María y los sacerdotes en la vida actual de la Iglesia

 

J. Esquerda Bifet 

 

1. María y los sacerdotes en la vida actual de la iglesia

Juan Pablo II, en la Carta a todos los sacerdotes de la iglesia con ocasión del jueves santo de 1979, utilizaba una expresión emblemática de la conciencia que hoy tiene la iglesia de las relaciones que unen a María con el sacerdote. Decía así: "Se da en nuestro sacerdocio ministerial la dimensión espléndida y penetrante de la cercanía a la madre de Cristo. Trataremos pues, de vivir esta dimensión. Si es lícito recurrir aquí a la propia experiencia, os diré que, escribiéndoos recurro sobre todo, a mi experiencia personal". La devoción mariana, de ordinario, se siente como una necesidad de protección, de ayuda, como una respuesta a las exigencias del corazón. Esto resalta un valor —como respuesta a las necesidades del hombre—, pero también su fragilidad, como medida de la debilidad del hombre, con riesgo de cultivar un infantilismo inconsciente.

Juan Pablo II ve, en cambio, la devoción mariana del sacerdote —y esto vale también para la devoción mariana en general— como conciencia de un dato objetivo: la cercanía de la Virgen. Esto responde a la situación de indigencia del hombre, que es una realidad de la que todos tenemos experiencia; pero no lo encierra en el infantilismo, como si sólo sirviese para crear una barrera de protección, sino que lo promueve hacia la plena madurez propuesta en el plan de Dios que quiere grande al hombre y le hace posible la perfección con la ayuda de la gracia. Con ello el hombre puede llegar más allá de sus propios recursos humanos y realizar incluso un ideal sobrenatural: ser hijo adoptivo de Dios en Cristo.

La cercanía de María, en efecto, es "la presencia operante junto con la cual la iglesia quiere vivir el misterio de Cristo" de que habla Pablo Vl en la Marialis cultus. Es la "misión materna de María en la economía de la salvación" que la iglesia siempre ha profesado, descrita en la LG (cf n. 62) como actual, porque continúa la misión que Dios asignó a María en el plano de la salvación y, por tanto, en la historia de la redención. La afirmación del papa antes referida no es una cita aislada, sino que se hace eco, aunque con acentos y sugerencias particulares, de la enseñanza de los pontífices, de los obispos y de la iglesia en estos dos siglos a través de muchos documentos que se refieren a la vida pastoral y ascética. ¿Cómo ha acogido la iglesia, y en particular los sacerdotes, esa afirmación de Juan Pablo ll? La crisis o cuestión mariana de los años inmediatos a la terminación del Vat II va apagándose como un temporal cuando se deshacen las nubes bajo la cálida luz del sol. Por todos es reconocido que "el fervor con el que Juan Pablo II vive el misterio mariano no es otra cosa que una fidelidad", porque "la iglesia ha ido tomando conciencia lentamente del misterio mariano. Lejos de haber añadido algo por iniciativa a lo que enseña la Escritura, la iglesia ha encontrado siempre a la Virgen en cada uno de los pasos en que intentaba descubrir a Cristo".

En la afirmación de Juan Pablo II muchos encontraron una confirmación de su fe y de su experiencia otros muchos deben sentirse llamados a reflexionar y tomar conciencia de esta dimensión mariana de su vida sacerdotal. Signos de la actualidad del tema mariano para los sacerdotes son los siguientes documentos (por citar sólo los más conspicuos, debido a su carácter oficial): los dos párrafos del Vat II (OT 8 y PO 18), algunas profundas intervenciones de Pablo Vl, la citada carta de Juan Pablo II y la instrucción de la Congregación para la Educación Católica, la cual, al dar normas para la formación espiritual de los sacerdotes, afirma: "No se podría decir lo que requieren las circunstancias actuales... si no se recordase, al menos breve pero firmemente, lo que debe ser en el seminario la devoción a la virgen María". Hay que advertir cuidadosamente en el planteamiento actual un elemento nuevo o, mejor, de maduración. En torno al tema sacerdotes y María no tenemos sólo la exhortación a cultivar la devoción a la Virgen con prácticas ascéticas o devocionales, sino que encontramos, sobre todo, una fuerte llamada a acoger la presencia de María en la vida del sacerdote y en toda su actividad.

II. La madre de los sacerdotes a la luz de la palabra de Dios

Juan Pablo III comienza su discurso sobre la madre de los sacerdotes recordando las palabras que Jesús dirigió en la cruz a María: "El discípulo predilecto que, siendo uno de los doce, había oído en el cenáculo las palabras Haced esto en memoria mía, fue confiado por Cristo a su madre, desde lo alto de la cruz, con las palabras He aquí a tu hijo. El hombre que el jueves santo había recibido la potestad de celebrar la eucaristía fue dado como hijo a su madre con estas palabras del Redentor agonizante. Por tanto, todos nosotros que recibimos la misma potestad] mediante la ordenación sacerdotal, tenemos, en cierto sentido, los primeros, el derecho de ver en ella a nuestra madre. Deseo, por eso, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María a la madre del sacerdocio que hemos recibido de Cristo".

