hecho como ella, y Dios libera de la muerte a los que se arrepienten y creen en El.

¿Nos damos cuenta del alcance de este antiguo texto? María, nueva Eva, devuelve a la humanidad la vida que la primera Eva le ha hecho perder. No pretendemos que San Justino tuviera en su conciencia la visión clara de la Inmaculada Concepción; sin embargo, está en esas líneas. Una imagen fotográfica, que será perfectamente neta, está ya en las primeras formas, todavía confusas, que el revelador hace aparecer sobre la película. La sucesión de textos que componen este libro va a darnos la impresión de esta nitidez creciente. Las verdades como la Inmaculada Concepción no serán de ningún modo nuevas: la película está impresionada antes de que se la sumerja en el revelador. No es otra la vida de la Iglesia en el curso de los siglos, animada por el Espíritu Santo, tomando conciencia de su fe.

En el paralelismo entre las dos Evas está la creencia en la Inmaculada Concepción de María, ya que supone que la segunda Eva es pura como la primera. Se reconoce también aquí la creencia en la corredención y en la maternidad de gracia. Pero María aparece asociada a la obra regeneradora del nuevo Adán, mientras que Eva lo fue en la perdición, y María es la verdadera Madre de los vivientes, que engendra al mundo de la gracia a la humanidad redimida en su Hijo.

San Ireneo (muerto en el 202-203)) continúa el tema, especialmente en su libro Contra las herejías. Ireneo es la pura tradición joánica: es discípulo de San Policarpo, que era el inmediato discípulo de San Juan.

María, Virgen, se mostró obediente al responder: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Eva se mostró desobediente: desobedeció cuando era todavía virgen. Así como Eva, esposa de Adán pero todavía virgen... desobedeció, y por eso atrajo la muerte sobre ella misma y sobre todo el género humano, así María, desposada pero virgen, al obedecer, obtuvo la salud para sí y para todo el género humano. También la ley da a Eva, la desposada todavía virgen, el nombre de esposa, para manifestar el ciclo que desde María asciende hasta Eva: pues las ataduras de la culpa no podían ser desligadas mas que por un proceso inverso al que siguió el pecado... Es por eso por lo que San Lucas, comenzando su genealogía por el Señor, se remonta hasta Adán, mostrando con ello que no son en absoluto los antepasados según la carne quienes han engendrado al Señor, sino el Señor quien les ha engendrado a la vida nueva del Evangelio. Del mismo modo, el nudo formado por la desobediencia de Eva no ha podido ser desanudado más que por la obediencia de María. Lo que Eva virgen ató por su incredulidad, María virgen lo desató por su fe.

 

María se hace de este modo el abogado de Eva. Señalaremos, según vayan apareciendo, las expresiones que tendrán mayor aceptación. Esta de abogado tiene, en los textos griegos, el sentido de consoladora y de compasiva.

Más todavía: María es «la Virgen que nos regenera». En efecto, aunque San Ireneo sólo presenta su paralelismo entre las dos Evas refiriéndose a los dos consentimientos -la desobediencia de la primera Eva y la obediencia de la segunda-, tiene un sentido tan fuerte de todo lo que entraña la Encarnación, y de la eficacia redentora que posee la venida de Dios a la humanidad, que ve nuestra propia regeneración en el «Hágase» de María. Será necesario que pase el tiempo para hacer más explícita la creencia en la Corredención y en la Mediación marianas, pero esta creencia ya está aquí. Está expuesta hasta el punto de que su fórmula más patente es la dada por San Ireneo, y así se puede reconocer sin forzar el texto. Al contrario, se comprende mejor el conjunto de la doctrina del gran obispo de Lyon, cuando se va viendo cual es el alcance real de su fórmula: «la Virgen que nos regenera».

Notemos, además, en San Ireneo, esta fuerte afirmación de la maternidad divina: El ángel anunciará a la Virgen «que Ella sería encinta por Dios».

El paralelismo entre María y las Santas Escrituras está ya en Clemente de Alejandría:

La virginidad fecunda de María es comparable a la de las Escrituras del Señor. Las Escrituras son fecundas por la luz que irradia de ellas y la verdad que ponen en el inundo; pero permanecen vírgenes, y envuelven con un velo santo y puro los misterios de la verdad.

 

Orígenes, en su comentario sobre San Juan, hacia el año 240-250, tiene uno de los primeros textos que hablan a nuestro corazón con un acento medieval y moderno, con un sentido admirable de la maternidad de María:

Nos atrevemos a decir que la flor de las Escrituras son los Evangelios, y la flor de los Evangelios, el de San Juan. Nadie sabrá comprender su sentido si no ha reposado en el pecho de Jesús y recibido de Jesús a María, convertida así en su madre. Pero para ser otro Juan es preciso poder, como él, ser mostrado por Jesús en calidad de Jesús. En efecto, si, siguiendo el parecer de los que piensan de Ella rectamente, María no ha tenido más hijo que Jesús, y Jesús dice a su Madre: «He aquí a tu hijo», y no «He aquí otro hijo», entonces es como si El dijera: «Aquí tienes a Jesús, a quien tú has dado la vida.» En efecto, cualquiera que se ha consumado (en Cristo), no vive más, sino que vive Cristo en él; y puesto que en él vive Cristo, de él dice Jesús a María: «He aquí a tú hijo: Cristo.»

 

He aquí las intuiciones que la piedad concibe. Alcanzan una mayor profundidad que los razonamientos: lo que veremos ahora nos hace adivinar que ya entonces la devoción popular, que no ha dejado apenas documentos, era realista,expresiva, ávida de un contacto directo con los objetos, y estaba más evolucionada que el pensamiento de los doctores. De la necesidad de color y realismo en el siglo II tenemos algunos testimonios: sobre todo un oráculo sibilino y el Protoevangelio de Santiago.

Los oráculos sibilinos son una colección de textos que proceden de toda clase de medios espirituales. Hay entre ellos algunos cristianos,del tiempo de Marco Aurelio (161-180). He aquí el pasaje que cuenta la Anunciación:

Al fin de los tiempos, El (el Creador) descendió
a la tierra;

pequeño niño,
nació del seno de la Virgen María, nueva luz;
venido del cielo, revistió una forma mortal.

Primero apareció Gabriel bajo un aspecto pode
roso y digno de veneración.

Luego el arcángel dirigió la palabra a la Virgen.
Pero ella se llenó de turbación y de temor al oirle,
y quedó temblorosa; su espíritu estaba sorpren
dido,

su corazón palpitaba ante aquellas palabras inauditas.

Después se tranquilizó; su corazón fue aquietado
por la voz del ángel.

Sonrió virginalmente, y el rubor cubrió sus me
jillas;

acariciada por la alegría, y conmovida su alma
de respeto,
recobró el ánimo. El Verbo voló a su seno.

Hecho carne al fin, y engendrado en sus entrañas,
tomó forma mortal y fue hecho niño

por un alumbramiento virginal: gran maravilla
para los hombres,

pero no gran maravilla para Dios el Padre, y Dios
el Hijo.

Por el recién nacido, la tierra exulta,
el Trono celeste sonríe, y el mundo se conmueve.