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El verdadero rostro de María
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Ya sólo queda un tema importante por tratar: La figura de María. Aparece al final del libro
porque, siendo como es modelo para los discípulos de Jesús, en ella encontraremos
recapituladas las ideas que han ido apareciendo a lo largo de los capítulos anteriores. Al
lector le servirá, sin duda, de repaso general.
Parodiando una fórmula cristológica diría que es necesario distinguir entre la «María de la
historia» y la «María de la fe». Hoy sería una ingenuidad ponerse a escribir una «Vida de
María», al estilo de aquellas de Willam o Rilke; y no sólo porque los datos que aporta sobre
ella el Nuevo Testamento son harto escasos, sino también porque los acontecimientos están
narrados con muchísima «libertad». Sabemos ya que los autores bíblicos pretendían servir
mejor a la teología que a la historia. Pero, a pesar de esa dificultad, merece la pena
acercarnos a su figura.
La anunciación
Si prescindimos de los relatos fantásticos que los evangelios apócrifos inventaron sobre la
infancia de María, la primera noticia cierta que tenemos de ella es la referente a la
anunciación (Lc 1, 26-38).
ANUNCIACION/QUE-ES: ¿En qué consistió la anunciación? Ya hemos dicho que no es
fácil acceder a la «María de la historia». El dato revelado nos dice que pasó algo a nivel de
experiencia profunda de fe en la vida de María; pero resulta muy difícil saber en qué
consistió ese «algo», porque el relato de Lucas no se ha construido a partir de la historia
sino a partir de los modelos estereotipados de anunciaciones que contiene el Antiguo
Testamento: aparición del ángel, reacción de temor, anuncio del nacimiento, imposición del
nombre, indagación del que recibe el anuncio («¿cómo?») y donación de una señal. Desde
luego nadie debe pensar que María vio y escuchó a alguien con sus sentidos corporales. Si
los ángeles son incorpóreos, ni pueden ser vistos ni tienen cuerdas vocales.
«Expresándonos en terminología teológica clásica diríamos que María recibió una revelación
a través de una experiencia mística»1.
Es importante llamar la atención sobre el detalle de que Dios no impuso su voluntad a
María, sino que pidió su consentimiento para la obra que deseaba realizar. A la escena de
Nazaret podrían muy bien aplicarse las palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta
y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa» (3, 20). Y es que Dios
está suficientemente bien educado para no forzar nunca una puerta. Si se hubiera
encarnado «por sorpresa», tratando a María como un simple medio, no sólo se habría
tratado de otro plan, sino también de «otro Dios». Con razón criticó el Concilio la frase de
que «María fue un instrumento para los planes divinos»2. Dios nunca trata así a las
criaturas. El deseaba al Hijo eterno encarnado y confió su deseo a María, pero para que el
deseo se cumpliera hacía falta que María también deseara lo mismo. Sólo cuando brotó del
diálogo un deseo común el Hijo de Dios se atrevió a «acampar entre nosotros» (Jn 1, 14).
Concepción virginal
Lucas (1, 35) y -más claramente todavía- Mateo (1, 18) afirman la concepción virginal de
Cristo. No todos saben lo que esto significa. Evidentemente, en el pensamiento actual no
cabe la idea de que María se hubiera «manchado» o hecho «indigna» en caso de haber
consumado con su esposo un matrimonio legítimo. Hoy nadie osaría hacer suyas las
siguientes palabras de San Ambrosio:
«¿Es que iba a elegir nuestro Señor Jesús para madre suya a quien se atreviese a
profanar la cámara celestial con el semen de un varón, cual si se tratase de una mujer
incapaz de guardar intacto el pudor virginal?»3.
Es significativo a este respecto que muchas personas, incluso cultas, confunden el
dogma de la Inmaculada Concepción de María -del cual hablaremos más adelante- con el
dogma de la Concepción Virginal de Jesús 4 , haciéndome sospechar que si una
concepción virginal es para ellos sinónimo de «inmaculada», «limpia», una concepción
marital será, sin duda, sinónimo de «sucia».
Pues bien, no hay nada de eso. El significado de la concepción virginal sólo puede ser
éste: Que la salvación anhelada buscada por los hombres no puede brotar de sus fuerzas
naturales. Será siempre regalo de Dios.