Cuando Juan Pablo II presenta la cercanía de María como una dimensión de nuestro sacerdocio ministerial, evoca que María no es extraña a nuestro sacerdocio. No es acercada a nosotros sólo por un motivo contingente de sentimentalismo, de interés, de costumbres..., no es sólo un elemento decorativo. Si es una dimensión, concurre a constituir la realidad que es nuestro sacerdocio; es elemento suyo integrante. No reconocerlo sería una deficiencia; no respetarlo, una culpa. De hecho, el sacerdote encuentra en tal relación con María una actuación particular y cualificada de las relaciones que, en virtud de la misión materna que Dios la asignó en la economía salvífica, unen a María con la iglesia y con cada cristiano. Actuación particular y cualificada, porque el sacerdote en el misterio de la iglesia tiene el puesto y la misión que competen al sacerdocio ministerial, que está al servicio del sacerdocio común de los fieles, pero difiere de él "esencialmente y no sólo en grado" (LG 10). ¿Cuáles serán esas relaciones particulares y cualificadas entre María y el sacerdote? No podrán ser más que aquellas que la unen a Cristo precisamente en cuanto es sacerdote, es decir, en cuanto es "cabeza y siervo de la iglesia". De tal oficio sacerdotal de Cristo en la iglesia el sacerdote es sacramento, esto es, expresión visible y ministro eficaz, en el cual obra el mismo Cristo.

Ahora bien, la iglesia nos enseña que hay "una unión de la madre con el Hijo en la obra de la redención" (LG 57), porque fue querida por Dios como "generosa colaboradora" del divino Redentor (LC 61), y por eso de hecho "cooperó de un modo del todo especial en la obra del Salvador" (LG 61). No fue "instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que colaboró a la salvación del hombre con libre fe y obediencia" (LG 56). En esta societas y cooperatio de María con su Hijo que acompaña a toda la obra salvífica de Jesús "desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57) y "perdura sin cesar hasta la perpetua coronación de los elegidos" (LG 62), sus relaciones con el Hijo miran siempre al aspecto propiamente sacerdotal de Cristo. Intentar intuirlas y describirlas seria una empresa temeraria. Estamos ante el misterio. Pero tenemos que afirmar su existencia y su realidad, si la "societas Mariae cum Christo" es una realidad y no una fantasía. En ese "sacramento del sacerdocio de Cristo en su aspecto ministerial" que es el sacerdote, tales relaciones deben encontrar también su expresión sacramental de signo y eficacia.

Además, la "función de salvación" por la que María con su "múltiple intercesión" continúa obteniéndonos las gracias de la salvación eterna, y la "materna caridad con que toma bajo su cuidado a los hermanos de su Hijo" (LG 62) tienen que mirar, en el sacerdote, a lo que es propio de su ser sacerdote y de su obrar como sacerdote. Se entrevé, pues, lo que significa para el sacerdote la cercanía de María y su presencia operativa. Es la relación particular a que hace referencia Juan Pablo II al comentar las palabras de Jesús al discípulo predilecto: María es "de modo particular nuestra madre, la madre de los sacerdotes". Desgraciadamente, la costumbre de dar a estas expresiones un sentido superficial y vago, más bien devocional y sentimental, obstaculiza el tomar conciencia de la realidad mistérica que expresan.

Hay que recordar también el misterio de pentecostés en el que "vemos a los apóstoles... perseverando unánimes en la oración con las mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos" (He 1,14); y asimismo "María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que ya la había cubierto con su sombra en la anunciación" (LG 59). Espontáneamente viene a la memoria el comentario que ya hacia san Cromacio de Aquileya, en un texto reproducido por la MC (n. 28): M/I "No se puede hablar de iglesia si no está presente María, la madre del Señor, con los hermanos de éste". Se habla de toda la iglesia, es verdad; pero así como es del todo singular el puesto que en ella ocupan los apóstoles, así también es natural deducir una relación singular entre María y los sacerdotes.

Los maestros de la espiritualidad sacerdotal, p.ej., los de la escuela francesa (Olier, Bérulle...), se refieren también con frecuencia a los otros misterios en que encontramos a María junto a Cristo: encarnación, presentación en el templo... La reflexión, sin embargo, destaca la analogía entre María en el misterio de la iglesia y en la comunión de los santos que refleja la unión fraterna entre todos los fieles porque son hijos de María, "a cuya generación y educación coopera con amor materno" (LG 63). Más, pues que de textos particulares, es del conjunto de lo que refiere la Escritura sobre María de donde se debe deducir la realidad y el valor de su presencia en el misterio salvífico, particularmente en la vida y en el ministerio de los sacerdotes.

lll. Relaciones entre María y los sacerdotes en la tradición eclesial A lo largo de la historia de la iglesia tales relaciones han sido estudiadas y vividas en profundidad según un trazado evolutivo que vamos a señalar.

