Maria en la comunidad que celebra la Eucaristía.

A. Amato


I. María en la comunidad que celebra la eucaristía

A pesar de la indiscutida verdad teórica y experiencial de nuestro aserto —a saber: la presencia de María en la comunidad eclesial que celebra la eucaristía—, rara vez, sin embargo, ha centrado la atención indagadora de los teólogos. Éstos, en efecto, lo mismo antes que después del Vat II, se han ejercitado de vez en cuando en dos de los tres términos en cuestión —María-iglesia, María-eucaristía, iglesia-eucaristía—, pero no en los tres contemporáneamente, a no ser en casos rarísimos.

M/MADRE-DE-LA-I: A propósito de la relación María-iglesia se ha subrayado justamente el hecho de que el pueblo creyente reconoce en la iglesia a la familia que tiene por madre a la madre de Dios; es decir, María es considerada madre de la iglesia, como la proclamó Pablo Vl en 1964. Convertida por el fiat de la anunciación en madre del Hijo de Dios encarnado, se convierte en madre de la iglesia en cuanto madre de Cristo, cabeza del cuerpo místico. En el Calvario, al confiar a María a su discípulo, Jesús en cierto sentido consideraba clausurada con su muerte la maternidad humana de María, para inaugurar la maternidad espiritual. María y la iglesia están indisolublemente unidas en la vocación a la maternidad; ambas concurren a engendrar el cuerpo místico de Cristo: "Una y otra es madre de Cristo, si bien ninguna de ellas engendra a todo el cuerpo sin la otra" (como dice justamente Isaac de la Estrella).

I/EU: También se han profundizado los lazos de la relación iglesia-eucaristía, igualmente estrechos y recíprocamente constitutivos. Es famosa la expresión de Lubac sobre la relación entre iglesia y eucaristía: "Se puede afirmar que hay una causalidad recíproca entre ambas. Puede decirse que el Salvador ha confiado la una a la otra. Es la iglesia la que hace la eucaristía pero es también la eucaristía la que hace la iglesia". En la iglesia, Ia eucaristía es fuente y culminación de toda la vida cristiana (cf LG 11), porque es el sacramento que continuamente hace vivir y crecer a la iglesia (cf LG 26). Por eso la celebración eucarística manifiesta el verdadero rostro de la iglesia, la unidad del cuerpo místico de Cristo y del pueblo de Dios (cf LG 26, SC 41). En la iglesia, sacramento de Cristo, la celebración eucarística es la plenitud de la presencia de Cristo en la humanidad.

¿Qué decir entonces de la temática: María en la comunidad que celebra la eucaristía? Se trata indiscutiblemente de un tema infrecuente en la gran teología. Más bien parece pertenecer al mundo de la literatura devota y espiritual; al mundo de la intuición más que al de la reflexión especulativa. Ahora bien, sabemos que hasta no hace mucho ese mundo de la devoción o de la piedad popular no era considerado significativo en el ámbito de la reflexión teológica. Un motivo ulterior de tal marginación se puede encontrar también en que los tres elementos del aserto: María-comunidad eclesial-eucaristía, parecen pertenecer los tres a la parte baja, a la parte de lo sensible, de la historia, de lo relativo, más que a la parte de arriba, a la parte de lo absoluto, que es Dios. En efecto, no poseen consistencia en si mismos, sino que remiten decididamente a una presencia sin la cual difícilmente serían correlativos, mientras que con ella se iluminan mutuamente. Esa presencia, que da sentido y valor a nuestro aserto, es Cristo, hijo de María, realmente presente en su cuerpo místico y en su cuerpo eucarístico. También para nuestra temática vale, pues, el principio enunciado por Pablo Vl en la Marialis cultus: "En la virgen María (y podemos nosotros añadir también: en la iglesia que celebra la eucaristía) todo es referido a Cristo y todo depende de él" (MC 25).

RELI-POPULAR/VALORES: Una vez fijados los términos María, comunidad que celebra y eucaristía en su necesario centro y punto de referencia que es Cristo, podemos apresurarnos a añadir que afortunadamente en estos últimos tiempos están entrando en el ámbito de la atención refleja, incluso de los teólogos, las temáticas de la piedad popular, "consideradas durante largo tiempo —dice Pablo Vl— como menos puras, y a veces despreciadas'. Más aún, las expresiones de esta piedad popular han sido recientemente revalorizadas oficialmente en su justo contenido de fe. Puebla, p. ej., en 1979 hizo de la religiosidad popular, considerada como auténtica "expresión de la fe católica", el vehículo verdadero y eficaz de la actual evangelización del continente latinoamericano. El documento de Puebla describe así el contenido concreto de esta religiosidad popular: "La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital: así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, Espíritu y cuerpo; comunión e institución, persona y comunidad, fe y patria, inteligencia y afecto". Los elementos positivos de tal piedad popular son también: "La presencia trinitaria, que se percibe en devociones y en iconografías, el sentido de la providencia de Dios Padre; Cristo, celebrado en su misterio de encarnación, en su crucifixión, en la eucaristía y en la devoción al Sagrado Corazón; amor a María: ella y sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad popular".