¿La concepción de Jesús fue realmente virginal o estamos ante un relato elaborado por
los evangelistas para transmitir el citado mensaje teológico? Como es sabido, mientras la
Iglesia Católica y la Iglesia ortodoxa han defendido siempre la virginidad de María, en las
Iglesias protestantes ha predominado la postura contraria. Recientemente una comisión
ecuménica formada por doce escrituristas de diversas confesiones llegó a la siguiente
conclusión: «No vemos cómo la moderna aproximación científica a los evangelios pueda
resolver esa cuestión (... ) Para contestar en un sentido o en otro es decisiva la actitud
adoptada por cada uno frente a la tradición de la Iglesia»5. Y es el testimonio constante de
esa tradición quien nos hace dar a nosotros una respuesta afirmativa. Pero, naturalmente,
la pastoral no debe centrar su atención en el hecho biológico, sino en su significado.
María y las esperanzas de Israel
Debido a la semejanza de Lc 1, 28 con Zac 9, 9 y Sof 3, 14 muchos autores han sugerido
que Lucas quiso presentar a María como «Hija de Sión», es decir, una especie de
personificación femenina del pueblo de Israel. Es difícil saber si tal cosa estuvo en la mente
del tercer evangelista, pero desde luego es indudable que María perteneció a los «pobres
de Yahveh», es decir, a ese pequeño «resto» de Israel que esperaba con ansia la salvación
de Dios. En María podemos ver, pues, lo mejor del Israel antiguo; aquello que va a
convertirse en Evangelio. Cuando María pronuncia el fiat pasa ella -y hace pasar a la
humanidad- del Antiguo Testamento al Nuevo.
ADV/TIEMPO-MARIANO: Esta es la razón por la que, frente al mes de mayo, debemos
esforzarnos por revalorizar el adviento como tiempo mariano. Si durante las cuatro semanas
de adviento la Iglesia quiere revivir la espera del resto de Israel, es claro que María se
convierte en la figura clave de ese tiempo litúrgico.
Santo Tomás de Aquino afirmó que María dio su «sí» en representación de toda la
naturaleza humana6. Sin embargo, cuando el Hijo de Dios «vino a su casa, los suyos no le
recibieron» (Jn 1, 1 l). Esa fue -como dirá Simeón- la «espada que traspasaría el alma de
María»: Ver que muchos de su pueblo rechazarían el Evangelio, de modo que Jesús
serviría en realidad para caída de unos y elevación de otros (Lc 2, 34-35). Muchos
creyentes sienten hoy un dolor semejante al ver que personas muy queridas se alejan de la
fe (los padres con respecto a sus hijos, por ejemplo).
Guillemo de Newbury escribió una oración impresionante, y quizás única, de la Virgen a
favor de su pueblo: «Acuérdate, Hijo mío, que de ellos tomaste la carne con que obraste la
salvación de] mundo ... »7.
María, modelo del discipulado cristiano Lucas presenta a María como la primera que escuchó el Evangelio: «Hágase en mí
según tu Palabra» (1, 38). Isabel la saludará diciendo: «Dichosa tú que has creído» (1, 45).
Por fin, en los Hechos de los Apóstoles (1, 14) aparece María entre los discípulos tras la
resurrección. María, discípula de su Hijo y asociada a su tarea, recuerda fácilmente a «La
Madre» de Gorki.
Naturalmente, la fe de María tuvo que ir creciendo a lo largo de su vida. Lo que se dice
de Cristo, con más motivo aún puede aplicarse a ella: «Progresaba en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52; cfr. 2, 40).
La suya, como la nuestra, fue una fe que ignora el futuro y no acaba de comprender (cfr.
Lc 1, 29.34; 2, 50); pero fue también una fe ejemplar por su confianza ciega (cfr. Lc 1,
38.45) impregnada de meditación: «Conservaba cuidadosamente todas las cosas en su
corazón» (Lc 2, 19.51).
