En compañia de María

Movimiento de Vida Cristiana 

Se inicia el año con muchas expectativas, planes y horizontes nuevos. Se prolonga en los primeros días de este mes el gozo por el nacimiento del Reconciliador, que debe acompañarnos a lo largo de todo el año. Empieza el año nuevo con la urgencia de acoger con mayor intensidad el don de la Encarnación: El Hijo de Dios que se ha hecho hombre, naciendo de Santa María, para la salvación de todos los hombres. "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre"[1].

Es la presencia de María, la Madre del Reconciliador, la que no debe pasar inadvertida en estos días. No es casualidad que el primer día del año -para muchos esto pasa desapercibido- sea una solemnidad litúrgica dedicada a la Virgen. Cada 1° de enero la Iglesia celebra con gran gozo la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Esta solemnidad fue una de las primeras fiestas marianas que apareció en la Iglesia en Occidente. Hay noticias de su celebración en Roma desde muy antiguo, la cual estaría relacionada a la dedicación, precisamente el 1° de enero, del templo "Santa María Antigua" en el Foro Romano, una de las primeras iglesias dedicadas a María en Roma.

La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de "María, Madre de Dios" que han sido encontradas en las catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones. Con el tiempo la fiesta variaría de día, y fue con la reforma del calendario litúrgico que se realizó luego del Concilio Vaticano II que se señaló finalmente el primer día del año como fecha de su celebración, con la máxima categoría litúrgica de solemnidad, que es como la celebramos hoy.

MADRE DE DIOS Y DE LA IGLESIA

«María, Madre de Dios» fue por tanto un título con el que muchos cristianos veneraban a Santa María ya desde los primeros siglos. Así lo reconocía también el Concilio de Éfeso, en el año 431, al proclamar esta verdad como dogma. Se trataba del primer dogma mariano, y como todo en la vida de María, está referido a Cristo, señalando una verdad fundamental sobre el Hijo de Dios. La maternidad de María «no es un asunto de poco relieve, sino que está entrañablemente unido al misterio redentor del Señor Jesús»[2]. "Madre de Dios", o Teotokos, como se decía en griego, no era tan sólo un título honorífico o meramente piadoso para referirse a la madre del Señor Jesús.

«La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios (...) porque es la madre del Hijo eterno hecho hombre, que es Dios mismo»[3]. El dogma proclamado en Éfeso buscaba defender una verdad sobre Cristo mismo. Todo giraba en torno a cómo Jesús podía ser Dios y hombre a la vez. La teología católica ha sostenido como verdad de fe que Jesús es una sola persona con dos naturalezas, una humana y otra divina. Esto es precisamente lo que no entendía Nestorio, Patriarca de Constantinopla en el año 428, quien afirmaba que en Jesús había dos personas distintas. Para él se podía considerar a la Virgen como madre del hombre Jesús, pero no de la persona divina, y al paso de este error salió con gran decisión el Concilio de Éfeso y muchísimos santos, entre los que se destacó San Cirilo de Alejandría.

De la maternidad del Señor Jesús se pasa a la dimensión de la maternidad del Pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II, cuyo cuarenta aniversario de clausura hemos celebrado recientemente, destacaba esta dimensión fundamental sobre la presencia de Santa María. Ahí encontramos hermosas y profundas enseñanzas en torno a la Madre del Redentor, a quien la Iglesia venera «como madre amantísima, con afecto de piedad filial»[4]. Es Ella, no duda en destacar a continuación el Concilio, quien «en la Santa Iglesia ocupa después de Cristo el lugar más alto y el más cercano a nosotros»[5]. El Papa Pablo VI proclamó durante el Concilio a María como Madre de la Iglesia, pidiendo además que «de ahora en adelante, la Virgen sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»[6].

