Maria, en la fe de la Iglesia

Padre Alejandro Martínez Sierra, S. J.

 

 Los dogmas marianos están al servicio del misterio de la encarnación del Hijo de Dios. En el Credo de la Iglesia, María está presente al confesar la fe en el Hijo del Padre: «... por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre». Con ello, la Iglesia afirma dos verdades: que María es realmente madre 
de Dios; y que concibe virginalmente.
La maternidad divina de María está abundantemente testificada en el Nuevo Testamento. Sin embargo, en el siglo V fue necesario reafirmarla. Nestorio, patriarca de Constantinopla, entendió mal la unión de las dos naturalezas en Cristo (divina y humana) y llegó a afirmar que María no era madre, sino portadora de Dios. El Concilio de Éfeso (431) definió solemnemente la maternidad divina de María, y así quedaba establecida la unión de las dos naturalezas en la única persona del Verbo. Por eso cuando decimos «María es madre de Dios», afirmamos el dogma central de la Cristología: «Cristo, Dios y hombre verdadero».
La virginidad de María está atestiguada por Mateo y Lucas en sus evangelios, y por la Tradición de la Iglesia, de suerte que a María se le ha llamado «La siempre virgen» en los mismos Credos o profesiones de fe. 
El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes de que convivieran, se encontró en cinta por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18).
María dijo al ángel: «¿Cómo será esto, pues no conozco varón?» Y el ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 34—35).
La Inmaculada Concepción no fue definida como dogma hasta el año 1854 por el Papa Pío IX. Nunca dudó la Iglesia de la gran santidad de María por su vocación excepcional. Pero fue necesaria una larga reflexión teológica para comprender que esa santidad abarcaba la vida de María desde el primer momento de su ser personal.
Más reciente en su definición solemne, pero más antiguo en la fe de la Iglesia, es el dogma de la Asunción de María. Lo definió el Papa Pío XII en el año 1950. María, como la perfectamente redimida, ha participado de una manera plena en el triunfo de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Como Inmaculada estuvo libre de pecado, como Asumpta participa en cuerpo y alma en la victoria de Cristo sobre la muerte.
Éstas son las cuatro grandes verdades de fe que la Iglesia profesa acerca de María. Otras muchas forman parte también de esa rica doctrina con la que la Iglesia medita, presenta y celebra el misterio de María.