Naturalmente, la prueba de fuego para la fe de María llegaría en el Calvario. «En el
momento de la anunciación había escuchado las palabras: "El será grande.... el Señor Dios
le dará el trono de David, su padre ... ; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su
Reino no tendrá fin". Y he aquí que, estando junto a la cruz, María es testigo, humanamente
hablando, de un completo desmentido de estas palabras. Su Hijo agoniza sobre aquel
madero como un condenado. "Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores...,
despreciable..."»8. Nosotros ya sabemos lo que es eso: La «Noche Oscura» de la fe.
Por todo ello, María es un modelo para nuestra vida creyente y debemos procurar que no
aparezca nunca fuera de la Iglesia. Debe servimos de ejemplo la decisión tomada por los
padres conciliares de hablar de ella en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, en vez de
dedicarle un documento aparte.
María y las mujeres
M/ANTIFEMINISMO: No podemos negar que se ha hecho un uso antifeminista de la
figura de María. A la vez que marginábamos a las mujeres concretas, la idealizábamos a
ella por una especie de mecanismo compensatorio (nótese que las Iglesias Católica y
Ortodoxa, que son las que tienen una mariología más desarrollada, son también las que
menos responsabilidades permiten asumir a las mujeres concretas). Otras veces hemos
propuesto como modelo femenino la modestia de María, su abnegación, su aceptación
resignada de la voluntad de Dios, su pasividad, etc.
En primer lugar, habría que decir que, ciertamente, ella se declaró «esclava del Señor»,
pero no como acostumbraba a hacer la mujer frente al varón, sino como corresponde a
cualquier criatura -sea del sexo que sea- ante el Creador. Y en segundo lugar, la supuesta
pasividad de María no responde a la realidad. Dios respetó su libertad y ella, antes de
pronunciar el fiat, quiso conocer y entender lo fundamental de la propuesta que se le
hacía.
Tampoco puede exaltarse unilateralmente su maternidad para legitimar la imagen
tradicional de la mujer. Lucas (/Lc/11/27-28) nos ha transmitido una escena significativa:
Ante Jesús, una mujer del pueblo exclama: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos
que te criaron!» Con ello explicita la única gloria que aquella cultura concedía a la mujer: su
hijo, y más todavía, su hijo varón. El vientre y los pechos no son los atributos de la
mujer-persona, sino de la hembra con funciones de fecundidad biológica. Pues bien, con su
respuesta, Jesús devolvió a su madre la dignidad de persona: «Dichosos más bien los que
oyen la Palabra de Dios y la guardan». Dado que María guardaba esa Palabra en su
corazón (Lc 2, 19.51), es claro que Jesús no pretendió contraponer otras personas a su
madre, sino que -en su madre, como en los demás- contrapuso unos motivos de dicha a
otros.
Como dijo San Agustín: De nada hubiera servido a María la intimidad de la maternidad
corporal si no hubiese «concebido a Cristo antes en su mente que en su seno»9.
María y los pobres
Celso reprochaba a Jesús que «procediera de una aldea judía, y de una mujer lugareña y
mísera que se ganaba la vida hilando»10. Aunque-no sabemos si hilaba o no, parece, en
efecto, que la María de la historia fue pobre. Recordemos, por ejemplo, que la ofrenda que
hizo con motivo de la presentación de Jesús en el templo fueron «un par de tórtolas o dos
pichones» (Lc 2, 24), es decir, la ofrenda prescrita por la ley para los indigentes (Lev 12,
8).
Como hace notar José Ignacio González Faus, «fue una campesina sin aureola, sin
recursos y sin medios. Para presentarla, Lucas necesita dar el nombre de su pueblo
(Nazaret: Lc 1, 26), la localización de éste (Galilea: Lc 1, 26) y su referencia familiar
(casada con un tal José: Lc 1, 27). Sólo luego de estos datos nos dice su nombre. Y es
claro que el evangelista no habría tenido que escribir así si su relato dijese, por ejemplo: «el
ángel de Dios fue enviado a Cleopatra»; pues todos sus lectores sabían muy bien quién era
Cleopatra»11. En la anunciación se ve claramente que «ha escogido Dios lo débil del
mundo para confundir a lo fuerte» (1 Cor 1, 27).
