El Rosario y el régimen de contemplación

Áurea Sanjuán Miró, o.p.

 

Me propongo hablar del Rosario desde la óptica de una vida específicamente contemplativa. Juan Pablo II en su Carta Apostólica sobre el Rosario y citando a Pablo VI, afirma: "Sin contemplación el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad". ¿Cuál y cómo es la contemplación que debe animar este rezo?

Se me ha pedido este tema apelando a mi condición de monja dominica lo cual sugiere que voy a tratarlo hablando desde "dentro" y no de "oídas". Aunque incluyo numerosas citas de documentos eclesiales, mi aportación es fruto de la propia experiencia de vida y de una reflexión muy personal que os comunico pero que no necesariamente tenéis que compartir.

Cabe comenzar aclarando qué entiendo por contemplación y por vida específicamente contemplativa, teniendo en cuenta que nos movemos en el terreno cristiano y dentro de la orden dominicana. 

Descripción de la dimensión contemplativa

Los documentos eclesiales, con su peculiar lenguaje, describen y definen qué son las monjas, intercambiando con frecuencia los términos "contemplativas" y "de clausura". Así tenemos párrafos de este tenor:

"La dimensión contemplativa es radicalmente una realidad de gracia, vivida por el creyente como un don de Dios, que le hace capaz de conocer al Padre en el misterio de la comunión trinitaria, y de poder gustar "las profundidades de Dios". 

"Las monjas de clausura son « signo de la unión exclusiva de la Iglesia-Esposa con su Señor, profundamente amado"

"Las monjas de clausura, en la escucha unánime y en la acogida amorosa de la palabra del Padre: « Éste es mi Hijo predilecto, en el cual me complazco" (cf. Mt 3, 17), permanecen siempre « con Él en el monte santo" (2 Pe 1, 17-18) y, fijando la mirada en Jesucristo, envueltas por la nube de la presencia divina, se adhieren plenamente al Señor".

Reconociendo la profundidad de estos documentos, y agradeciendo la valoración que hacen de nuestro modo de vida, cabe advertir que dan pie a que se enseñoree la fantasía, y la idealización, en detrimento de la realidad concreta y cotidiana que efectivamente vivimos en nuestros claustros. 

Una vida sencilla más acorde con esa sencillez que se bebe en las Bienaventuranzas y en las parábolas de Jesús que siempre hablaba de lo cotidiano y tangible. De lo concreto que afectaba a la experiencia de sus oyentes. El mercader entendía aquello de arriesgarlo todo por alcanzar el negocio de la perla de gran valor. La mujer conocía la importancia de la levadura para que fermente la masa. 

No somos seres abstractos y no podemos quedarnos con definiciones abstractas, tampoco con afirmaciones gratuitas ni hermenéuticas apresuradas como aquella que se hacía del episodio evangélico de Marta y María. Marta servía, María escucha y Jesús sanciona: "María ha escogido la mejor parte". Hoy sabemos que "la mejor parte" corresponde a aquel que hace de la escucha a la Palabra el motor que dinamiza su servicio. Fue Jesús quien impuso el criterio: "tuve hambre, estuve desnudo, preso... me diste de comer, vestidos para mi desnudez, acompañaste mi soledad".

Hablar de lo cotidiano y concreto, es lo que en realidad hacemos dentro y fuera del claustro. El secreto está en descubrir en lo trivial el mensaje profundo de ese Padre que viste a las amapolas del campo, alimenta a las aves del cielo y cuenta los cabellos de nuestra cabeza. El secreto está en hacer de los sentimientos de Jesús nuestros sentimientos, reaccionar como Él ante el que sufre o está contento, acompañando en el duelo y en la fiesta, tal como hizo María a la que encontramos en el Calvario pero también en las bodas. El secreto está en mirar como miraba Jesús, mirar con los ojos de Jesús. Ponernos las gafas de Jesús, "todo es del color del cristal con que se mira". Esa es a mi entender y dicho con sencillez la contemplación cristiana, la contemplación dominicana, mirar, admirar, lo que nos rodea con ojos de compasión y misericordia, con ojos de bondad y de paz. Con mirada de gratitud y alabanza a ese Padre que muestra sus secretos a los humildes y sencillos y los esconde a los prudentes.

