La familia, como María participa de la Palabra y de la Eucaristía en un solo banquete

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El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, se ha complacido en llamar a María “la mujer eucarística”. Y es que María, al aceptar encarnar en su seno al Verbo de Dios, de manera anticipada ya estaba anunciando que de forma semejante, iba a transformarse, por la palabra del Dios hecho hombre, un pedazo de pan y una copa de vino en su propio cuerpo y sangre para dar vida eterna a quienes lo coman. María, con el fruto bendito de su vientre, se convierte en el primer altar donde se ofrece el Hijo de Dios, para dar vida y en abundancia, a todos los hombres, como señala en su prólogo, Juan.
Además, Ella, en la visita a su prima Isabel se convierte en la custodia viviente que porta a su Hijo Jesús en el vientre, llenando de bendición y gracia a Isabel y su hijo Juan, todavía en su seno. La adoración a Jesús sacramentado y la bendición que ofrece a quien se acerca, son un preludio de la adoración que luego hará la Iglesia a Jesús Eucaristía y la sana costumbre de recibir su bendición. El lema: “A Jesús, por María”, desde este pasaje evangélico, nos sugiere también esa connotación eucarística: “A Jesús Eucaristía por María”. Aquí vemos claramente la relación natural que hay entre Jesús Eucaristía y el rezo del santo rosario, donde María se convierte en la gran intercesora ante su Hijo eucarístico.
Pero, tal vez, ilumine mejor el papel de María en orden a la asamblea eucarística, el hecho de encontrarse María, reunida en oración con la primera comunidad apostólica para recibir al Espíritu Santo. Este hecho es también un signo que anuncia y prepara la comunidad eucarística, donde siempre estará presente María, también.
Y si las asambleas eucarísticas siempre ofrecieron la palabra de Dios y la Eucaristía como un mismo banquete, María también participó de ellas plenamente. Mas, cuando Ella misma enriqueció la palabra de Dios, no sólo al darle voz humana al Verbo divino, sino compartiendo todas aquellas palabras que guardaba fielmente en su corazón y que eran palabras de Dios. María, sin duda, era el testigo más cualificado de la vida y enseñanzas de Jesús. Por boca de María también habló Dios y nos ha revelado su mensaje de salvación.
Hoy, la Iglesia invita a la familia a participar en la Eucaristía que es la expresión máxima de santificación familiar (FC 57).
El sacrificio eucarístico, sacrificio de la nueva alianza, invita a los esposos cristianos a vivificar su propia alianza conyugal y a vivirla como Jesús, amando hasta dar la vida por quien se ama y siendo fiel hasta la muerte y muerte de cruz.
Sin duda, para toda la familia, la Eucaristía debe ser “el manantial de la caridad” que lleva a la comunión donde han de amarse (y amasarse) todos los miembros de la familia hasta ser el solo pan eucarístico, el cuerpo de Cristo (Cf. FC 57).
Pero, no debe olvidar la familia, que la Eucaristía es también banquete de la palabra de Dios. Y que la Iglesia ha puesto en todas sus celebraciones litúrgicas la Sagrada Escritura, como parte fundamental, porque quiere que los fieles reunidos se nutran de ella. Considera la Iglesia que la Liturgia no sería fuente de vida si llegara a faltarle la palabra de Dios. Por consiguiente, no se participa plenamente de la Misa, si no se escucha atentamente la palabra de Dios.
Por eso, la familia cristiana, como tal, si quiere nutrirse plenamente ha de participar en la Eucaristía y ha de acoger, como María, la palabra de Dios, con fe y con amor. Y en la medida en que la familia acoja el Evangelio y lo madure en la fe vivida, se hará comunidad evangelizadora (Cf. FC 52).
Esta exigencia de participar en el banquete de la palabra de Dios, se torna más urgente, cuando constatamos que, con frecuencia, es el único espacio que busca la familia para alimentarse de la palabra de Dios.
Este hecho nos debe motivar a los pastores para fomentar en las familias la participación frecuente en la Eucaristía, sobre todo, la de los domingos que con mayor amplitud el sacerdote celebrante trata de mejor nutrir con la palabra de Dios a la comunidad.

Fuente: apostoloteca.org