El Sacerdote y su Madre 

Mons. Fulton Sheen

Cada sacerdote tiene dos madres: una en la carne, la otra en el espíritu. Se sabe mucho más acerca de la primera; se ha escrito mucho más acerca de la segunda. No existe más rivalidad entre estas dos madres que entre el padre terrenal del sacerdote y su Padre celestial. Con frecuencia, uno de los primeros actos de la madre terrena era poner su hijo a los pies de la Santísima Virgen, como hizo la madre del autor, para simbolizar la entrega de la filiación.

¿Cuántas serían las conferencias secretas entre estas dos madres en la que la madre de la tierra suplicó a la madre del cielo que un día él sostuviera una hostia y un cáliz en sus manos? 

Si esto es verdad (como dicen los Padres) que María concibió en su corazón antes de concebir en su seno, ¿no podrá decirse lo mismo de las madres de muchos sacerdotes? Algunos sacerdotes han sido llamados a la onceava hora, pero muchas madres puede parafrasear el libro de proverbios y decir: 'Todavía no era el hijo, y yo concebí un sacerdote'. Como Dios consultó con Maria para preguntar si ella Le daría una naturaleza humana, así también consulta muy seguido con la madre de un sacerdote para pedirle su consentimiento para la continuación de Su sacerdocio. Cuando se realiza el sueño de la madre, ¿qué pensamientos pasan por el alma de su hijo, ahora un sacerdote? 

El sacerdote, primero, renuncia al amor terrenal de una mujer, igual que María renunció al amor terrenal de un hombre. El 'yo no conozco mujer' del sacerdote, equivale al 'yo no conozco varón' de María (Lucas 1,34). La expresión en la Escritura significa unión carnal, como en el Génesis 4,1 ('Adán conoció a su esposa, Eva, y ella concibió'). Desde el principio, el sacerdote sabe que el amor es simultáneamente una afirmación y una negación. Toda protesta de amor es una limitación de otro amor opuesto. El verdadero amor, por su naturaleza, impone restricciones. El hombre casado se impone limitaciones con respecto a todas las mujeres, con excepción de una. El sacerdote no admite excepción, y lo hace en el ejercicio de una libertad perfecta. En la Encarnación, Dios estableció un baluarte en la humanidad por medio de la libre selección de una mujer; ahora Nuestro Señor encuentra una extensión de Su sacerdocio en el libre acto de un sacerdote. Él espera nuestro consentimiento. 

Nuestra madre terrenal deseó en general concebir, pero, ¿cuándo se realizaría esto?; no puede saberse. No así la entrega del sacerdote en la ordenación. Su entrega es como la de Maria. Ella deseó a Su Hijo y concibió. Así el sacerdote deseó pertenecer a Dios, y él puede identificar el día y la hora. Mientras más sirva a esa entrega, más sabe que los que están encadenados a Cristo son libres.

Pero un sacerdote no puede vivir sin amor. La Madre Santísima sabía que no podía haber concepción sin fuego ni pasión. ¿Cómo podía tener un hijo, ya que ella 'no conocía varón'? El cielo tenía la contestación. Desde luego, habría fuego y pasión y amor, pero ese fuego y ese amor serian el Espíritu Santo.

Tampoco el sacerdote puede vivir sin amor. Si va a haber una generación de almas, y si él va a ser un 'padre' engendrando otros en Cristo, debe existir el amor. Ese amor es el mismo de María: el fuego y pasión del Espíritu Santo cubriéndolo. Como en ella, la virginidad y la maternidad estaban unidas, igual en el sacerdote; debe existir unidad de virginidad y paternidad. Esto no es esterilidad sino fecundidad, no es ausencia del amor sino su éxtasis. El siguiente paso en el amor del sacerdote es el servicio. Porque también el Hijo del Hombre no vino para ser servid, sino para servir. MARCOS 10,45. 

Como la maternidad espiritual de Maria no era un privilegio separado de su humanidad, tampoco es así la paternidad espiritual del sacerdote. Nada provoca tanto el servicio de otros, como un sentido de la propia indignidad cuando se es visitado por la gracia de Dios. María, yendo de prisa sobre la colina a la Visitación, reveló cómo ella, la sierva del Señor, se convirtió en la sierva de Isabel. Ella es ahora el ejemplo para el sacerdote de que Cristo dentro de él debe procurar dedicación 'a los que nos aman en la Fe' (TITO 3,15), y a toda la humanidad. Así como la visita de María santificó a Juan el Bautista, así la visita del sacerdote víctima siempre santificará las almas.