Lucas puso en boca de esa mujer pobre un cántico (el Magníficat: 1, 46-55) en el que
alaba a Dios porque viene a liberar a los pobres. Pablo VI escribió:
«María de Nazaret fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente sumisa o de
religiosidad alienante, antes bien fue mujer que no dudó en proclamar que Dios es
vengador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del
mundo. La figura de María no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de
nuestro tiempo y les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad
terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia
que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado»12 .
Son sin duda muy hermosas las vírgenes de Fra Angélico, pero la «María de la historia»
no fue una gran dama ni vivió nunca en un palacio renacentista. Pastoralmente sería
deseable una iconografía más respetuosa con la «María de la historia», y revalorizar
advocaciones como aquella de «Redentora de cautivos».
Theotokos
El Concilio de Efeso (año 431) proclamó que María era la «Theotokos» (madre de Dios).
Expresa una verdad innegable, pero la fórmula no está exenta de peligros. Antaño, cuando
no había muerto todavía el culto a las diosas progenitoras (Cibeles de Frigia, Isis de Egipto,
Deméter de Eleuxis ... ), hubo Padres que evitaron esa fórmula -aun estando perfectamente
de acuerdo con la idea que quería expresar- por temor a una falsa inteligencia. Es verdad
que tanto el término griego (Theotókos) como el término latino (Deípara) usados por la
Iglesia antigua tenían una gran precisión teológica de la que carece nuestra fórmula
«Madre de Dios». Significaban literalmente que María dio a luz al que era Dios, y no
suscitaban en absoluto la idea de que María, en cuanto madre, pudiera haber «producido a
Dios».
Una vez aclarado ese posible malentendido, la teología guardó silencio ante el misterio y
los Santos Padres utilizaron más bien el lenguaje de la poesía:
«Cuando contempla este divino niño, vencida -imagino- por el amor y por el temor, ella
hablaría así consigo misma: ¿Qué nombre puedo dar a mi hijo que le venga bien?
¿hombre? Pero tu concepción es divina... ¿Dios? Pero por la encarnación has asumido lo
humano... ¿Qué haré por ti? ¿Te alimentaré con leche o te celebraré como a un Dios?
¿Cuidaré de ti como una madre o te adoraré como una esclava? ¿Te abrazaré como a un
hijo o te rogaré como a un Dios? ¿Te ofreceré leche o te llevaré perfumes?"13
Por su similitud no resisto la tentación de reproducir un fragmento de una pieza escénica
inédita que Jean-Paul Sartre escribió durante la segunda guerra mundial para sus
compañeros de cautiverio creyentes:
«La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que yo habría querido pintar sobre su cara es
una maravillosa ansiedad que nada más ha aparecido una vez sobre una figura humana.
Porque Cristo es su niño, la carne y el fruto de sus entrañas. Ella le ha llevado nueve
meses, y le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre de Dios. Y por un momento la
tentación es tan fuerte que se olvida de que él es Dios. Le aprieta entre sus brazos y le
dice: «Mi pequeño» . Pero en otros momentos se corta y piensa: «Dios está ahí», y ella es
presa de un religioso temor ante ese Dios mudo, ante ese niño aterrador. Porque todas las
madres se sienten a ratos detenidas ante ese trozo rebelde de su carne que es su hijo, y se
sienten desterradas ante esa nueva vida que se ha hecho con su vida y que tiene
pensamientos extraños. Pero ningún niño ha sido más cruel y rápidamente arrancado a su
madre que éste, porque es Dios y sobrepasa con creces lo que ella pueda imaginar.
Pero yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y escurridizos, en los que ella
siente a la vez que Cristo es su hijo, su pequeño, y que es Dios. Ella le mira y piensa: «Este
Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Ha sido hecho por mí; tiene mis ojos y el
trazo de su boca es como el de la mía; se me parece. ¡Es Dios y se me parece!»
Y a ninguna mujer le ha cabido la suerte de tener a su Dios para ella sola; un Dios tan
pequeño que se le puede tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios tan cálido que sonríe
y respira, un Dios que se puede tocar Y que ríe. Y es en uno de esos momentos cuando yo
pintaría a María si supiera pintar ... »14.