A esta revalorización teológica ha contribuido y está contribuyendo un giro providencial en el campo de la historiografía internacional, no anclada ya sólo en la historia por el vértice -o historia cualitativa o de lo alto- sino hoy decididamente abierta también, y quizá, sobre todo, a la llamada historia de abajo, que verifica la contribución histórica de un pueblo entero en la globalidad de sus expresiones y manifestaciones individuales y sociales, religiosas y civiles, privadas y públicas en un determinado espacio-tiempo. De ahí el reciente resurgir de una historia cuantitativa o también serial, que puede ofrecer una notabilísima contribución a la comprensión y a la valoración de la piedad popular. Esta última, en efecto, une en su conciencia de fe católica profundamente vivida y manifestada a María con la iglesia y la eucaristía. Mejor aún —si bien la teología no posee grandes capítulos al respecto—, la fe católica, hoy como ayer, vive de estas tres realidades perfectamente en consonancia entre sí: María es una presencia viva y significativa en la comunidad que celebra la eucaristía.

Se merece, pues, una adecuada atención y explicitación el nexo estrecho y natural existente, en la praxis católica contemporánea y en su piedad popular, en torno a la presencia materna de la Virgen santísima en la comunidad eclesial que celebra la eucaristía. En este caso se puede hablar verdaderamente de intuición de fe por parte de los fieles, que captan de manera inmediata la verdad de tal aserto en su centro fontal, que es Cristo, y en sus conexiones internas existentes entre María, iglesia y eucaristía. De ahí nuestro breve itinerario de estudio. Destacaremos ante todo la dimensión mariana y eucarística de la vivencia eclesial de los orígenes a hoy, para poner de manifiesto las actuales implicaciones teológico-pastorales.

II. Dimensión eucarística y mariana de la vivencia eclesial

1. CONSTATACIÓN DE UN HECHO. La vivencia eclesial, ayer como hoy, se caracteriza, sobre todo en su praxis, por una decidida dimensión eucarística y mariana. Es un hecho fácil de comprobar en la liturgia, tanto occidental como oriental, en la piedad popular, en las fiestas, en los santuarios marianos, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso juveniles, y en la tradición de las grandes y pequeñas familias religiosas. En la espiritualidad, p. ej., de don Bosco, la iglesia, representada por el papa, atraviesa indemne el mar del mundo proceloso solamente si permanece anclada en dos sólidas columnas: la de la Virgen y la de la eucaristía. En Lourdes, donde se advierte sobrecogedora la presencia materna de la Virgen, se observa con idéntica evidencia que el centro de la oración particular y comunitaria es la celebración de la eucaristía, el tabernáculo, el altar. En nuestras iglesias la presencia de la Virgen es tan manifiesta como la presencia eucarística.

En la tradición oriental —tanto católica como ortodoxa— la Virgen santísima, además de ser invocada como entre nosotros en la liturgia, es también representada en el iconostasio frente al altar. El iconostasio debe llevar necesariamente, además de la imagen de Jesús, también la de la Virgen llamada del euanguelismós (de la anunciación), que marca el comienzo de nuestra redención.

María es vista siempre como asociada estrechamente a Cristo, su hijo, en la comunidad que celebra la eucaristía. El culto a la Virgen en la conciencia de fe de los cristianos posee una nota cristológica fundamental, unida a una dimensión más específicamente eucarística. Dice una referencia esencial y constante al Cristo eucarístico, como si deseara subrayar con énfasis la necesidad de alimento espiritual y de comunión proveniente del sacramento de la eucaristía. La Virgen parece tener un ministerio carismático de guía de los fieles hacia la eucaristía. ¿Cuáles son las raíces de esta indiscutible vivencia eclesial?

2. FUNDAMENTOS BÍBLICOS. A primera vista parece que los datos bíblicos neotestamentarios no dicen nada sobre la relación existente entre María y la comunidad que celebra la eucaristía y entre María y la eucaristía sic et simpliciter. A lo sumo habría algunos indicios. Hay pasajes, p. ej., en los cuales se alude a la participación de la primera comunidad cristiana en la cena del Señor (ICor 11,16 20) o a la fracción del pan (He 2,4247; 20,7). Se advierte, pues, que muy probablemente María se insertó en la vida comunitaria, participando de la eucaristía, presidida por los apóstoles. Se ha preguntado también si María estuvo presente en la última cena. La respuesta ha sido que su presencia no se puede excluir de modo absoluto por dos razones: 1) según Jn 19,27, María se encontraba en Jerusalén precisamente por aquellos días; 2) según el uso judío de la cena pascual, correspondía a la madre de familia, y todavía corresponde, encender las luces; es posible pues, que fuera María la que cumpliera este rito también en la última cena. Otro indicio puede ser el de la presencia indudable de María en la comunidad de pentecostés (He 1, 14). Finalmente, se observa que Lucas subraya con énfasis particular el valor simbólico decididamente eucarístico de Belén, la "casa del pan" (María, domus por excelencia del pan de vida que es Cristo) y del pesebre, en el que Jesús fue colocado (Lc 2,7.12. 16).