El Rosario. Elogio de la "rutina"

¿Qué función tiene aquí el Rosario? Es el papel pautado o el telón de fondo sobre el que contemplamos el misterio de Cristo en comunión vital con Jesús a través de su Madre Maria.

En su sencillez el rezo del Rosario puede ser vivido como un reflexivo remanso en la jornada. Un momento en que la comunidad, reunida como antaño la familia, repasa al compás de las avemarías los misterios de Jesús. Sin grandes elucubraciones, con la monotonía de las "oraciones del corazón". Rutina, monotonía y rezo del Rosario frecuentemente van a la par. Es la experiencia concreta de cada uno de quienes lo rezamos a diario. 

Sin menoscabo de una meditación más profunda, cabe hacer el elogio de la rutina, tan vilipendiada. Gracias a ella hay cosas que realizadas maquinalmente salen bien, incluso mejor. Rezar el Rosario con su exigencia de ritmo tranquilo puede ser un momento apaciguador de la enervación cotidiana generada por los apremios en las tareas, las interferencias de la convivencia, incluso la atención a la nota y al compás musical que exige el canto litúrgico. La rutina permite vagar a la mente sin esfuerzos por reducir a "la loca de la casa", en el decir de Teresa. 

El rezo del Rosario, repito, sin menoscabo de una mayor profundidad contemplativa, proporciona ese momento de relax, en el que se relativiza un problema, o se apacigua una tensión emocional. "Al tiempo que nuestro corazón puede incluir en estas decenas de avemarías todos los hechos que entraman la vida del individuo... la familia, la iglesia la nación... experiencias personales o del prójimo, sobre todo las personas más entrañablemente cercanas. De este modo la sencilla plegaria sintoniza con el ritmo de la vida humana".

Visto así, vivido así, lejos de engendrar el escrúpulo de la distracción, genera paz, libera paz. Recitando avemarías, enunciando misterios sobriamente, sin pretensiones de profundidad que podrían exacerbarnos, acabamos por empaparnos de la profundidad y a la vez, sencillez del mensaje evangélico.

Lo que no es aceptable es realizar el culto sin comprometerse con la actitud que él indica.

El Rosario es un modo, una manera de orar que admite diversidad de formas. La aquí descrita no es la única ni la mejor, tal vez sí la más habitual y quizá la más denigrada. Y es que el Rosario es un medio de oración y como tal ha de ser comprendido y utilizado.

Rezamos en la oración conclusiva: "Concédenos, Señor, al contemplar los misterios de tu Hijo, imitar lo que proponen"... Lo que importa es orar "en espíritu y verdad". Lo que no es aceptable es realizar el culto sin comprometerse con la actitud que él indica: 

"¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin hacerse cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? 

¿Cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz, crucificado, sin sentir la necesidad de ser el cirineo de cada hombre aquejado por el dolor y oprimido por la desesperación? ¿Cómo contemplar la gloria de Cristo sin sentir el deseo de hacer este mundo más justo, más cercano al proyecto de Dios?

La vida contemplativa tradicionalmente ha privilegiado el apartamiento y la segregación pero nuestro retiro ya no tiene nada que ver con la clásica "fuga mundi". Hoy nos urgen los problemas humanos, el estar cerca de ellos. 

Contemplar a Cristo en los misterios del Rosario y desde una vida consagrada a esa contemplación es exigencia de ser constructores de bondad y de paz. De nada serviría creernos envueltas en " la nube de la presencia divina" si nuestro corazón, nuestro ánimo y nuestros pies se alejaran del sentir y del sufrir humano, es lo que nos dice el Papa: "El Rosario en vez de ser una huida de los problemas del mundo nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad".