DEVOCION-ABERRANTE: Pero también hay un peligro en dejarse llevar demasiado
por el sentimiento, y el teólogo debe estar sobreaviso para impedir que la mariología
degenere en «una escolástica del corazón»15. Me parece erróneo, por ejemplo, sacar la
conclusión de que Dios tiene que obedecer a María (la «omnipotencia suplicante»). Por
mucho que queramos conceder al entusiasmo del predicador, son inaceptables las
siguientes palabras:
«Como en este mundo un buen hijo respeta la autoridad de su madre, de suerte que ésta
más bien manda que ruega, así Cristo, que un día sin duda le estuvo sujeto, nada puede
negar a su madre ( A ella le está bien no rogar, sino mandar»16 .
Es verdad que María fue elegida por Dios para ser la madre de Cristo, pero ella seguirá
siendo siempre una creatura ante su Creador. Pedro de Celle (+ 1183) recordó
oportunamente que es la esclava del Señor17.
Igualmente inaceptable es oponer la compasión de madre que tiene María a la justicia de
Dios, proyectando sobre ambos los estereotipos femeninos y masculinos de nuestra
sociedad. Uno se sorprende al leer frases como las siguientes:
«A nadie hallamos que, por sus merecimientos, tenga más poder para aplacar la ira del
Juez que a ti, que mereciste ser madre del Redentor y del Juez» 18.
«Aquel que es culpable contra el Dios justo, que se refugie junto a la dulce Madre del
Dios de misericordia» 19.
«Ella no deja que su Hijo hiera a los pecadores; pues, antes de María, no hubo nadie que
se hubiera atrevido a contener al Señor». Ella es «la mejor aplacadora de su cólera» 20.
Y en las apariciones de La Salette (1846) la Virgen aparecía deteniendo el brazo de su
Hijo que quería castigar a los hombres, con lo cual los devotos de semejante imagen, en
vez de buscar protección en Dios, buscan protección contra Dios. Han sido tantas las
desviaciones que el mismo Pablo VI se vio obligado a llamar la atención:
«Algunos sostienen -dijo el Papa Montini-, con ingenua mentalidad, que la Virgen es más
misericordiosa que el Señor; con juicio infantil se llega a sostener que el Señor es más
severo que la Ley y necesitamos recurrir a la Virgen ya que, de otro modo, el Señor nos
castigaría. Cierto: A la Virgen le ha sido encomendado el preclaro oficio de intercesora,
pero la fuente de toda bondad es el Señor» 21.
Así, pues, si María es misericordiosa, Dios mucho más porque es la fuente de la
misericordia de María. De hecho, ella misma corrigió anticipadamente a esos «devotos
indiscretos» cuando, a la alabanza que le dirigió su prima Isabel (Lc 1, 42-45), respondió
que a Dios, y sólo a El, es debida toda gloria. Tal fue el tema del Magníficat (Lc 1, 46-55).
(Existe, de hecho, un libro publicado en 1673 con el título «Advertencias saludables de la
bienaventurada Virgen María a sus devotos indiscretos», que fue escrito por un católico a
quien escandalizaban los excesos de su tiempo, y no por un protestante o un jansenista
como se había supuesto 22.
Concepción inmaculada
El día 8 de diciembre de 1854 Pío IX definió ser doctrina revelada que María estuvo
exenta del pecado original porque fue justificada por Dios desde el instante mismo de su
concepción 23
Hasta finales del siglo XIII todos los teólogos importantes (Bernardo de Claraval, Pedro
Lombardo, Alejandro de Hales, Buenaventura, Alberto Magno, Tomás de Aquino, etc.) se
opusieron a la idea de que María pudiera haber estado exenta del pecado original porque
les parecía que en tal caso no habría necesitado redención. Aunque la afirmación de la
concepción inmaculada «parece convenir a la dignidad de la Virgen -decía Sto. Tomás de
Aquino- menoscaba en cierto modo la dignidad de Cristo», que es el salvador de todos los
hombres sin excepción 24.
Fue Duns Scoto (+ 1308) quien, desarrollando una intuición de su maestro Guillermo de
Ware, resolvió la dificultad al sugerir que la exención del pecado en María fue precisamente
un fruto anticipado de la redención. Impedir que alguien contraiga una enfermedad es mejor
aún que curarle de ella, y en ambos casos debe su salud al médico 25.