A una mirada más atenta no se le escapan otros datos significativos al respecto Los consigna Juan en dos escenas altamente simbólicas desde el punto de vista eucarístico, y en las cuales María ocupa un puesto central junto a Jesús. Se trata del episodio de las bodas de Caná —estrechamente ligado al de la multiplicación de los panes de Jn 6 y del episodio del Calvario. En el primero es evidente el simbolismo eucarístico. En el segundo, Jesús, después de haber entregado su madre a Juan y Juan a su madre, entrega el Espíritu, el agua y la sangre; es decir, ofrece los dones del Espíritu y de los sacramentos (Jn 19,30.34).

M/MUJER-SEÑORA: Al comienzo del signo del vino tenemos la iniciativa de María, y sobre todo la orden dada a los servidores: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Caná es el comienzo de los signos también del signo del pan de Jn 6. Caná representa, pues, el comienzo de la nueva economía sacramental cuyo centro lo constituye la eucaristía. En esta nueva economía María es llamada no ya madre, sino señora. Este pasaje indica que la Virgen santísima se ha convertido en cabeza (= mujer de Gén 2,23) de una nueva generación, la de la comunidad eclesial, que se nutre de la sangre y del cuerpo eucarístico de Cristo. El evangelista pretende subrayar la función que desempeña la Virgen madre en la comunidad eclesial pospascual. Ésta, en efecto, ha recibido justamente de su iniciativa materna la posibilidad del don de vida, proveniente del Cristo eucarístico, pan y sangre de la vida.

M/MADRE-DE-LA-I: No sólo en el llamado libro de los signos, sino también en el de la pasión, Juan da una decisiva aportación a la dimensión eucarística de la figura de María. Se trata de Jn/19/25-27 —entrega del discípulo a María y de María al discípulo—, donde hay que ver no sólo un gesto de piedad filial por parte de Jesús sino sobre todo un episodio de revelación decisiva. María se convierte aquí en portadora de una maternidad misteriosa. También aquí es llamada mujer, para subrayar una vez más el comienzo en ella de una nueva generación, la de la iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, del cual salen el agua y la sangre, símbolos de los sacramentos de la iglesia. En la nueva economía sacramental que desde ahora en adelante caracterizará la vida de la iglesia, sacramento justamente de la presencia salvífica de Cristo en medio de nosotros, María sigue siendo la madre. Si antes era sólo la madre del Hijo, ahora es también madre de la iglesia. Si antes su maternidad era física ahora es también espiritual. En el Calvario la madre de Jesús se convierte en madre de los discípulos. La maternidad física parece casi abolida no sólo de palabra, sino de un modo terriblemente realista: con la muerte física del Hijo. Le sucede una maternidad espiritual: María se convierte en madre del discípulo. Si antes había sido Jesús el que nació de la Virgen, ahora es la Virgen la que recibe un nuevo nacimiento de su Hijo crucificado. Éste no la llama ya madre, sino mujer, porque es tomada por el hombre (cf Gén 2,23). Es difícil imaginar un cambio más radical de relación entre María y su hijo divino. En lugar de Jerusalén, la hija de Sión, madre de los dispersos reunidos por Dios en sus murallas y en su templo, entra María, madre de los hijos dispersos reunidos por Jesús en el templo de la nueva alianza, que es su cuerpo y su sangre derramada por todos para el perdón de los pecados. En la economía de la nueva alianza María se convierte así en la personificación de la nueva Jerusalén, la iglesia animada sacramentalmente por Cristo eucarístico.

La eucaristía se sitúa en Juan en el mismo movimiento de la encarnación. Si la carne de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, es el sacramento de la presencia de Dios, alimento para la vida eterna, camino de la salvación, su cuerpo eucarístico es consiguientemente el pan de vida, la carne dada por amor: "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin" (Jn 13,1). Y bien, María tiene una presencia y función decisivas, tanto en la encarnación como en la economía de los sacramentos de la iglesia; en ambas ha pronunciado ella su fiat en la fe, en la esperanza y en la caridad. En ambas es cabeza de una nueva generación querida por Dios: en la primera, la generación del Hijo de Dios hecho carne, en la segunda, la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo (del Espíritu, del agua y de la sangre) y que se nutre del cuerpo y de la sangre de Cristo. Es decir, la iglesia no es sólo esencialmente eucarística, sino también existencialmente eucarística. Y María está en el principio de este nacimiento eclesial, distintivo de la sacramentalidad salvífica. María está, pues, ligada a este don de vida que es Cristo eucarístico, presente hoy en la comunidad eclesial que celebra la eucaristía. Está asociada a nosotros en calidad de madre en esta nueva economía del signo querida por Cristo para nuestra salvación, por el que se ha hecho para nosotros pan de vida y sangre de redención. Por esto no sólo es legítimo, sino bíblicamente necesario, redescubrir ese estrecho nexo entre María y la comunidad que celebra la eucaristía.