DEJÁNDONOS ACOMPAÑAR POR SANTA MARÍA

Recordar que Santa María es Madre de la Iglesia nos recuerda que ella tiene una relación personal con cada uno de sus hijos, con cada uno de nosotros. No es pues, nuevamente, tan sólo un título honorífico, sino que expresa una verdad que cuando tomamos conciencia de ella, podemos vivimos y experimentamos en la vida cotidiana con tantísimos frutos. Son muchos los pasajes bíblicos que nos recuerdan su función maternal y su presencia atenta a los signos, y nos la muestran señalando siempre hacia aquel que es nuestro Reconciliador[7]. Sea en la Anunciación-Encarnación[8], en Caná[9], o en el momento culminante de la Cruz, cuando por deseo expreso del Señor Jesús nos asume como hijos[10], María aparece en toda su grandeza como ejemplo de vida cristiana y de anuncio evangelizador. Fue también la experiencia de los primeros cristianos, como ha quedado escrito en los Hechos de los Apóstoles, donde se evidencia con claridad la función maternal de María respecto a la Iglesia, y así lo recogió y lo vivió la tradición de la Iglesia.

Dejarnos acompañar por Santa María es tener en nuestra vida cotidiana una constante presencia mariana. Sabemos bien que ella, siguiendo el designio divino y porque somos hijos suyos, camina a nuestro lado en el sendero hacia el Señor Jesús. Podemos dar por descontada su presencia maternal y su intercesión. Debemos recordar, sin embargo, que cuando se camina "en compañía" no se entiende tan sólo el que dos personas sencillamente recorran un mismo camino juntos como dos desconocidos. Todo lo contrario, pues esa "compañía" implica comunicación, una relación, diálogo y un irse conociendo cada vez más. Una pregunta entonces está dirigida a nosotros: ¿Nos dejamos acompañar por Santa María en nuestra vida cristiana?

La vida de Santa María nos ilumina constantemente en las respuestas a determinadas situaciones, en actitudes, aproximaciones, nos educa en la generosidad, la reverencia, la esperanza, la perseverancia. Podríamos seguir enumerando muchísimas virtudes que nuestra Madre nos enseña. Pero no se trata de verla sólo como un ejemplo, a veces lejano o quizás más cercano, sino como alguien que recorre con nosotros un mismo caminar, y que por tanto nos ofrece constantemente su mano para llevarnos por el camino que conduce a su Hijo, el Señor Jesús. Estar «en compañía de María» es vivir cotidianamente a su lado: «Sigámosla en sus pasos, permanezcamos junto a Ella en todos sus misterios, y dejémonos sellar por sus estados y disposiciones interiores (...) acudamos a la escuela de Dios»[11]. Si así lo hacemos, aprenderemos a amarla a Ella como la amó el Señor Jesús, y entonces nos iremos configurando cada vez más con Él. Al mirar a la Virgen, nos decía el Papa Benedicto XVI, su «celestial candor nos atrae hacia Dios, ayudándonos a superar la tentación de una vida mediocre, hecha de compromisos con el mal, para orientarnos decididamente hacia el auténtico bien, que es manantial de alegría»[12].

ACOMPAÑARLA EN EL ANUNCIO EVANGELIZADOR

Hay una manera de "acompañar" a María que resulta especialmente importante. Es el acompañarla en el anuncio de su Hijo. Luego de aquel hermoso episodio de la Anunciación-Encarnación, cuando Santa María lleva ya en su seno a quien es la Buena Nueva, la Virgen se dirige hacia las alturas de Judá para compartir con su prima Isabel el mensaje divino del que es privilegiada portadora. Se hace aquí evidente una realidad que se encuentra siempre presente en la vida de María: llevar a los demás hacia su Hijo. La dimensión apostólica es una constante en la Santísima Virgen.

Así, Santa María nos invita a acompañarla en esa misión que es anunciar al Señor Jesús a todos los pueblos. Ella que es maestra de evangelización quiere que de su mano aprendamos también a dirigir a muchas personas hacia el Señor Jesús, quiere que nosotros vivamos también «intensamente la dinámica irradiativa de la Palabra, la sobreabundancia plenificadora que se torna ansia comunicativa»[13]. Si nos dejamos acompañar por María, si nos dejamos tocar por su Corazón Inmaculado, nos veremos llevados a participar de su función dinámica, a cooperar con ella colaborando con aquel anuncio reconciliador que hoy se hace tan necesario y que es para nosotros camino de santidad.