Pero cabe preguntarse: Dado que el bautismo es el momento en que quienes nacimos
sometidos al pecado original recibimos la justificación de Dios, ¿fue realmente tan grande la
ventaja de María sobre el resto de los cristianos? ¿Quién de nosotros ha lamentado alguna
vez seriamente haber sido bautizado unos días antes o después?
Desde luego, si todo se redujera una «disputa por unos momentos», como la llama
Rahner26, no merecería la pena celebrar el privilegio de María con tanta solemnidad y
regocijo. Pero es que hay algo más. Aunque el bautismo elimina el pecado original,
persisten todavía en los bautizados las «reliquiae peccati»; esa división interior de la que
todos tenemos experiencia. María, sin embargo, habiendo estado exenta del pecado
original, es «la no dividida». Sólo en ella podía darse lo mismo una total receptividad hacia
Dios que un rechazo radical.
Esto era muy importante para realizar su misión. Como dijeron los padres conciliares,
«enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad
enteramente singular, María pudo abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado
alguno la voluntad salvífica de Dios» 27. Creo que, tanto si nos referimos a la inmaculada
concepción como a cualquier otra cualidad de María, no deberíamos hablar de
«privilegios». Esa palabra hace pensar que María recibió de Dios una serie de ventajas
para sí misma, para su gloria, cuando en realidad Dios le concedió aquello que necesitaba
para realizar mejor su vocación.
Asunción
El 1 de noviembre de 1950 Pío XII definió ser doctrina revelada que María, «una vez
cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial»28
Ya en época temprana surgieron varios relatos apócrifos que describían la asunción de
María al cielo. Algunos eran especialmente fantásticos, como éste que se puso bajo el
nombre de San Juan Evangelista, aunque en realidad es de finales del siglo V: «Un ángel
se le aparece a María, le trae una palma y le anuncia su muerte. Ella convoca a sus amigos
y les da la noticia (... ) Camino del sepulcro, la comitiva fúnebre es atacada por los judíos;
pero al sacerdote que quiere tocar el ataúd se le cortan maravillosamente las manos y los
que le acompañan quedan ciegos. Por estos milagros se convierten y son curados. Luego
los apóstoles depositan el cuerpo de María en el sepulcro; tres días más tarde viene Jesús
de nuevo, los ángeles llevan el cuerpo al paraíso y lo ponen bajo el árbol de la vida, donde
se une otra vez con su alma» 29.
San Juan Damasceno nos ha transmitido una leyenda, mucho más mesurada, según la
cual los apóstoles abrieron la tumba de María al tercer día de su muerte y encontraron sólo
los sudarios 30.
Conviene aclarar, sin embargo, que la fe de la Iglesia no se apoya en ninguna de esas
leyendas; es más, no debe apoyarse en ellas porque la asunción no fue un acontecimiento
más de la vida de María que pudiera haber sido presenciado por algún cronista. Decir que
fue «asunta a la gloria celestial» equivale a decir que fue asumida, tomada por Dios; y esto,
obviamente, ocurre más allá de la historia. Quien sepa que el «cielo» de la fe no es el cielo
de los astronautas, no caerá en la ingenuidad de imaginar un desplazamiento por los
aires.
Así, pues, la Iglesia no supo de la asunción de María por el testimonio de la historia, sino
por el testimonio de la fe. Jesús, al resucitar de entre los muertos, fue a «preparar un lugar»
(Jn 14, 2) a quienes «mueren en Cristo» (1 Tes 4, 14). Entre ellos María -modelo del
discipulado cristiano- ocupaba necesariamente el primer lugar.
Un día disfrutaremos nosotros también de esa dicha. Es significativo el hecho de que,
para definir el dogma de la asunción, Pío XII no eligiera un 15 de agosto sino un 1 de
noviembre (fiesta de todos los santos). Debemos dar por buena la intuición de los artistas
que representaron siempre a María asunta a la gloria rodeada de un gran cortejo formado
por los mártires y santos en general.
La asunción de María al lado del Padre nos dice que hay realidades que ya han
sucedido; que no sólo han llegado a Cristo, sino también a nosotros, simples seres
humanos. Podemos, pues, tener confianza. El «futuro» no es ninguna utopía. Se ha hecho
ya presente en Jesús y en María.
....................