3. MIRADA HISTÓRICO-DOGMÁTICA SOBRE LA RELACIÓN MARÍA-IGLESIA-EUCARISTÍA.

Echemos ahora una fugaz mirada histórico-dogmática a la profundización pneumática de la relación María-iglesia-eucaristía en la vida de la iglesia. Procederemos de modo sumamente sintético. Se afirma, en general, que los padres raramente explicitaron la relación existente entre María-iglesia-eucaristía. Sin embargo, no faltan alusiones que, partiendo de la relación María-iglesia, destacan la identidad existente entre el cuerpo físico de Jesús y su cuerpo eucarístico. Citemos, entre otros, el conocido texto del epitafio que el obispo Averió de Hierópolis dictó a la edad de setenta y dos años. Después de haber emprendido un viaje a Roma por deseo de Marco Aurelio (161-180) para librar, se dice, del demonio a la hija misma del emperador, Lucila, durante la vuelta a su patria visitó el obispo Siria, Mesopotamia y Asia Menor, encontrando en todas partes fieles y hermanos en Cristo. Y Abercio prosigue así: "La fe en todas partes me guiaba y en todas partes me proporcionaba como alimento un pez de manantial, grandísimo, puro, que una casta virgen ha pescado y lo distribuía a los amigos para que se alimentaran de él perpetuamente. Ella posee un vino delicioso y lo da mezclado con el pan".

A este epitafio se le llama la reina de las inscripciones cristianas. En él se habla explícitamente, además del bautismo, también de la eucaristía, pues ichthýs (pez) es el conocido acróstico para designar a Jesucristo Hijo de Dios salvador. A propósito de la eucaristía se habla de una casta virgen que ha pescado tal pez y lo distribuye a los amigos de modo que puedan alimentarse de él perpetuamente. Esta virgen distribuye también el vino unido al pan. Los autores no están de acuerdo en la identificación de esta casta virgen. Algunos ven en ella a María; otros a la iglesia. Esta alternativa, a nuestro entender, subraya aún más el estrecho lazo existente entre María y la iglesia y entre María, la iglesia y Cristo eucarístico, alimento de vida eterna. Para H. Crouzel, en todo caso, es más segura la identificación con María: María, madre del cuerpo de Cristo, es también madre de la eucaristía. María, como la iglesia da a los cristianos el Cristo eucarístico para su alimento espiritual.

Poco más tarde, Efrén sirio (306-373), en su lenguaje poético, evoca de modo profundo los lazos existentes entre María y la comunidad que celebra la eucaristía. En lugar de citar los textos, nos limitamos a resumir el pensamiento del autor al respecto. Para Efrén, no sólo la iglesia sino también María, nos da la eucaristía, en oposición al pan laborioso que nos dio Eva: "La iglesia nos ha dado el pan vivo, en lugar del ácimo que había ofrecido Egipto; María nos ha dado el pan que conforta en lugar del pan laborioso que nos dio Eva". María, además, es considerada como el tabernáculo donde habitó el Verbo hecho carne, símbolo de la habitación del Verbo en la eucaristía presente en la iglesia. El mismo cuerpo nacido de María ha nacido para hacerse eucaristía. Para Efrén, la eucaristía es el misterio del cuerpo de Cristo nacido de María y presente en la iglesia. María es madre del cuerpo de Cristo, que se convierte en sacramento de salvación. He aquí cómo contempla María la eucaristía: "Sólo a mi me has mostrado tu hermosura en dos imágenes. En efecto, el pan te representa bien, lo mismo que el pensamiento; y habitas en el pan y en aquellos que lo comen. Y tu iglesia te ve visible e invisiblemente, así como te ve tu madre". Con el don del pan eucarístico de su Hijo, María se convierte en la verdadera madre de los vivientes. La eucaristía es un don materno. Pero la eucaristía consigue en cierto sentido alterar las relaciones naturales existentes entre María y su Hijo. Dice, en efecto, María: "¿Cómo te llamaré (...)? ¿Te llamaré hijo (...), hermano (...), esposo (...), maestro? ¡Oh tú, que engendras a tu madre con una nueva generación salida de las aguas! En efecto, soy tu hermana de la casa de David; él es padre de ambos. También soy tu madre porque te he llevado en mi seno; soy tu sierva e hija por la sangre y el agua, porque tú me has redimido y bautizado.

M/TEMPLO/J-SCD ENC/J-SCD: Otro elemento interesante que recorre toda la tradición patrística es la constatación de que en el seno de María fue donde Jesús se hizo sacerdote, tomando el cuerpo que luego había de ofrecer en sacrificio. Mediante la encarnación en el seno de María es como Jesús se convierte en sumo sacerdote, pudiendo así ofrecer su sacrificio al Padre. El patriarca Procio de Jerusalén (446) subraya con razón que María es el templo en el que Dios se ha hecho sacerdote y victima. Por eso toda celebración eucarística, que es el memorial del sacrificio de la cruz, hace referencia intrínseca y esencial a María, a su misteriosa fecundidad sacerdotal que nos ha merecido al verdadero y único sacerdote, el pan bajado del cielo, el vino de vida eterna, el sacrificio redentor de Cristo. En el seno de la Virgen está la fuente del sacerdocio de Cristo y de la iglesia.

