Es
inconcebible un buen cristianos que no tenga una devoción
tierna hacia
María. En la historia personal de cada uno de nosotros
tenemos presente una imagen, advocación o santuario mariano, que ha
tenido mucho que ver en nuestro seguir de cerca de Cristo.
Sabemos
que la Virgen es una sola, peor, como cada uno tiene su gusto, no
podemos unificar a María y dejar su imagen reducida a una advocación.
¿Por qué a cada uno nos “gusta” más una imagen que otra?. La
mayoría de las veces depende del lugar en donde hayamos recibido la
educación religiosa, pues, cada colegio y Congregación tiene la
“suya”, v.gr. María Auxiliadora, los Salesianos; también el
lugar de nuestro nacimiento ha influido grandemente, pues, el
santuario o la ermita en donde se veneraba la imagen, tal vez
patrona del pueblo o ciudad, ha marcado nuestra religiosidad des de
pequeño, pues, allí nos llevaron nuestros mayores y allí
libremente acudimos, cuando íbamos creciendo.
Ese
vínculo inicial con Jesús a través de María fue calando en
nuestro interior con el paso del tiempo, tal vez no “hacemos
externamente” las cosas de antes, pero sí, aunque de manera
distinta, la amamos.
¿Quién
no ha estado a gusto en el silencio de un santuario, ermita o
capilla? El recogimiento exterior nos invita al dialogo con la
Madre, allí nuestro espíritu se explaya con Ella, como fiel
guardadora de nuestros secretos y pronta, la mismo tiempo eficaz,
mensajera de nuestra súplicas a su Hijo.
¡Cuántas veces la paz interior ha sido recuperada a los
pies de Nuestra Señora!.
Cuando
nuestra devoción ha arraigado fuertemente en nuestro interior, no
podemos pasar, si los inconvenientes no son grandes, por delante del
santuario, capilla o ermita de “nuestra Virgen”, sin que le
hagamos una visita, la mayoría de las veces con un tono de
agradecimiento por tantos beneficios, que por su mediación hemos
recibido del Señor, sin olvidar que estamos en ese “valle de lágrimas”
y que seguimos necesitando de su ayuda y amparo.
Nos
duele el fanatismo, pero nos consuela
la verdadera y sencilla devoción. Nos molestas las huecas,
aunque bonitas, palabras, y nos entusiasma el reflejo de virtudes de
María en tantas personas, que quieren ser en realidad verdaderos
hijos de tal Madre.
¿Qué
cristiano no guarda en su casa o cartera una imagen de “su
Virgen”? Para él sigue siendo la mejor, aunque sabe que
“todas” son iguales. Como no quiere olvidarla, procura
agenciarse una imagen para que se la recuerde constantemente, ya que
nuestra condición de olvidadizos nos va haciendo malas jugadas.
¡Cuántas
personas tiene vinculado el rumbo de sus vidas a la decisión que
con serenidad un día tomaron a los pies de “su Virgen” en aquel
santuario grandioso y artístico, en la capilla o ermita callada y
silenciosa, pero con buenas condiciones acústicas para oír lo que
el Señor le ofrecía por manos de María. En el interior de esas
almas se oyó con gran nitidez, pero con suave voz
la invitación tantas veces repetida: “Haced lo que El os
diga” (Jn. 2,5).
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