ANALOGÍAS ENTRE MARÍA Y EL SACERDOTE. El paralelismo entre María y el sacerdote es espontáneo, porque los dos tienen como finalidad dar a Cristo a la humanidad, y ha pasado por dolorosas vicisitudes que han sido cuidadosamente examinadas por el clásico libro de R. Laurentin María - ecclesia - sacerdotium (Paris 1952, 688 pp.). El pensamiento fundamental de los padres es que "María madre de Dios, ha engendrado a Cristo, pan de vida, sacrificio, victima y sacerdote". Un texto del Pseudo-Epifanio pasa de la maternidad de María a su sacerdocio, llamando a la Virgen "sacerdote y al mismo tiempo altar", porque nos ha dado a Cristo "pan celestial para la remisión de los pecados". En el medievo el paralelismo se desarrolla y se profundiza, sobre todo hacia 1245, con el Mariale de Alberto Magno, que, en virtud del principio de omnicontinencia, pone e María "por encima de todos los coros de los ángeles" y "de toda la iglesia militante". Ella no recibió el sacramento del orden (que implicaría una imperfección), pero fue colmada "de una gracia universal... y poseyó equivalente y excelentemente la dignidad de cada orden". Esta tesis se impondrá entre los teólogos, no sin oposición por parte de los franciscanos. Bernardino de Siena llegará a decir: "El poder de los sacerdotes supera al de la Virgen en cuatro modos: en brevedad, grandeza, inmortalidad y reiterabilidad". Otros dos elementos son claramente introducidos en la relación entre María y el sacerdote: la idea de oblación sacrificial que Bernardo de Claraval (+ 1153) atribuye a la Virgen consagrada a este fin, y su ejemplaridad con respecto al sacerdote celebrante. A este propósito Antonino de Florencia (+ 1453) observa que felizmente se pone la imagen de la Virgen junto al altar, "para que el sacerdote celebrante, mirando a María mientras celebra los divinos misterios, mida las cualidades de aquella a quien fue confiada la Palabra, por medio de su sola palabra, y quién debe ser el sacerdote, que con su palabra o, mejor, con la palabra de Cristo proferida por él, hace de la sustancia del pan y del vino el cuerpo y sangre de Cristo".

El s. XVII, en que surge el primer tratado de mariología, nos reserva la sorpresa de no deber atribuir a la llamada escuela francesa de espiritualidad la creación de la idea del sacerdocio mariano. Su elaboración explícita es debida al jesuita Quirino de Salazar (+ 1646), el primer teólogo que estudió ex profeso los problemas de la participación de María en la redención y de su sacerdocio. Este autor relaciona el sacerdocio de María no ya, como los medievales, con el sacerdocio ministerial, sino con el sacerdocio de Cristo, que es participado a María: "La Virgen impregnada de la unción (de Cristo sacerdote y pontífice supremo).... obtuvo un sacerdocio excelente y eminente, superior al de los otros cristianos". Por otros caminos, Hipólito Marracci (+ 1675) llegó a componer un libro entero, que se ha quedado en manuscrito, con el título Sacerdotium mysticum marianum, en el que afirma, con Alberto Magno que María, "ungida no exterior sino interiormente, fue consagrada como sacerdote no según la ley, sino según el Espíritu". Con todo, sigue siendo verdad que el éxito y la penetración de la Virgo sacerdos se debe a la corriente espiritual de la que es exponente el fundador del seminario de San Sulpicio, J.J. Olier (+ 1657). Habla de María "completamente perdida y sumida" en el sacrificio del Hijo, y se siente él mismo "retirado en su espíritu y perdido en su misma ofrenda". Olier traduce en espiritualidad las intuiciones teológicas sobre María presentándola como "verdadero santuario de los sacerdotes" y eminente modelo del clero: "Dios ha querido... que el clero mirase a la Virgen santa como la reina y el modelo de su perfección, habiéndola colmado en su interior de todos los dones y de la gracia de que el clero jamás estará lleno. El quiere que la principal preocupación del clero sea honrar en ella la plena y total comunicación de su gracia, de la que Jesús la ha revestido eminentemente".

El período que va desde 1864 a 1916 se presenta como una fase de entusiasmo, en la cual P. Giraud, la madre María de Jesús Deluil-Martiny y mons. Van den Berghe lanzarán la devoción a la Virgo-sacerdos subrayando la perspectiva victimal. Pío X, que al principio animó este movimiento, después se mostró reticente con el intento de evitar novedades y ambigüedades. En 1913 los cardenales inquisidores decretaron que "la imagen de la virgen María, vestida con ornamentos sacerdotales, debía reprobarse". El decreto, publicado en 1916, redujo el fervor y obligó a mayores precisiones del lenguaje, sobre todo para no atribuir a María el sacerdocio jerárquico o ministerial. R. Laurentin ve la solución del antiguo problema en una perspectiva eclesiológica, en la que el sacerdocio de María encuentra su puesto dentro del sacerdocio cristiano. "Excluir a María del sacerdocio jerárquico no significa excluirla de la riqueza analógica del sacerdocio... Ella posee a título individual, como madre de Cristo Dios, el sacerdocio universal que los otros cristianos poseen de un modo colectivo. En este sentido, rico y limitado, ella es el tipo de la iglesia en su sacerdocio"

Con el concilio Vat II se produce un cambio al poner en primer término no el sacerdocio ministerial, sino "el único sacerdocio de Cristo", participado diversamente en la iglesia. A la perspectiva de la acentuación de las diferencias se sustituye la perspectiva de la comunión en su origen y finalidad, evitando siempre toda confusión: "El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo" (LC 10). El único documento conciliar que trata del sacerdote en relación con María no saca las consecuencias de este enfoque del sacerdocio participado a todo el pueblo de Dios y, por tanto, también a la Virgen. Con todo, el texto PO es muy significativo. Teólogos y mariólogos no han tomado todavía en consideración la pertenencia de María al pueblo sacerdotal. Se camina, sin embargo, hacia la visión de la Virgen como figura prototípica de la iglesia ministerial y carismática, en cuanto en ella coinciden servicio y carisma, ministerio y santidad.