M/MADRE-DE-LA-EU: En el medievo, durante la controversia con Berengario (+ 1088) contra un simbolismo que corre el peligro de vaciar la realidad física de la encarnación y de la eucaristía, se recurre aún más a la función histórica de María, verdadera madre de Dios. Por lo cual, en la eucaristía se trata del verdadero cuerpo de Cristo, nacido de la virgen María: "Ave, verum corpus, natum de María virgine", dirá luego un famoso texto eucarístico del s. XIV. El recurso a la Virgen en la eucaristía es un test de verdad y de ortodoxia. El lazo entre María y la eucaristía es mediato, pero sustancial: el cuerpo eucarístico es el mismo cuerpo formado en el seno de la virgen madre. Por eso san Buenaventura llegará también a atribuir a la Virgen una cierta mediación eucarística: como el cuerpo físico de Cristo nos ha sido dado por manos de María, así de estas mismas manos debe ser recibido su cuerpo eucarístico. Gersón llama a María "madre de la eucaristía".

La iconografía medieval presenta con una cierta frecuencia, a partir del s. IX, la figura de una mujer a la derecha de Cristo en la cruz, que levanta una copa para recoger en ella la sangre del salvador, que brota de su costado herido. Se trata del nacimiento de la iglesia, salida del costado traspasado de Cristo, según la tipología patrística. Simboliza también la entrega a la iglesia de la economía sacramental, que encuentra su vértice en la eucaristía. A menudo a esta figura de la iglesia, acompañada de la figura de la sinagoga a la izquierda de Cristo, se añaden las figuras de María y de san Juan. Pero algunos siglos después sólo aparecen María y Juan a los pies de la cruz, y sólo la Virgen es la que alza la copa hacia Cristo. La iconografía ha terminado asimilando a María con la iglesia en su relación esencial a la eucaristía.

A partir del s. XVIl prevalece una cierta tensión a tal novedad, con perjuicio de la verdad en este sector. Podemos citar, como ejemplo, la extravagante doctrina de los que afirmaban que una porción de la carne de María se habría conservado en el cuerpo de Cristo, de modo que María con razón podría ser también adorada en el santísimo sacramento del altar. Pero, prescindiendo de estas exageraciones, no faltan intuiciones todavía hoy válidas. Aquí habría que mencionar la llamada mario-eclesiología eucarística de Olier. Resumimos todo ello haciendo referencia al pintor latinoamericano Miguel de Santiago (s. XVII), el cual creó en las iglesias barrocas de Quito, Ecuador, el tema de la "Inmaculada eucarística" La Virgen está representada con una túnica blanca y un manto azul. Sostiene en su corazón una custodia y mira hacia arriba, donde están representadas las tres personas divinas, unidas por un lazo esencial de amor. El significado de la representación es: la hija del Padre, la madre del Hijo y el templo del Espíritu nos ofrece en la iglesia a su HiJo eucarístico como alimento de las almas. Su inmaculada concepción es el ideal de la santidad exigida por el sacramento de la eucaristía.

lIl. Perspectivas teológicas

1. LA APORTACIÓN DE LA TEOLOGÍA PRECONCILIAR.

Prescindiendo de las subdivisiones, a menudo complicadas, esta teología preconciliar ofreció una aportación considerable a la relación existente entre María y el misterio eucarístico que se celebra en la iglesia. En efecto, partiendo de la definición del sacramento como signo sensible de una realidad sobrenatural a la que hace presente y actual, la eucaristía es definida como el sacramento por excelencia, ya que hace presente el cuerpo y la sangre de Cristo. La eucaristía contiene al mismo Cristo en todo su misterio pascual, es decir, al Hijo de Dios encarnado, crucificado y resucitado, que se ofrece como alimento de vida y que agrupa en torno a sí a la iglesia. Ahora bien, Dios le asignó a la virgen María un puesto único y ejemplar en este misterio de encarnación salvífica, asociándola por la fe y el amor al cumplimiento de la redención: a la encarnación verdadera y propia, al misterio pascual y a la unidad y la vivificación del cuerpo místico de Cristo, que es la iglesia. Por consiguiente, la iglesia, que celebra en la eucaristía el misterio de la encarnación redentora, no puede menos de subrayar la función que María ha tenido y tiene con su maternidad espiritual. María, ligada indisolublemente a la persona del Verbo encarnado por su maternidad divina, no puede ser separada del Cristo eucarístico, lo mismo que no es separada del cuerpo místico de Cristo, que es la iglesia. En particular, la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo en la eucaristía, aunque vinculada a los signos del pan y del vino, nos remite al misterio de la encarnación, mediante el cual el Hijo de Dios entró en el mundo tomando carne de María virgen. En la eucaristía sólo Jesús está presente realmente con su cuerpo y su sangre; y desde este punto de vista, nada fuera de la eucaristía muestra hasta qué punto Jesús es el único y solo mediador en sentido fuerte. No obstante, este sacramento introduce también a María, y a ella sola, desde el momento en que se trata también siempre —aunque velado por el signo— del mismo cuerpo ahora glorioso del Cristo nacido de la virgen María: "Ave, verum corpus, natum de María virgine".