Es lo que hizo María atenta y sensible a todas las necesidades, incluso a la de la fiesta. "No tienen vino". Y es lo que se nos pide a las monjas, a las contemplativas, cuando la coyuntura histórica hace que nuestras porterías se llenen de gente pidiendo pan, de gente pidiendo consuelo y sentido para su vivir. De gente que nos pide "enseñadnos a orar". Nos alerta el Papa: "Mientras en la cultura contemporánea... aflora una nueva exigencia de espiritualidad (...) es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en auténticas escuelas de oración".

Ser escuela de oración, remanso de paz en un mundo de agresividad y violencia, ofrecer palabras de sentido y consuelo, ser "capaces de testimoniar en cada circunstancia la caridad" es lo que se nos está pidiendo hoy a los monasterios. Y lo que desde nuestra precariedad intentamos ofrecer. "¿Cómo contemplar el misterio de Cristo sin sentir el deseo de hacer este mundo más justo, más cercano al proyecto de Dios?"

El Rosario un método para contemplar 

El Rosario en su sencillez y concreción es un modo, un método y un medio de oración, de una oración que no pretende explicar el Misterio, sino intuirlo, contemplarlo, empaparse de él. 

Privilegiamos el pensamiento, la razón, pero en realidad lo que nos dinamiza, es la sensibilidad, la emoción, el sentimiento y en definitiva y en el terreno religioso, el deseo de una configuración cada vez más plena con el sentir, el actuar y el mirar de Jesús.

El Rosario es un método basado en la repetición, pero en una repetición amorosa que no cansa ni aburre. Cristo tiene un corazón divino rico en misericordia y perdón pero también un corazón humano capaz de todas las expresiones de afecto. "Simón, hijo de Juan ¿Me quieres?. No se nos escapa la belleza de esta triple repetición que se expresa en términos conocidos por la experiencia universal humana. Para comprender el Rosario es necesario entrar en la dinámica psicológica propia del amor La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo. El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración.

Conclusión 

La vida contemplativa despojada de ese misterio que le conferían las rejas y la separación establecida por una férrea clausura, deviene en un vivir natural y sencillo. Las monjas no somos seres raros pretendiendo una extraña perfección. Nuestro "Vivir escondido en Cristo" es un intento de seguir tras sus huellas. Un intento de pasar, como Él, haciendo el bien. Nuestro contemplar es un intento de mirar por los ojos de Jesús, con "sus gafas". Mirar con el color de su cristal. Mirar con ojos de bondad, de amor y gratitud a personas acontecimientos y cosas. Un intento de ofrecer y compartir "esa mejor parte" y esa "perla de gran valor" patrimonio de todo seguidor de Jesús. Un intento, en definitiva, tarea de todo cristiano. 

Nuestra contemplación quiere ser cristiana, por eso ha de aportar su fruto. Rezamos "Venga a nosotros tu Reino" y estamos pidiendo "Ayúdanos a construir Tu Reino" 

Nuestros monasterios quieren ser escuelas de oración, remansos de paz y consuelo. Testimonio de caridad. 

Rezar el Rosario en la vida monástica es un momento de la jornada y un rezo entre los rezos, pero a lo que aspiramos es a rezar ese Rosario constante que fue la vida de María "que guardaba esas cosas y las meditaba en su corazón". No sólo recitar avemarías, sino obedecer su consejo "haced lo que Él os diga" 

Reflexión a modo de epílogo: El Rosario un tesoro que recuperar

Es mucho lo que se afirma a favor del Rosario, aunque siempre con el condicional "si se recita bien, como verdadera oración meditativa" y desde luego sin la "charlatanería y locuacidad advertida por el mismo Jesús. 

Sin embargo es obvio que el Rosario padece una crisis que el Papa insta a afrontar. Se va relegando su rezo y en muchos sectores, incluso los religiosos, va quedando en el "baúl de los recuerdos" único lugar en el que los jóvenes conocen ese objeto denominado "rosario" y que usaba la abuela. Una devoción en otros tiempos presente en casi todos los hogares cristianos y que ya no es transmitida a las nuevas generaciones. Una devoción que suscita recuerdos en los mayores. Pero ¿pueden las nostalgias devolver vitalidad? ¿Podrá el Rosario recobrar hoy su vigor? 