Con mejor articulación, María es presentada como tipo del pueblo sacerdotal por I. Biffi: "María no tuvo el sacerdocio ministerial; por tanto, no puede ser puesta tipológica o estructuralmente como tipo del sacerdocio cristiano, signo de la mayor amplitud de la tipología de la iglesia respecto a María. María tuvo el sacerdocio común, o sea, la comunión con la ofrenda de Jesucristo al Padre, con la entrega de si misma en sacrificio espiritual. A este respecto, la tipología de María es perfecta, en la forma de su misma virginidad, entendida como entrega absoluta al Señor. El valor de esta entrega o consagración es típico Todo cristiano que se ofrece a sí mismo o su propio cuerpo, en el sentido de existencia, a Dios, encuentra en María el modelo, el tipo. Más que ninguna otra creatura, la Virgen ha sido de Dios y de Cristo. El sacerdocio es alabanza, acción de gracias, por tanto, oración. En este aspecto la tipología de María es completa. Es el tipo del alma orante de la iglesia y en la iglesia; de la acción de gracias por los mirabilia Dei, de la eucaristía... Por otra parte, no falta una ejemplaridad de María de cara al mismo sacerdocio ministerial en la medida en que éste representa a Jesucristo en el mundo. La modalidad indudablemente, es distinta; pero al sacerdocio ministerial María le revela la fe y el amor con que Jesús debe ser dado en la iglesia y para la iglesia. María está al servicio de Cristo y del proyecto del Padre. Enseña a toda la iglesia exactamente este servicio para que el Señor Jesús sea el contenido y el sentido de la historia".

Está, pues, teológicamente fundada la tipología de María dentro del pueblo sacerdotal, con todas las consecuencias que de aquí se sacan para una auténtica espiritualidad de los presbíteros. Como ha precisado Pablo Vl, María y el sacerdote son ambos "instrumentos de comunicación salvífica entre Dios y los hombres", aunque de un modo diferente: la primera, mediante la encarnación; el segundo, mediante el poder del orden. Si "no se puede atribuir a la Virgen las prerrogativas propias del sacerdocio ministerial", aquella que está en el vértice de la economía de la salvación "precede y supera al sacerdocio"23. Por la armonía que existe entre la experiencia sacerdotal y María, la referencia a la Virgen se convierte en una forma de vida. Ella enseña a descubrir el misterio para después dispensarlo, a vivir como ella en la esfera de la fe, a advertir el "triple y superior valor positivo" del celibato (dominio de sí, disponibilidad total para el ministerio, amor inextinguible a Cristo Señor), a ser con Cristo victima y estar totalmente consagrados a la salvación del hombre" 24.

2. MARÍA EN LA EXPERIENCIA DE LOS SACERDOTES. En este tema de horizontes sin fin propongo únicamente algunas afirmaciones de síntesis. No he leído jamás que un sacerdote que se haya distinguido por la fidelidad y el servicio a la iglesia haya rechazado a la Virgen o negado la piedad hacia ella, aunque algunas veces se haya opuesto, razonablemente, a formas de piedad falsas o superficiales. Noto una diferencia entre la experiencia de estos sacerdotes y la literatura ascética de que se han nutrido. Tal literatura, al hablar de María con relación al sacerdote, se ha parado preferentemente a considerar la analogía de misión, a veces incluso con evidentes exageraciones. O ha versado sobre los ejemplos que María ofrece al sacerdote, presentando en su propia vida con Cristo un programa ascético sumamente sugestivo. Pero estas reflexiones se quedan en la superficie cuando no captan la participación de María en el misterio de Cristo, y por tanto su presencia en la vida y en el ministerio del sacerdote, que es sacramento del misterio de Cristo. Es justamente éste el aspecto profundo que los sacerdotes santos perciben en su experiencia. Ellos sienten la presencia de María. Ruegan y honran a la Virgen de mil modos, hablan de ella, en ella confían, a ella le entregan su propia vida y las obras de su ministerio, a ella se acogen en las situaciones más duras y humanamente desesperadas y a ella atribuyen todo buen resultado en la propia vida; consideran que han cumplido su ministerio con las almas cuando las han inducido a practicar una auténtica devoción a la virgen María. Obran sintiendo cerca a la Virgen y considerándola colaboradora, consejera, intercesora, abogada y auxiliadora en su vida.

¿Ejemplos? Se podrían citar todos los sacerdotes que la iglesia ha canonizado. Daré sólo algunos nombres: san Alfonso María de Ligorio, san Juan María Vianney, san Juan Bosco, el beato Orione... Y ofrezco unas pocas citas: san Ignacio de Loyola, narrando una experiencia mística propia, en la que María tenia gran parte en la gracia que experimentaba, escribió: "Durante una gran parte del tiempo de la santa misa... yo sentía y veía claramente a la Virgen... y no podía sentir ni ver ninguna otra cosa fuera de ella"25. San Luis María Grignion de Montfort, en su cántico Narra a todos, alma mía..., escribió: "¡Oh, misterio no creíble! / Yo la llevo conmigo, / bella, espléndida, visible, / pero en la oscuridad de la fe"26. Un biógrafo suyo cuenta que —según confió a un amigo— Montfort "sin ningún esfuerzo se encontraba continuamente en la presencia de María y bajo su mirada". Expresando su experiencia, escribió en el Secreto de María: "El principal (efecto de la devoción a María) es hacer que María viva en ti de tal modo que ya no vivas tú sino María en ti, que el alma de María —por así decirlo— venga a ser tu propia alma''. En el proceso apostólico del santo cura de Ars, un testigo depone: "Todos estábamos convencidos de que gozaba, en manera especial, de la presencia de la santísima Virgen". El venerable L.E. Cestac expresa su experiencia con esta imagen: "Yo no la veo, pero la siento, como el caballo siente la mano del jinete que lo guía".