Además, con las palabras de la consagración y con los signos del pan y del vino separados, la eucaristía hace a Cristo presente en el acto de su oferta al Padre en la cruz. La virgen María —y lo demuestra la Escritura— fue personalmente asociada al sacrificio de la cruz con su consentimiento, con su amor materno, con su fe, con la ofrenda de sí misma en manos del Padre. Con esta completa unión personal al sacrificio único del Calvario, María vivió perfectamente lo que la iglesia sigue viviendo a lo largo de los siglos en la celebración sacramental. Por medio de la consagración eucarística Cristo se nos da, ofreciéndose al Padre en un acto que es la reactualización de su oferta sacrificial en el Calvario. Ahora bien, María estuvo presente en ese sacrificio y fue íntimamente asociada a él.

Además de presencia real y sacrificio, la eucaristía es también alimento y comunión. La comunión del cuerpo y la sangre de Cristo une a los fieles a su vida divina, destinándolos a la resurrección. Tal unión eucarística fue precedida por la unión personal de María con Cristo. Por eso María se convierte en modelo de comunión y de gracia con Cristo. Cristo se nos da para alimentarnos, para unirse a nosotros, de modo que nos transforma en él. En esta comunión María es para nosotros ejemplo decisivo, en cuanto que es la plena de gracia. Por eso la eucaristía es también el sacramento de la unidad eclesial. La realidad de este sacramento es la construcción de la unidad del cuerpo místico de Cristo. Con su maternidad espiritual. que se nos reveló en el Calvario, María posee un cometido central en la construcción de esta unidad, reuniendo a los hijos dispersos y uniéndolos a Cristo en un solo cuerpo.

2. LA MATERNIDAD VIRGINAL DE MARÍA Y DE LA IGLESIA Y LA EUCARISTÍA. A las consideraciones precedentes añadimos otras relativas a la relación existente entre María y la iglesia, que son fundamentales en la profundización ulterior de la función materna de María y de la iglesia respecto a la eucaristía. Aunque en clave negativa y polémica, Karl Barth había visto bien en la herejía del dogma mariano "ni más ni menos que el dogma crítico central de la iglesia católica": el dogma a partir del cual deben ser consideradas todas las restantes posiciones fundamentales, y con el cual o subsisten o caen. Dice también Barth: "La madre de Dios de la mariología católica es, en efecto, simplemente el principio, el prototipo y la condensación de la criatura humana, que coopera a su propia salvación sirviéndose de la gracia que la previene, y es también el principio, el prototipo y el resumen de la Iglesia". Y finalmente: "La iglesia, en la cual es venerada María, se debe comprender como se comprendió en el concilio Vaticano (I), a saber: que ella debe ser la iglesia del hombre que, en virtud de la gracia, coopera a la gracia".

Prescindiendo de la actitud de rechazo del dogma mariano, el análisis de Barth ha centrado bien la verdad del catolicismo (y podemos añadir que de la ortodoxia): "La fe católica - dice De Lubac resume simbólicamente en la santísima Virgen en su caso privilegiado, la doctrina de la cooperación humana a la redención, ofreciendo de esta suerte como la síntesis o la idea madre del dogma de la iglesia". Los lazos María-iglesia son por tanto esenciales e intrínsecos en la economía cristiana de la salvación. Por algo en la tradición patrística y medieval las imágenes y símbolos bíblicos —como nueva Eva, paraíso, arca de la alianza, la escala de Jacob, ciudad de Dios, tabernáculo del altísimo, mujer fuerte, nueva creación— son aplicados a menudo indiferentemente a María y a la iglesia. San Cirilo de Alejandría, p. ej., llama a María "iglesia santa" de Dios. E Isaac de la Estrella afirma: "María et ecclesia, una mater et plures". No se trata de simples paralelismos o de uso impropio de símbolos y metáforas. Se trata de una profunda conciencia de fe, que a través de esta original comunicación de idiomas reconoce en María la figura ideal de la iglesia, su ejemplar, su meta de perfección. Por eso dice el Vat ll: "La madre de Dios es tipo de la iglesia (...) en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo. Porque en el misterio de la iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la bienaventurada virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre (...). Ella dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29), a saber: los fieles, a cuya generación y educación coopera con materno amor" (LG 63). Y la iglesia contemplando la santidad de María, imitando su caridad y cumpliendo la voluntad del Padre, se convierte también en madre, porque con la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos, y virgen, porque custodia integra y pura la fe prometida al esposo (cf LG 64).

También la Marialis cultus insiste sobre todo en la ejemplaridad de María en comparación con la iglesia: María se convierte así en el "modelo (exemplar) de la actitud espiritual con que la iglesia celebra y vive los divinos misterios" (MC 16). Es sobre todo el titulo de madre lo que acerca la iglesia a María: la iglesia sigue engendrando todos los días a aquel al que María virgen ha engendrado. Y ambas engendran por obra del Espíritu Santo. Ambas están animadas por el Espíritu con vistas a la comunicación de una vida toda santa, la de Cristo. Si la función materna de María consiste en primer lugar en dar al mundo al Hijo de Dios, la función materna de la iglesia consiste también en darnos a Cristo, cabeza, sacrificio y alimento de su cuerpo místico. Más aún, la eucaristía constituye propiamente la culminación de la maternidad de la iglesia. Citamos aquí una página todavía actual de K. Feckes relativa a la función materna de María y de la iglesia en relación a la eucaristía: "María engendró al Cristo terreno, la iglesia engendra al Cristo eucarístico. La vida de María estuvo toda ella centrada en la educación y en la custodia de Cristo, la vida íntima de la iglesia y su preocupación más acuciante gira en torno al tesoro de la eucaristía. María dio al mundo al Cristo terreno a fin de que el mundo fuese redimido por la inmolación de su santa carne y de aquella inmolación nacieran hijos de Dios. Idéntica finalidad tienen el cuerpo y la sangre eucarísticos en la iglesia, a saber: engendrar siempre nuevos hijos de Dios. Como María participó en el sacrificio de la cruz, así la iglesia entera participa en el santo sacrificio de la misa. María al pie de la cruz fue constituida depositaria de todo el inmenso tesoro de gracias de la redención, que administra como intercesora. La iglesia también ha sido hecha depositaria del mismo tesoro que le es confiado, digámoslo así, nuevamente en cada sacrificio de la misa, a fin de que por medio de su ministerio lo comunique y lo distribuya. María es la celeste y auténtica intercesora ante el Hijo, la iglesia es la intercesora auténtica y omnipotente de sus hijos".

