Maria, la mujer que canta el triunfo de los pobres

Eduardo A. González

 

Sin contar con ningún dato bíblico sobre la infancia de María, podemos suponer que vivió como las mujeres judías de su tiempo en la pequeña aldea de Nazaret, muy ligada al ambiente de su familia hasta comprometerse con José, un joven trabajador.
Nazaret pertenecía a la región de la Galilea. Sus habitantes solían dar a sus hijos e hijas nombres relacionados con la experiencia política y religiosa de los antepasados. Eran nombres que recordaban proezas de gran intensidad militante. 
El de María, remite a la hermana de Aarón, que encabezó la fiesta junto con las demás mujeres, cuando el pueblo logró la liberación de la explotación del Faraón de Egipto atravesando el Mar Rojo y entonó: “Canten al Señor, que se ha cubierto de gloria; él hundió en el mar los caballos y los carros de guerra” (Ex 15, 20-21). 
María, después del anuncio de su concepción, visita a Isabel, quien la recibe con las palabras “Feliz de ti por haber creído” (cf. Lc 1,38-45).
A la alabanza de Isabel, responde María con el canto llamado Magnificat, proclamando el advenimiento del Misterio de la Salvación, la venida del “Mesías de los pobres”. 
El Dios de la Alianza, cantado en el júbilo de su espíritu por la Virgen de Nazaret, es el que “derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías, dispersa a los soberbios y muestra su misericordia...” (cf. Lc 1,46-55 - CDSI, 59).
La sorpresa se produce porque los triunfadores y poderosos de aquel entonces y de la sociedad globalizada de hoy, son dejados de lado para que los excluidos y abandonados pasen a ocupar el lugar privilegiado.
“La mujer de nuestra época, deseosa de participar con poder de decisión en las elecciones de la comunidad, contemplará con íntima alegría a María, que puesta en diálogo con Dios, da su consentimiento activo y responsable, no a la solución de un problema contingente, sino a la obra de los siglos...
Comprobará con gozosa sorpresa que María de Nazaret, aún habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo muy distinto de una mujer pasiva o de religiosidad alienante. Por el contrario, fue una mujer que no dudó en proclamar que Dios hace justicia a los humildes y a los oprimidos, derribando a los poderosos de su trono.
Reconocerá en María, que sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, a una mujer fuerte, que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio. Estas situaciones no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad” (Pablo VI: El culto a María).
Por eso, Juan XXII, en la encíclica Pacem in terris, que inspirándose en el Canto de los Angeles en Belén, es la primera que se dirige también “a todos los hombres de buena voluntad” (CDSI, 94), señala, entre las características de nuestro época, que la mujer “no tolera que se la trate como cosa inanimada o mero instrumento: exige, por el contrario que, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública, se le reconozcan los derechos y obligaciones propios de la persona humana”.

Fuente:  sanantoniodepadua.org