El siervo de Dios Silvio Gallotti afirma: "Veo siempre a la Virgen tan cercana que siento que no puedo vivir más que en ella", "me parece que... toda mi vida pasa en unión con ella, de modo que solamente con querer y estar un poco recogido la escucho y la veo". ¿Qué significaba para don Bosco invocar a la Auxiliadora? "Aquella que ayuda" es para él una presencia continua y dinámica. Y el lema que don Orione escribe en la cabecera de sus cartas y que repite como estimulo es "Ave María y... ¡adelante!", "Ave María y... ¡ánimo!". A nadie se le escapa que percibir la presencia de María es descubrir una relación esencial con ella mucho más real y eficaz que afirmar solamente la ejemplaridad de un modelo o el valor de una analogía. La experiencia va más allá de la doctrina. Aquí surge otra reflexión. Las relaciones con María son una realidad sobrenatural; sólo la fe las conoce y las revela. La afirmación de tales relaciones puede quedar implícita en la fe o puede explicitarse poco a poco a medida que el conocimiento de la fe se hace más claro y consciente. Y como el crecimiento de la fe no deriva tanto del estudio como de la gracia acogida con dócil correspondencia, el santo entra en el conocimiento de la verdad más que quien sólo es docto. Entra de una manera singular; no por el camino de la cultura, sino por la vía de la experiencia. El experiri divina es la vía que lleva más al fondo y más arriba.

IV. Cometidos del sacerdote en relación con María en la vida cultural moderna DEVOCIÓN-M: Hoy se rechaza el devocionismo como sentimentalismo, infantilismo o búsqueda vana de protección de quien se refugia en su debilidad. Pero la piedad mariana no es devocionismo. Es respuesta de fe y revela aspectos admirables del destino del hombre, de su dignidad y misión responsable, de las ayudas con las que Dios le hace capaz de realizar, en colaboración con él un proyecto eficaz de vida y un auténtico servicio a la historia. También los sacerdotes que viven en este clima cultural deben recibir tales instancias sinceras.

1. ACOGER A MARÍA. También ellos deben rechazar el devocionismo, pero deben saber acoger la persona y misión de María, vivirla, testimoniarla y educar en ella al pueblo de Dios. Nótese que es más fácil dejarse arrastrar por una herencia devocional pasiva que alcanzar una verdadera fe y vivirla lealmente. Y éste debe ser el compromiso del sacerdote.

En esta búsqueda llegaremos a «encontrar en María la madre del sacerdocio que hemos recibido de Cristo" —como afirma Juan Pablo II—y a "confiarle a ella de modo particular nuestro sacerdocio... por amor a Cristo sacerdote y también por la conciencia de la propia debilidad, que corre paralela al deseo del servicio y de la santidad". Alcanzaremos a "mirar a María con esperanza y con amor excepcional. Nosotros debemos anunciar a Cristo, que es su hijo; y ¿quién nos transmitirá mejor la verdad sobre él que su madre? Debemos nutrir los corazones humanos con Cristo; y ¿quién puede hacernos más conscientes de lo que hacemos que aquella que lo alimentó?".

En este clima de fe el sacerdote oirá resonar en su corazón la voz de Cristo: "He ahí a tu madre", y le responderá con gozo, como hizo el discípulo al que Jesús amaba, tomando a María "entre sus bienes" (Jn 19,27), reconociendo en la propia vida el puesto que compete a la madre de Cristo y de los cristianos. Le resultará espontáneo expresar su respuesta vital a Cristo con aquel gesto que expresa la conciencia de la singular presencia de María y el compromiso de fidelidad a Cristo: la entrega o consagración, según el ejemplo y la insistente exhortación de Juan Pablo II. Y vivirá tal donación consciente de realizar, con la explícita conciencia de sus relaciones con María, su responsabilidad cristiana y sacerdotal: "Ut sacramentum (bautismo y ordenación) vivendo teneant quod fide perceperunt".