1. McHUGH, John, La Madre de Jesús en el Nuevo Testamento, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1979, p.
188.
2. VATICANO II, Lumen Gentium, 56.
3. AMBROSIO de MILAN, De la formación de la virgen y de la virginidad perpetua de María, 44 (VIZMANOS,
Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva, BAC, Madrid, 1949, p. 735).
4. Véase, por ejemplo, GANIVET, Angel, Idearium Español, Austral, Madrid, 9ª. ed., 1976, p. 9; ZOLA, Emile,
Lourdes, CVS, Madrid, 1975, p. 476; PASTERNAK, Boris L., El Doctor Jivago, Noguer, Barcelona, 8ª. ed.,
1959, p. 323; etc.
5. BROWN, Raymond, y otros, María en el Nuevo Testamento. Una evaluación conjunta de estudiosos
católicos y protestantes, Sígueme, Salamanca, 1982, pp. 99 y 279.
6. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica. 3, q. 30, a. 1 (BAC, t. 12, Madrid, 1955, p. 79).
7. GUILLERMO DE NEWBURY, Explanatio sacri Epithalamii in Matrem Sponsi, 152.
8. JUAN PABLO II, Redemptoris Mater, 18.
9. AGUSTIN DE HIPONA, Sermón 215, n. 4, (Obras completas de San Agustín, t. 24, BAC, Madrid, 1983, p.
180).
10. Cfr. ORIGENES, Contra Celso, lib. 1, cap. 28 (BAC, Madrid, 1967, p. 64).
11. GONZALEZ FAUS, José Ignacio, Memoria de Jesús. Memoria del pueblo, Sal Terrae, Santander, 1984, p.
16.
12. PABLO VI, Marialis Cultus, 37.
13. BASILIO DE SELEUCIA, Homilía sobre la Theotókos, 5 (PG 85, 448 AB).
14. SARTRE, Jean Paul, Bariona (pieza escénica inédita). Cit. por LAURENTIN, René, Court Traité sur la
Vierge Marie, Lethielleux, Paris, 5ª. ed., 1968, p. 136.
15. La expresión es de LAURENTIN, René, María en la fe cristiana; en LAURET y REFOULE (dirs.),
Iniciación a la práctica de la teología, Cristiandad, Madrid, t. 3, 1985, p. 433.
16. GUIBERTO de NOGENT, De laude S. Mariae, 14 (PL 156, 577 A).
17. PEDRO de CELLE, Epístola 173 (PL 202, 631 B).
18. AMBROSIO AUTPERTO, Sermo in Assumptione 11 (PL 39,2.134).
19. ANSELMO de CANTERBURY, Oración núm. 6 (Obras completas de San Anselmo, t. 2, BAC, Madrid,
1953, p. 311).
20. CONRADO de SAJONIA, Speculum beatae Mariae virginis, 7 y 11 (Bibliotheca Franciscana. Ascetica
medii aevi II, Quaracchi, 1904, pp. 105 y 155).
21. PABLO VI, Alocución el 15 de agosto de 1964 en Castelgandolfo: L'Osservatore Romano 17-18 de
agosto de 1964.
22. Cfr. HOFFER, P., La dévotion mariale au déclin du XVII siécle: autour des «Avis salutaires», Paris,
1938.
23. DS 2.803 = D 1.641.
24. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 3 (BAC, t. 12, Madrid, 1955, p. 29).
25. DUNS SCOTO, Juan, Theologiae Marianae Elementa (ed. C. BALIC), Sibenici, 1933, p. 192.
26. RAHNER, Karl, El dogma de la Inmaculada Concepción de María y nuestra piedad (Escritos de Teología,
t. 3, Taurus, Madrid, 3ª. ed., 1968, p. 154).
27. VATICANO II, Lumen Gentium, 56,
28. DS 3.903 = D 2.333.
29. La versión griega y latina fueron publicadas por A. WENGER, L'Assomption de la Trés Sainte Vierge
dans la tradition byzantine du VI au X siécie: Archives de I'Oriente chrétien 5 (Paris 1955).
30. JUAN DAMASCENO, Homilia III in dormitio: PG 96, 757 BC.
(·CARVAJAL-3. Págs. 271-285)
Fuente:
mercaba.org
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