Son orientadoras las palabras de Pablo VI: "Ciertas prácticas culturales, que en un tiempo no lejano parecían apropiadas para expresar el sentimiento religioso de los individuos y de las comunidades cristianas, parecen hoy insuficientes... porque están vinculadas a esquemas socioculturales del pasado". "La Iglesia, no se ata a los esquemas representativos de las varias épocas culturales ni a las particulares concepciones antropológicas subyacentes, y comprende como algunas expresiones de culto, perfectamente válidas en sí mismas, son menos aptas para los hombres pertenecientes a épocas y civilizaciones distintas".

Debemos afrontar con realismo la crisis del Rosario. No basta con afirmar sus valores y privilegios. "Resulta que las formas en que se manifiesta dicha piedad, sujetas al desgaste del tiempo, parecen necesitar una renovación que permita sustituir en ellas los elementos caducos y dar valor a los perennes..."

Es cierto que el Rosario puede recobrar su vitalidad atendiendo a la actualidad de esas "Oraciones del corazón" y a la demanda de espiritualidad que aflora en la cultura contemporánea impulsada también por el influjo de otras religiones pero pesan sobre él demasiados prejuicios originados en parte por la conciencia de su origen como alternativa al salterio para la "gente sencilla". 

El Rosario, pese a los privilegios que le ha otorgado su arraigada tradición, en algunos sectores es considerado como oración de rango popular y humilde. Son conocidas las anécdotas que se cuentan de personas sencillas, casi siempre ancianas y mujeres o "monjitas de clausura" que consiguen algo grande rezando en un rincón de la iglesia su Rosario. Los sabios, los prudentes, los más avezados, tenemos otras cosas más importantes que hacer u otras devociones más cultas.

Otra rémora que pesa sobre este modo de oración es su status de "obligación cotidiana". El Rosario, en nuestros ambientes religiosos suele ser un deber que hay que cumplir cada día. Nuestros horarios la incluyen y cuando no se ha podido coincidir con él es frecuente escuchar: "Aún me falta el Rosario". Y ya se sabe lo obligatorio suele dañar la devoción. 

Por otra parte, el Rosario es sujeto, a veces, de unos encomios que rondan lo desmesurado y que contrastan con la realización concreta de su rezo que muchas veces deriva en una recitación mecánica, soñolienta o bien precipitada.

Al Rosario, como oración mariana por excelencia cabe aplicarle la advertencia conciliar ratificada por Pablo VI y más recientemente por Juan Pablo II que nos exhortan a abstenernos de "toda falsa exageración" y a la vez de "una excesiva mezquindad de alma". Exageración que falsea la doctrina y estrechez de mente que oscurece la figura y la misión de María. En este caso la función del Rosario. 

Ni "falsa exageración" ni "estrechez de mente". Están claras las indicaciones de la Iglesia. Seguirlas nos inducen a relativizar. Relativizar tanto el rezo del Rosario como su estructura, favoreciendo la creatividad y la libertad. El mismo Papa nos ha dado ejemplo de ello alterando el esquema tradicional que conservaba el paralelismo con el Salterio, al añadir una nueva serie de misterios. Es preciso mantener el Rosario en lo que es sin desmesuras que lo falseen ni prejuicios que lo minusvaloren. No es un fin en sí mismo. El Rosario es un modo, un método, un medio de oración. Y como tal está al servicio de la contemplación y sujeto a la vulnerabilidad del tiempo y la evolución sociocultural. Es vano el empeño de mantener lo obsoleto, y es preciso favorecer una metamorfosis que mantenga lo esencial aún dando vida a nuevas formas: "la verdadera devoción, culto y amor a María," esa que consiste en hacer la voluntad del Padre en seguimiento de Jesús. Esto es lo fundamental que hay que mantener. El fin al que como medio conduce es a la configuración con Cristo y a hacernos "como respirar sus sentimientos."

Fuente: Espíritu y vida