2. COMPROMETERSE EN EL ESTUDIO DE LA MARIOLOGÍA.

M/ESTUDIO-TEOLOGICO: Es válido también para todos los sacerdotes lo que afirma el documento de los Siervos de María Haced lo que él os diga para los institutos religiosos y las iglesias locales, a saber: la urgencia de "un conocimiento profundo de la figura de la Virgen en el misterio de Cristo y de la iglesia", a través de un "estudio riguroso y sistemático" (n. 39). Para convencerse de esta necesidad basta la consideración de los efectos producidos por una dejadez en el estudio de la mariología. "Porque, digámoslo claramente muchos presbíteros, muchos religiosos y religiosas, muchos agentes pastorales, están aún desinformados con relación a los documentos fundamentales del magisterio sobre la Virgen y sobre los progresos más significativos —y a veces adquiridos pacíficamente desde hace años por los estudiosos— realizados por la mariología en sus distintos sectores. Las consecuencias de tal desinformación son múltiples: la predicación sobre la Virgen no se renueva y no presenta incisivamente el significado de la figura de María de Nazaret para el hombre contemporáneo; los contenidos esenciales, irrenunciables, del magisterio y de la tradición corren el riesgo de no ser aceptados porque son transmitidos con módulos no corrientes ya en el lenguaje teológico; las orientaciones y las perspectivas indicadas en la LG se abren camino fatigosamente; se descuidan las fuentes bíblicas para beber en riachuelos de piadosas devociones y de visiones inciertas; se dejan de lado los tesoros de la patrística y se repiten lugares comunes acuñados en épocas de menor rigor teológico; nos encastillamos, intransigentemente y con cierta dureza de corazón, en posiciones contrapuestas y de recíproco recelo —conservadoras y progresistas, se decía en un tiempo no lejano—, cuando bastaría un estudio sereno y abierto, sin prejuicios y a la luz del magisterio, de los datos de la divina Escritura y de la santa tradición; el movimiento ecuménico, en este punto, experimenta un parón; sigue faltando esa necesaria mediación, a que ya nos hemos referido, entre las investigaciones de los estudiosos y las urgencias de los pastores se margina a María de Nazaret de ia vida y de la piedad simplemente porque no se la conoce" (n. 40).

Compromiso de estudio, pues, atento al magisterio viviente de la iglesia, pero con la disposición que nos permite conocer a Cristo y creer en él, es decir, con la humildad, que es atención a Dios, docilidad a él, disponibilidad de ponerse al servicio suyo y de sus planes. Los sacerdotes deben cultivar esta actitud fundamental de investigación, de acogida, de disponibilidad al servicio. El estudio que lleva a la fe no puede ser sólo investigación académica, sino empeño espiritual.

3. INSPIRARSE EN MARÍA, EN LA LiTURGiA Y EN LA PASTORAL. Para el sacerdote, que es ante todo ministro de Cristo en el culto, la acogida vital de la misión que Dios ha asignado a María tiene su expresión fuerte en la liturgia, en la cual "la piedad hacia la virgen María... es elemento intrínseco del culto cristiano", "parte integrante del mismo" y "elemento cualificador de la genuina piedad de la iglesia" (MC 57.58 e Introducción). Para el sacerdote, la liturgia es expresión de la fe y alimento del compromiso ascético y, a la vez, servicio pastoral primario para la formación de los fieles. Ahora bien, "la iglesia, enseñada por el Espíritu y amaestrada por una experiencia secular, reconoce que también la piedad a la virgen María, de un modo subordinado a la piedad hacia el Salvador y en conexión con ella, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza conservadora de la vida cristiana" (MC 57).

En todo su ministerio pastoral -de la palabra, de los sacramentos y de la caridad- el sacerdote expresará su fe en la misión de María y sentirá su presencia otorgándole el puesto que le conviene, según el plan de Dios, en la evangelización, catequesis y en la múltiple actividad pastoral. Estará atento a la piedad del pueblo —en la cual obra también el Espíritu Santo— y tendrá "en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia la Virgen recomendados en el curso de los siglos por el magisterio" (LG 67), ayudando a los fieles a llegar a su contenido en orden a su maduración cristiana.

FRANZI-F

V. María en la espiritualidad sacerdotal

La espiritualidad sacerdotal, como peculiaridad de la espiritualidad cristiana, indica disponibilidad y generosidad para una unión, imitación y configuración con Cristo sacerdote y buen pastor. Es vida en Cristo o vida según el Espíritu, que lleva a la caridad pastoral. La espiritualidad sacerdotal, descrita en el Vat II (PO 12-14), tiene su raíz en la espiritualidad cristiana en cuanto caridad, y su entronque en el ámbito de la iglesia sacramento o transparencia de Cristo (LG cc. I y V). Cristo, sacerdote y buen pastor, asoció y continúa asociando a María, su madre, a su obra redentora (LG 55-62). Toda la iglesia es pueblo sacerdotal, que participa en la realidad sacerdotal de Cristo, en su ser (consagración), en su obrar (función y misión) y en su estilo de vida (espiritualidad).

Por esto la iglesia entera, como pueblo sacerdotal vive esta realidad en sintonía con la interioridad de Cristo sacerdote, que asocia a María en la obra de la salvación. Al mismo tiempo, la iglesia mira a María, su tipo (figura) y su madre, para aprender de ella el modo de asociarse a Cristo sacerdote.

El sacerdote ministro es un signo personal del Señor, en cuanto sacerdote y en cuanto se prolonga en la iglesia bajo signos eclesiales. Los sentimientos o disponibilidad y la vida íntima de Cristo con respecto a su madre María deben ser imitados y vividos por el sacerdote ministro. La realidad sacerdotal, de la que es portador, urge y llama a poner en práctica esta espiritualidad mariana, que es, por naturaleza, cristológica y eclesiológica.

1. EL SACERDOTE EN SINTONÍA CON LA VIRGEN EN RELACIÓN A CRISTO- SACERDOTE. María fue predestinada en Cristo a ser su madre. Su acción materna está en estrecha relación con Jesús en cuanto Hijo de Dios, cabeza del cuerpo místico, redentor y sacerdote. Por eso María es madre de Dios, madre de la iglesia, asociada al redentor, madre de Cristo sacerdote.