Cada llamada de enfermo será para el sacerdote el misterio de la Visitación vuelto a repetir. El llevar al Santísimo Sacramento en su pecho, en coche o a pie, lo convierte en otra Maria llevando a Cristo dentro de su cuerpo puro. Sin entretenerse en las llamadas de enfermos, sin demorarse mientras la familia se preocupa, sino como María, el sacerdote se 'apresura', ya que nada exige tanta rapidez como la necesidad de otros. Mientras más poseído de Cristo esté el sacerdote, será más probable que escuche de aquellos que le abren la puerta cuando lleva al Santísimo Sacramento: 'desde el mismo instante en que tu saludo sonó en mis oídos' (Lucas 1,44), mi corazón se llenó de gozo. El sacerdote santo inspira Magnificas en cada visita a los enfermos, como le dicen las familias de la parroquia: '¿De dónde a mí que venga a visitarme (Lucas 1,43) otro Cristo?'. 

El sacerdote siente un profundo amor por María, no solamente en sus mejores momentos, sino en sus fracasos. Él confía en su intercesión para combatir sus debilidades. Entonces se vuelve a ella con especial atención, sabiendo que el hijo que cae con más frecuencia, será el que obtenga más besos de la madre.


Si alguna vez lo domina la naturaleza de Simón; si llegan momentos cuando, como Dimas, 'me ha abandonado por amor a este siglo' (II TIMOTEO 4,9); si llega a ser conocido en la parroquia como un buen golfista, 'un muchacho simpático' o 'uno de los muchachos' más que un buen sacerdote, entonces él sabe a dónde debe ir para que lo ayuden a encontrar de nuevo a su Señor. Debe ir a María. Ella, también, 'perdió' a Cristo. 


Esa pérdida física fue un símbolo de la pérdida espiritual que el sacerdote sufre al perder su primer ardor. El Corazón de María es atravesado con una espada ante la pérdida de cada alter Christus. Pero ella anda también en busca de ellos. El tener a Dios y después Perderlo, es una pérdida mucho mayor que el no Haberlo tenido nunca. María y el sacerdote débil sufren juntos, pero de modo diferente. Ella sintió la oscuridad de perder a Dios, cuando el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin saberlo ella (Lucas 2,43). Fue en este momento cuando Maria se convirtió en el Refugio de los Pecadores. Ella entendió lo que era el pecado; ya que siendo una criatura, perdió experimentalmente al Creador. Perdió al Hijo sólo en la oscuridad mística del alma, mientras que el sacerdote que cae, siente la negrura moral de un corazón ingrato. 

Pero María encontró al Niño. A todos los obispos y sacerdotes a través de las edades, ella les dio la lección de que no debemos esperar que regresen los perdidos; debemos salir a buscarlos. Y su intercesión ayudará en los casos más desesperados; como le decimos con Agustín: 'Lo que los otros santos pueden hacer con tu ayuda, Tú sola puedes hacerlo sin ellos'.


En la fiesta de las Bodas de Caná, María enseña al sacerdote qué tanto pertenece a la Iglesia, y qué poco a él mismo. En este tiempo y durante la fiesta ella es llamada 'Madre de Jesús' (JUAN 2,1.3). Al final, sin embargo, se convierte en 'mujer' (JUAN 2.4). Lo que aquí pasó es como lo que pasó cuando Cristo se perdió por tres días. María había dicho entonces: 'Tu padre y yo (LUCAS 2,48), y Nuestro Señor le había recordado inmediatamente a Su Padre Celestial, pensando en el misterio de la Anunciación, y el hecho de que José era sólo su padre putativo.


Desde ese momento, José desaparece de la Sagrada Escritura; no se vuelve a saber de él. En Caná, 'la madre de Jesús' pide una manifestación de Su papel Mesiánico y de Su Divinidad a su Hijo; Nuestro Señor le dice que el momento en que Él haga un milagro y empiece Su Vida Pública, va hacia Su 'Hora', la cruz. Una vez que el 'agua se convierte en vino' ante la divina mirada, ella se convierte en 'mujer'. Así como José desaparece en el Templo, así María como la Madre de Jesús, desaparece para convertirse en la Madre de todos aquellos a los que Él redimirá. Ella nunca vuelve a hablar en la Sagrada Escritura. Ha pronunciado sus últimas palabras, y qué hermoso adiós fue: 
Cualquier cosa que Él os diga, hacedla .JUAN 2,5. 

Ella es ahora la 'Madre Universal', la mujer con más semillas que las arenas del mar.

(El sacerdote no se Pertenece), Fulton Sheen

Fuente: www.homiletica.com.ar