EN COMPAÑÍA DE MARÍA CAMINO A PENTECOSTÉS

Nos encontramos en este tiempo preparándonos para un acontecimiento muy especial. Como todos sabemos, el Papa Benedicto XVI ha convocado a representantes de los movimientos eclesiales de todo el mundo para participar en un encuentro que se realizará en Roma en la Solemnidad de Pentecostés. Respondiendo a la invitación del Sucesor de Pedro, esperamos que una importante delegación del Movimiento vaya en peregrinación para celebrar con gran gozo la efusión del Espíritu Santo sobre Santa María y los apóstoles.

Era en torno a Santa María que se congregaban los apóstoles y los primeros discípulos. «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús»[14] nos recuerda los Hechos de los Apóstoles, precisamente antes de narrar el acontecimiento de Pentecostés. Encontramos en este pasaje un horizonte hermoso de preparación para la gran fiesta del Espíritu que celebraremos el próximo mes de junio. Así como los primeros apóstoles aguardaron la venida del Paráclito "con un mismo espíritu" y "en compañía de María", así nos vemos hoy invitados a prepararnos para celebrar Pentecostés, en comunión con el Vicario de Cristo, siguiendo ese gran ejemplo.

¿Qué cosa significa esto para nuestra vida diaria? Para empezar, comprometernos con una piedad filial mariana más intensa y cotidiana, que nos lleve a ese caminar "en compañía" de Santa María. También, como los apóstoles alrededor de la Madre de Jesús, renovar nuestras intenciones con respecto a nuestra vida espiritual, y en ello pedir mucho la intercesión de María. Nunca está de más querer conocer más a nuestra Madre, y en el estudio encontraremos también ocasión única de dejarnos acompañar por Ella y profundizar en su persona. De igual modo, y esto es muy importante, caminar junto a María nos lleva a comprometernos en el apostolado, en el anuncio evangelizador, y en la ayuda solidaria a los más necesitados. Para algunos esto puede significar hacer más apostolado, y para otros será dejarse iluminar en el anuncio por el magnífico ejemplo que nos da Santa María al dar a conocer a su Hijo.

CITAS PARA MEDITAR
Guía para la Oración

Madre del Reconciliador: Mt 1,16 ; Lc 1,26-38. 
Madre de Dios y de la Iglesia: Jn 19,25-27. 
Dejándonos acompañar por Santa María: Jn 2,1ss. 
Acompañarla en el anuncio evangelizador: Lc 1,39-45. 
En compañía de María camino a Pentecostés: Hech 1,14 ; Hech 2,1ss. 

PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO

¿Qué significa para ti la maternidad espiritual de María? ¿Cómo vives tu filiación a María? 
¿Experimentas en tu vida el auxilio de Santa María en tu camino de conformación con el Señor Jesús? 
¿De qué manera María te acompaña en tu vida cotidiana? ¿Qué puedes hacer para vivir en constante presencia de María en la vida diaria? 
¿Por qué María nos da ejemplo en el anuncio de la Buena Nueva? ¿Qué cosas concretas te enseña Santa María para tu propio apostolado? 
¿Qué importancia tiene tu preparación personal para Pentecostés 2006? ¿Qué estás haciendo? 


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[1] Credo Niceno Constantinopolitano. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 456 y ss.

[2] Luis Fernando Figari, María desde Puebla, Fondo Editorial, Lima 1992; p.29.

[3] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 495 y 509.

[4] Lumen gentium, 53.

[5] Lumen gentium, 54.

[6] S.S. Pablo VI, Discurso de clausura de la tercera sesión conciliar, 21/11/1964.

[7] Cf. 2Cor 5,19.

[8] Lc 1, 26-38.

[9] Jn 2, 1ss.

[10] Jn 19, 25.

[11] Luis Fernando Figari, En Compañía de María, Vida y Espiritualidad, Lima 1995, p. 24.

[12] S.S. Benedicto XVI, Angelus, 8/12/2005.

[13] Luis Fernando Figari, En Compañía de María, ob. cit., p. 44.

[14] Hech 1,14.

Fuente: caminohaciadios.com