La maternidad espiritual de María, sancionada en el Calvario por Cristo, tiene, pues, una plena correspondencia en la maternidad espiritual de la iglesia, significada y motivada por el "poder sobre la eucaristía", a través del cual la iglesia ejerce su función materna respecto a Cristo. Prescindimos aquí de detallar demasiado las distintas causalidades o modalidades de la relación María-iglesia-eucaristía. En efecto, se corre el riesgo de caer en sutilezas tal vez inútiles, fruto frecuentemente de no poca inseguridad. Sin embargo, es cierto que en la eucaristía la maternidad de María continúa de modo misterioso en la maternidad de la iglesia. El misterio cristiano —la muerte redentora de Cristo— es único en María, en la iglesia, en cada cristiano. En cambio, las modalidades de vivirlo y de realizarlo son diversas. Como ya lo hacia notar en su tiempo Isaac de la Estrella: "Lo que se aplica universalmente (universaliter) a la iglesia se aplica especialmente (specialiter) a María y singularmente (singulariter: individualmente) al alma fiel". Aunque "inserta en el misterio de la iglesia" María es no obstante, "la primera" (cf LG 6i). Como decía ya De ·Lubac-H: Dios "ha reunido toda la nobleza esparcida en el universo para depositarla toda entera en el hombre, que es su obra maestra, eso mismo hizo en María por lo que respecta a toda la nobleza de este mundo espiritual que es la iglesia. Si la iglesia es el templo de Dios, María es el santuario de este templo. Si la iglesia es este santuario, María se encuentra en su interior como el arca. Y si la misma iglesia es comparada con el arca, María es entonces el propiciatorio que la recubría, y que es más precioso que todo lo demás. Si la iglesia es el paraíso, María es el manantial de donde brota el río que lo fertiliza. Ella es el río que alegra la ciudad de Dios. Ella es como el cedro en la cresta del Líbano, como la rosa en el centro de Jericó. Ella es en la santa Sión como el cuartel real, como la torre de David, que domina toda la ciudad" (Meditación sobre la Iglesia, 274s.).

La relación María-comunidad que celebra la eucaristía debería redescubrirse quizá, hoy sobre todo, en una perspectiva simbólico-relacional, centrada toda ella en la maternidad virginal de María y de la iglesia respecto al cuerpo eucarístico de Cristo, ambas bajo la perenne acción consecratoria del Espíritu Santo. La iglesia, en efecto, no celebra nunca la eucaristía sin invocar reiteradamente la intercesión de la madre del Señor. En cada misa María parece prolongar a través de la iglesia la petición hecha en Caná: "No tienen vino" (Jn 2,3), en favor de toda la iglesia; y al mismo tiempo, a través igualmente de la iglesia, invita a todos los sacerdotes a "hacer lo que él os diga" (Jn 2,5). En cada misa María ofrece como miembro eminente de la iglesia, asociando, en unión con la sangre de su Hijo, no sólo su consentimiento pasado a la encarnación y a la cruz, sino también sus méritos y su presente intercesión materna y gloriosa. No hay necesidad de hablar de sacerdocio de María. Es suficiente recordar que la Virgen participa de modo eminente del sacerdocio de todos los bautizados, y por tanto del sacrificio de la iglesia.

3. IMPLICACIONES TEOLÓGICO-PASTORALES DE LA PRESENCIA DE MARÍA EN LA COMUNIDAD QUE CELEBRA LA EUCARISTÍA.

M/I/4-ACTITUDES: No podemos aquí por menos de referirnos a cuanto dice la Marialis cultus a propósito de María como modelo de la iglesia en el ejercicio del culto. Con cuatro verbos describe Pablo Vl la actitud de María frente al misterio divino de la encarnación y la redención: María es la virgen audiens, orans, pariens y offerens (cf MC 17-20). Como María, también la comunidad eclesial que celebra y vive la eucaristía es una comunidad que escucha la palabra, ora, engendra y ofrece. En todo esto María se muestra perfecta pietatis magistra (MC 21): "Para perpetuar en los siglos el sacrificio de la cruz, el Salvador instituyó el sacrificio eucarístico, memorial de su muerte y resurrección, y lo confió a la iglesia su esposa, la cual, sobre todo el domingo, convoca a los fieles para celebrar la pascua del Señor hasta que él venga, lo que cumple la iglesia en comunión con los santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable" (MC 20).