Asociada como madre a Cristo redentor, adquiere una misión con caracteres sacerdotales y de ofrenda sacrificial que están en estrecha relación con Cristo, sacerdote y víctima. El ser y la función materna de María están, pues, unidos al ser y a la función sacerdotal de Jesús. Esta relación entre María y Cristo sacerdote se concreta en estas líneas básicas: apertura y aceptación de la palabra de Dios y de la obra salvífica, consagración y asociación al misterio de la redención, perseverancia en la actitud del fiat hasta el stabat en el momento del sacrificio de la cruz, sintonía, asociación y consenso interior en la inmolación de Cristo redentor y sacerdote. La realidad de María, presente y operante en la iglesia como asociada a Cristo, es una realidad sacerdotal, porque es una peculiar participación en el sacerdocio de Cristo. La imitación de Cristo o la configuración y unión con él en cuanto sacerdote lleva consigo la sintonía con sus sentimientos o actitudes en relación con María.

2. EL SACERDOTE Y MARÍA, MADRE SACERDOTAL, EN LA IGLESIA. Llamamos a María madre sacerdotal porque está en íntima relación con Cristo sacerdote, con la iglesia pueblo sacerdotal y, por tanto, con el sacerdote ministro. El título de madre de la iglesia significa también "madre de los pastores y de los fieles". Toda la iglesia participa en esta realidad de Cristo sacerdote, que asocia a la misma a su madre María. Es un pueblo sacerdotal asociado al sacrificio redentor de Cristo sacerdote (IPe 2,5-9; Ap 1,5-ó), y todo cristiano participa en esta realidad sacerdotal (real y pastoral) de Cristo según su propia vocación (LG 9-11; PO 2).

La iglesia es madre justamente porque lleva a Cristo al mundo por medio de la predicación, de la celebración litúrgica y de la acción pastoral. Este ejercicio del sacerdocio eclesial tiene como centro el sacrificio eucarístico (SC 10.14). María está íntimamente asociada a esta realidad materna de la iglesia, que es también ejercicio sacerdotal participado de Cristo sacerdote y redentor (LG 65).

María fue asociada a Cristo sacerdote desde el primer momento de la redención (LG 58), y continúa estando asociada a Cristo sacerdote, presente y operante en el mundo por medio de la iglesia, madre y pueblo sacerdotal. La participación de María en el sacerdocio de Cristo es, pues, una participación de asociación materna. En cambio, la participación de la iglesia en el sacerdocio de Cristo es de asociación materna ministerial, esto es, por medio de signos y de ministerios, que son portadores de salvación y de filiación divina. María es tipo (figura, modelo, personificación) y madre (instrumento, ayuda) de la iglesia en cuanto madre y en cuanto pueblo sacerdotal. La iglesia imita a María en su espiritualidad de asociación a Cristo sacerdote (LG 58), e imita a Cristo en su relación íntima con María asociada a la obra redentora. Por esto la iglesia en la evangelización tiene una actitud de amor materno como portadora de Cristo (LG 65; Gál 2,4 Y 19)

El sacerdote ministro (ordenado) realiza los signos principales del sacerdocio de Cristo presente en la iglesia: su palabra (magisterio), su sacrificio (eucaristía), su acción salvífica (sacramentos) y pastoral (presidir y guiar a la comunidad). Algunos de estos signos y ministerios son también ejercidos por los fieles, pero el sacerdote ministro los realiza en nombre de Cristo, cabeza de la iglesia y buen pastor (LG 9; PO 2.6.12). De esto se sigue que el sacerdote ministro tiene una relación especial con María tipo y madre de la iglesia. María ve en el sacerdote ministro esta especial participación en el sacerdocio de Cristo, y su acción materna y eclesial está unida particularmente a la acción ministerial del sacerdote. Por esto María es la madre del sacerdote de un modo particular 39. Además de esta relación ontológica y funcional entre María y el sacerdote ministro (cuyo fundamento es la asociación a Cristo), existe un paralelismo o semejanza que no es nunca olvidado por los sacerdotes y el magisterio: semejanza de vocación (predestinación en Cristo), de consagración (participación en la realidad y función sacerdotal de Cristo) y de instrumentalidad (maternidad de María, de la iglesia y acción apostólica como portadora de vida en Cristo para todos los hombres).

La actuación del sacerdote, ministro en la iglesia, está en estrecha relación con la presencia y la acción de María asociada a Cristo sacerdote, modelo y madre del sacerdote, sea en su obrar apostólico de prolongar a Cristo, sea en su vida espiritual de configuración con Cristo, siempre al servicio de la comunidad eclesial.

3. ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN SU DIMENSIÓN MARIANA.

a) En relación a Cristo sacerdote que asocia a María. El sacerdote ministro participa en el ser, en la función y en la vida íntima de Cristo. Como él, es consagrado y enviado (Jn 10,36; PO 1-3), y por tanto llamado a prolongar su función sacerdotal (PO 7.6.17). Los sentimientos sacerdotales de Cristo tienen también un aspecto mariano, porque él quiso unir a sus sentimientos los de María, asociada a él como madre. La espiritualidad sacerdotal es esencialmente eclesial y mariana, porque brota del hecho de ser signo personal de Cristo, que está presente en la iglesia asociando a María. La espiritualidad sacerdotal se desenvuelve en el ministerio apostólico, como prolongación de la función misionera de Jesús: su palabra, su sacrificio, su acción salvífica y pastoral. Esta relación del sacerdote con Cristo incluye el vivir la asociación de María a la obra de la salvación; y en eso se funda la doctrina del magisterio sobre la devoción mariana del sacerdote.

