Todos vinculados a la Virgen

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

 

Es inconcebible un buen cristianos que no tenga una devoción  tierna hacia  María. En la historia personal de cada uno de nosotros tenemos presente una imagen, advocación o santuario mariano, que ha tenido mucho que ver en nuestro seguir de cerca de Cristo.

Sabemos que la Virgen es una sola, peor, como cada uno tiene su gusto, no podemos unificar a María y dejar su imagen reducida a una advocación. ¿Por qué a cada uno nos “gusta” más una imagen que otra?. La mayoría de las veces depende del lugar en donde hayamos recibido la educación religiosa, pues, cada colegio y Congregación tiene la “suya”, v.gr. María Auxiliadora, los Salesianos; también el lugar de nuestro nacimiento ha influido grandemente, pues, el santuario o la ermita en donde se veneraba la imagen, tal vez patrona del pueblo o ciudad, ha marcado nuestra religiosidad des de pequeño, pues, allí nos llevaron nuestros mayores y allí libremente acudimos, cuando íbamos creciendo.

Ese vínculo inicial con Jesús a través de María fue calando en nuestro interior con el paso del tiempo, tal vez no “hacemos externamente” las cosas de antes, pero sí, aunque de manera distinta, la amamos.

¿Quién no ha estado a gusto en el silencio de un santuario, ermita o capilla? El recogimiento exterior nos invita al dialogo con la Madre, allí nuestro espíritu se explaya con Ella, como fiel guardadora de nuestros secretos y pronta, la mismo tiempo eficaz, mensajera de nuestra súplicas a su Hijo.  ¡Cuántas veces la paz interior ha sido recuperada a los pies de Nuestra Señora!.

Cuando nuestra devoción ha arraigado fuertemente en nuestro interior, no podemos pasar, si los inconvenientes no son grandes, por delante del santuario, capilla o ermita de “nuestra Virgen”, sin que le hagamos una visita, la mayoría de las veces con un tono de agradecimiento por tantos beneficios, que por su mediación hemos recibido del Señor, sin olvidar que estamos en ese “valle de lágrimas” y que seguimos necesitando de su ayuda y amparo.

Nos duele el fanatismo, pero nos consuela  la verdadera y sencilla devoción. Nos molestas las huecas, aunque bonitas, palabras, y nos entusiasma el reflejo de virtudes de María en tantas personas, que quieren ser en realidad verdaderos hijos de tal Madre.

¿Qué cristiano no guarda en su casa o cartera una imagen de “su Virgen”? Para él sigue siendo la mejor, aunque sabe que “todas” son iguales. Como no quiere olvidarla, procura agenciarse una imagen para que se la recuerde constantemente, ya que nuestra condición de olvidadizos nos va haciendo malas jugadas.

¡Cuántas personas tiene vinculado el rumbo de sus vidas a la decisión que con serenidad un día tomaron a los pies de “su Virgen” en aquel santuario grandioso y artístico, en la capilla o ermita callada y silenciosa, pero con buenas condiciones acústicas para oír lo que el Señor le ofrecía por manos de María. En el interior de esas almas se oyó con gran nitidez, pero con suave voz  la invitación tantas veces repetida: “Haced lo que El os diga” (Jn. 2,5).