Sigamos profundizando este lazo existente entre la comunidad que celebra la eucaristía y la Virgen santísima, presencia viva en la iglesia, sobre todo en sus implicaciones teológico-pastorales. Ante todo la iglesia se reúne para celebrar la eucaristía. Es un hecho que María congrega a la iglesia en torno al altar. Lourdes y los grandes santuarios marianos sirven para testimoniar esta innegable realidad. Sabemos que es propio del ministerio apostólico reunir a los fieles en torno a la eucaristía y presidirla. Pues bien, también María posee una función significativa en este reclamo del Cristo eucarístico, de suerte que con razón alguien ha hablado de su ministerio carismático para congregar al pueblo fiel. Y este ministerio incluye también una llamada a la conversión y al cambio radical de vida de los fieles. La comunidad que celebra la eucaristía da gracias al Padre. La eucaristía es, en efecto, también una acción de gracias. María es modelo de la iglesia en esta acción de gracias con toda su vida. Piénsese en el Magníficat. La comunidad que celebra la eucaristía se une a María en esta oración al Padre, al cual presenta cada día las necesidades de sus hijos, alabando al Señor incesantemente e intercediendo por la salvación del mundo (cf MC 18). La comunidad que celebra la eucaristía hace memoria de Cristo. La eucaristía, en efecto, es el memorial de la pasión y de la muerte redentora de Cristo, que se inmoló por la salvación del mundo. Pues bien, la presencia de María en el Calvario no fue una presencia arbitraria o facultativa, sino una presencia con un significado preciso en el plan de la redención. De ahí la relación misteriosa pero real que existe entre María y el sacrificio eucarístico, memorial de la cruz. Además, al celebrar la eucaristía, la comunidad revive el acontecimiento pascual, que es el acontecimiento de la liberación global y definitiva de la comunidad. Ahora bien, María es la primera redimida que goza plenamente de la liberación total traída por el Cristo pascual. De ahí también la presencia no sólo paradigmática de María en la comunidad eucarística.

La comunidad que celebra la eucaristía invoca al Espíritu Santo. La presencia de Cristo entre nosotros, no sólo en la encarnación, sino también en la eucaristía, se hace posible a través de la obra del Espíritu Santo. Es el Espíritu el que actúa en el pan y en el vino transformándolos en cuerpo y sangre de Cristo. Es el Espíritu el que obra en la comunidad de los fieles, para unirlos verdaderamente en el cuerpo eclesial. Y por el mismo Espíritu es como María se convirtió en madre del Hijo de Dios encarnado. María es también esposa del Espíritu. De ahí una acción particular del Espíritu en la iglesia para que engendre, como María, al Cristo eucarístico y así lo haga presente en el mundo.

Finalmente, la comunidad que celebra la eucaristía participa de la misión de Cristo (cf LG 65). Jesucristo Hijo de Dios encarnado, con su ser y su acción realiza en sí de modo perfecto y total la presencia salvífica de Dios. El es la encarnación suprema y omnicomprensiva de la palabra de Dios, de la acción de Dios y de la presencia de Dios para nosotros. Ahora bien, la eucaristía, en cuanto memorial, en cuanto sacramento y en cuanto presencia, continúa en la iglesia y en el tiempo de la iglesia este dinamismo de encarnación salvífica de Cristo. El que celebra la eucaristía, el que se nutre de ella, no sólo se alimenta con el pan de vida, sino que entra también él en este dinamismo de encarnación salvífica de la palabra de Dios y de la presencia de Dios. Se convierte también él en una palabra dicha por Dios, en un gesto salvífico de Dios y en un tabernáculo de su presencia. Ahora bien, sabemos que en el comienzo de esta economía sacramental está María: "Haced lo que él os diga" (Jn/02/05). Y esta economía sacramental y eucarística se funda de modo particular en este haced. "Haced esto en memoria mía". Un hacer misterioso y omnipotente, que realiza lo que dice: hacer realmente presente el cuerpo y la sangre de Cristo como alimento del alma, como sacrificio de alabanza, como recreación del hombre en Dios. De ahí la conclusión inevitable: el hacer de la iglesia "en memoria" de Jesús debe traducirse en una continua praxis de encarnación de la palabra de vida eterna que es Cristo, de su acción y de su presencia salvífica. La eucaristía debe convertirse en praxis de palabra divina, de acción y de presencia de Dios entre los hombres. Se puede entonces hablar con razón de praxis de la boca (evangelizar con la palabra), praxis de las manos (evangelizar con acciones) y praxis de los pies (evangelizar con la presencia y el encuentro con los hombres).

Esta conclusión puede parecer arriesgada: obtener del sacramento por excelencia del éxtasis y de la contemplación una praxis de la acción. Sin embargo, la economía eucarística está fundada en el "haced" de María y de Cristo: " Haced lo que él os diga", dijo María a los servidores; «Haced esto en memoria mía", dijo Jesús a sus discípulos.

A. AMATO
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 720-733

Fuente: Mercaba.org