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Toda persona está
expuesta a un montón de eventualidades y sufrimientos, que la vida
le proporciona, María como persona normal no estuvo exenta de estas
inquietudes ante el futuro suyo y de su familia.
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Ella se le añadía algo que le afectaba de manera exclusiva, pues,
tenía una misión única e irrepetible que conocía algo pero no
del todo descifrado.
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Aceptó el ser Madre
del Mesías, Ella conocedora de la Sagrada Escritura sabía lo que
le estaba reservado a su Hijo para redimirnos, pero tenía la
angustia del cómo y el cuándo acontecería lo anunciado.
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La fe le hacía
aceptar los designios de Dios, pero no los comprendía, tuvo siempre
presente lo que le dijo Simeón: “Una espada te atravesará tu
alma”.
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También le inquietó
la respuesta que su Hijo le dio al encontrarlo en el templo: “¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que tenía que ocuparme de las
cosas de mi Padre?
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Estos
acontecimientos le daban pistas de la misión que tenía que cumplir
su Hijo, pero no sabía con certeza el tiempo de realizarlo, por eso
la inquietud se albergaba en su alma.
¡Cuantas
veces al contemplar a su Hijo instintivamente le venían a la mente
las profecías acerca de la misión del Mesías avaladas por el
anuncio de Simeón. La contestación que le dio su Hijo en el templo
a los 12 años.
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La fe no le quitaba
las angustias que invadían su alma, que estaba constantemente en
vilo por la espera del inicio del cumplimiento de las profecías.
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Las madres tienen un
instinto especial para conocer lo que les pasa a los hijos, Ella
descubriría con su instinto materno el silencio de su Hijo,
silencio cargado de preocupaciones que a veces se reservaría para
evitar sufrimientos a su Madre.
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Lo que aquietaría
el alma de María era la fe inquebrantable que sin conocer muchas
cosas, si sabía del gran amor del Padre quien había querido
compartir con Ella su familiaridad por la que con todo derecho Ella
sola podría llamar al Hijo de Dios, “Hijo mío” Ella tuvo la
grata experiencia de la seguridad que da la fe, por lo que las
inquietudes que el futuro le deparaba, le hacía ponérselas en las
manos de Dios Padre.
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Son compatibles las
inquietudes y la fe, las
primeras están arraigadas
en el alma humana y la fe las guía, las ilumina y produce en
el alma sosiego y quietud.
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