Florilegio mariano:
¡Ave, María, llena de gracia. El Señor te ama!
¡Tu Hijo será luz de las naciones y gloria de tu pueblo...!
¡Una espada atravesará tu corazón...!
¡Dichoso el vientre que llevó al Hijo y los pechos que lo criaron!
¡Jesús!, ¿por qué no has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos.
¡Jesús, no tienen vino! Haced lo que él os diga.
¡Señor!, tu madre y tus hermanos están ahí.
¿Quiénes son mia madre y mis hermanos?
Estaba junto a la cruz su Madre . ¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!
¡Madre, se ha consumado la obra!
¡Hijo, no nos queda nada que dar!
Señor, en este mes de mayo en que los cristianos honramos especialmente a María, tu Madre y madre nuestra, queremos dedicar este momento de meditación a compartir espiritualmente con ella algunos pasos de tu vida y de la suya consagrados a la obra de nuestra redención . ¡Gracias por tu bondad! Ayúdanos a hacer memoria del Amor.
Gracias a ti, ¡Oh Dios Padre!, que nos diste el ser, que pusiste en marcha el ser del cosmos y dotaste a una de tus criaturas –el hombre- con dones de inteligencia y libertad, para que fuera feliz, participando de tu vida sobre la faz de la tierra.
Lamentamos que esa criatura suya, la más amada, se convirtiera en la más infiel y desagradecida, pretendiendo hacerse igual a Dios y gobernarse a sí misma, sin pudor. Por ella, el mundo –que era hermoso- quedó manchado : manchado con sangre inocente, con odios que germinaron por doquier, con egoísmos que sembraron miserias e injusticias...
Mas tus entrañas de Padre que quieren al hijo, aunque parezca eternamente perdido en la borrachera de sus pasiones, pensaron en librarlo de la miseria y extravíos que él mismo se fabricó como obra de sus manos, y elaboraron un proyecto sorprendente de salvación.
Tu proyecto, Padre, fue que el Hijo de tus entrañas viniera a buscar por los vericuetos del mundo y del mal a la infiel y desgraciada criatura que había perdido el camino de la Bienaventuranza que lleva a la Casa Paterna y se había internado en la selva de sus pasiones, injusticias e idolatrías...
Y tu vigorosa mano de artista, ¡oh Padre! , fue quien, para enviar a tu Hijo al mundo en carne mortal, puso sus ojos en una doncella piadosa, pura, fiel, de nombre María de Nazaret, y le suplicó por medio del Ángel que accediera a compartir la mayor obra de amor que se iba a realizar: recrear al hombre en su calidad de hijo amado, redimiéndolo y haciéndole retornar a tu regazo.
María, la mejor rosa de tu jardín, no pudo decir que no, e hizo de su vientre y de su corazón matriz, cuna, hogar, templo, amor y ofrenda para que toda la obra de salvación diera comienzo, a fin de que pudiera alcanzarse nueva boda del hijo pródigo con la Verdad, el Amor, la Fidelidad, el Retorno a la Casa Paterna.
¡Salve, María!, doncella-madre, que entregándose al Padre con fe y confianza, serviste de mediadora y alcanzaste una maternidad ilimitada sobre todos los hijos redimidos por tu Hijo.
Tu, Señora, flor de amor en el jardín de la infancia de Jesús, adoctrinada por el Niño-Maestro, te fuiste preparando para el tiempo del sufrir y redimir, tú acompañaste a tu Hijo desde Nazaret al lago de Galilea, desde Galilea a Jerusalén , y desde Jerusalén al monte Calvario, donde ambos –Madre e Hijo- consumasteis la obra querida por el Padre, y os entregasteis sin medida, sin reserva.
¡Gloria a ti, Padre, por haber tomado a María para Madre de tu Hijo encarnado!
¡Gloria a ti, María, Señora nuestra, Madre de Dios encarnado!.
Haznos agradecidos al Padre, hijos en el Hijo, sensibles al impulso del Espíritu.
Haz que siempre tengamos en ti a la maestra y guía que nos lleva por el camino del amor y del dolor, de la confianza y de la esperanza, del vivir y del morir. Amén.
Fuente:
dominicos.org