b) En relación con la iglesia de la que María es tipo y madre. En la iglesia se manifiesta y continúa el misterio de Cristo. El ministerio sacerdotal es un servicio de anuncio, presencia y comunicación del misterio de Cristo en su totalidad, es decir, encarnado "de María, la Virgen" (Credo), "nacido de mujer" (Gál 4,4). El servicio sacerdotal está encuadrado en la comunión eclesial y ordenado a la construcción de la comunidad (PO 7-9). Es un servicio que ayuda a la iglesia a ser fiel a la palabra de Dios, a la acción del Espíritu y a los signos de salvación para llegar a ser comunidad portadora de Cristo, misionera, sacramento y madre (PO 6 al 10). María es tipo y madre de la iglesia. Los signos eclesiales son portadores de la realidad del misterio de Cristo, que sigue presente y operante en la iglesia asociando a María. La iglesia, como María y con su ayuda, trata continuamente de ser virgen (fiel a la palabra de Dios) y madre (instrumento de gracia y de filiación divina).

La razón de ser del sacerdote ministro consiste en hacer presentes los signos de la iglesia a través de los cuales la comunidad eclesial se hace fiel a Cristo y a su instrumento vivo para comunicarlo al mundo. En este servicio de iglesia, el sacerdote ministro ayuda a la comunidad a dirigirse a María como su tipo y madre, mientras él mismo profundiza la estrecha relación de María con la iglesia y con el sacerdocio de Cristo prolongado en ella, especialmente mediante el sacerdocio ministerial.

c) La actitud mariana del sacerdote. Para el sacerdote ministro, tener los sentimientos o actitudes de Cristo Jesús (Flp 2,5) es equivalente al "imitamini quod tractatis" del rito de la ordenación. La espiritualidad sacerdotal se desenvuelve en el ministerio realizado con el espíritu de Cristo, y la gracia y el carácter del sacramento del orden exigen vivir esta realidad sacerdotal, que es también mariana, porque Cristo asocia a María a su obra redentora.

La caridad pastoral es imitación de los sentimientos del buen pastor. El Señor no prescinde de María en la actuación de su sacerdocio, y lo hace también ahora a través de los signos de la iglesia. Por esto no es posible una configuración con Cristo sacerdote sin la perspectiva mariana. La consagración sacerdotal a Cristo (o la participación ontológica en su sacerdocio) es, por sí misma, consagración al ministerio de Cristo en su integridad, y esto incluye también el aspecto mariano.

La gracia y los carismas sacerdotales, por el hecho mismo de ser participación en el sacerdocio de Cristo, tienen relación con María, como la vocación, la consagración sacerdotal y las gracias necesarias para el ejercicio de su ministerio. El Señor ha concedido estas gracias queriendo también la asociación y la intercesión de María. Por esto se puede decir que el grado de configuración sacerdotal con Cristo tiene estrecha relación con el grado de espiritualidad mariana del sacerdote. La propia santificación y la eficacia del ministerio dependen, en cierto modo, de la actitud mariana del sacerdote en sintonía con los sentimientos de Cristo. La piedad sacerdotal "ha de extenderse también a la madre de Dios; y habrá de ser tanto más tierna en el sacerdote que en los simples fieles, cuanto más verdadera y profunda es la semejanza entre las relaciones del sacerdote con Cristo y las de María con su divino Hijo".

En las mismas funciones sacerdotales, vividas en el espíritu de Cristo, la relación personal con María ayuda a imitar la actitud sacerdotal del Señor. Viviendo el misterio de María, se entra más profundamente en el misterio de Cristo sacerdote (cf LG 65). La devoción mariana general, que consiste en conocer a María, amarla e imitarla (LG 67), tiene una aplicación especial en el sacerdote ministro, que obra en el nombre de Cristo, cabeza de la iglesia y buen pastor. Toda la vida sacerdotal es apertura y disponibilidad a la acción del Espíritu Santo. "De esa docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la bienaventurada virgen María que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres; los presbíteros reverenciarán y amarán con filial devoción y culto a esta madre del sumo y eterno Sacerdote, reina de los apóstoles y auxilio en su ministerio" (PO 8; cf CIC, can. 276,2,5). Consecuencia de esta actitud mariana del sacerdote es el sentido de iglesia es decir, la sintonía con la realidad eclesial de comunión y de misión. En María, que personifica la iglesia, el sacerdote aprende a vivir la maternidad y misión eclesial sin fronteras.

Uno de los puntos básicos de la espiritualidad sacerdotal conciliar es la fraternidad sacramental vivida en el propio presbiterio (PO 8) o en la propia comunidad sacerdotal. El grupo de sacerdotes que trabajan en una comunidad eclesial (especialmente en la diócesis o iglesia particular) tiene necesidad de una actuación constante de la actitud mariana de la iglesia primitiva: "Perseveraban unánimes en la oración, junto con María, la madre de Jesús" (He I,14). Así se construye la propia "familia sacerdotal" (CD 28), como exigencia de la común ordenación y misión (LG 28).

Cada época de renovación eclesial ha sido época de renovación sacerdotal y de profundización de la dimensión mariana en la espiritualidad sacerdotal y de toda la vida de la iglesia.

DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1770-1803

Fuente: mercaba.org