Esposa de José

Padre Pablo Largo Domínguez C.M.F

 

            María vivió en una sociedad patriarcal. El lugar de la mujer era, por lo común, de neta subordinación, primero en la casa paterna y más tarde en la del marido; no obstante, había ideas y prácticas religiosas que suavizaban tal situación discriminatoria. Por otro lado, los dones personales de la mujer y la forma de ser del marido podían dar un perfil más humano a unas relaciones asimétricas. ¿Qué sucedía en el hogar de María y José? ¿Qué rasgos tenían sus relaciones interpersonales? ¿Qué los unía?

Las tareas de cada esposo  

            Nos gustaría disponer de una información explícita y detallada sobre la forma de convivencia en aquella casa, pero los datos son demasiado escasos. Podemos, con todo, apuntar varias cosas teniendo en cuenta también el contexto concreto en que viven: son hebreos de la época del judaísmo, habitan en la región de la Baja Galilea, su medio ambiente es rural, pertenecen a unas familias económicamente modestas o pobres.

El marido, en aquella sociedad, era la autoridad suprema de la casa y el garante de la seguridad de la familia; la mujer era valorada en razón de su función procreadora y de su contribución a la hacienda familiar. El oficio de José, según parece, tenía que ver con la construcción, lo que implica saber trabajar la piedra y la madera. San Justino, converso judío del siglo II, dice que fue fabricante de “yugos y arados”. Algunos sugieren que ejerció su menester de artesano no sólo en Nazaret, sino también en Séforis, población cercana reconstruida en aquellos años por orden de Herodes Antipas.

Según el tratado rabínico de la Misná (recopilación hecha en el siglo III d.C., pero que refleja ideas y costumbres anteriores) a la mujer le corresponde moler la harina, cocer el pan, lavar la ropa, cocinar, criar los niños, hacer la cama y trabajar la lana. Todas estas faenas estarían a cargo de María, que no disponía de sierva a quien encomendarlas parea reservarse las de crianza y cocina. En su ambiente rural, también acudirá por agua a la fuente.

Creencias y prácticas religiosas  

            Hemos indicado que la reflexión religiosa suavizó las relaciones de dominio-subordinación en aquel mundo patriarcal. El segundo relato de la Creación reconoce la dignidad e igualdad de la compañera del varón, aunque mermadas por elementos que denotan una jerarquía entre ambos: la mujer es creada después del varón, es éste el que le impone el nombre (índice de dominio). En cambio, en el primer relato, que procede del judaísmo postexílico, se dice de ambos que son imagen de Dios, que son bendecidos para dar origen a nuevas vidas, que son visires o representantes de Dios en la tierra y reciben el encargo de dominarla.

            Mujer y varón son miembros del pueblo de la alianza; marido y mujer son corresponsables en la transmisión de la fe en el hogar. También inician a los niños en la vida de oración. Hay ritos que sólo se realizan en el seno de la familia; entre estos, ciertos ritos del sábado y la cena pascual. A la mujer corresponde encender la lámpara del sábado y apagarla al concluir este día de descanso festivo; el padre preside la cena pascual e instruye a los hijos sobre el significado de los ritos que se celebran en ella. Todo esto se viviría en el hogar de la “sagrada familia”, pues eran observantes de la Ley, como señala san Lucas.  

Primera unión y primera crisis  

            Nos concentramos ya en la relación interpersonal de la pareja formada por José y María. Estaban prometidos, ya se había celebrado el rito del desposorio, pero aún no convivían en el mismo hogar; cosa que se aplazaba hasta el rito del matrimonio, un año más tarde. Con todo, el compromiso es ya un primer vínculo firme, si bien con una dosis mayor o menor de imposición familiar. La grave crisis por que pasa José al enterarse del embarazo de María parece que dará al traste con estos comienzos de unión. No sabemos si se sintió traicionado; hay exegetas que sostienen otra hipótesis: que tuvo el presentimiento de que aquello era cosa de Dios, y dedujo que debía retirarse.

No actuó con despecho, ni quiso hacer daño a María. Luego, se cercioró de que Dios había intervenido y de que él tenía también una misión; no se rebeló, y aceptó sin reservas el encargo. La invitación de Dios le hacía cambiar de planes y entrañaba renuncias; pero José no se resistió, porque no vivía para sí mismo. Buscaba el querer de Dios (es lo que significa “ser justo”: Mt 1,19). Aquí descubrimos un factor decisivo que une a María y José: ambos viven la obedien­cia de la fe que los apremia a ensanchar sus horizontes y a consentir a un designio que da una orientación nueva a sus vidas. María cierra su diálogo con el ángel diciendo: “he aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”; y José, secundando la indica­ción del ángel, acoge a María, pone al niño el nombre de Jesús y le hace entroncar en el linaje de David.

Las uniones basadas en el amor humano tienen un buen funda­mento para obtener solidez, pero este amor se halla expuesto a crisis imprevistas. Hay inmejorables garan­tías de superarlas cuando las personas buscan la voluntad de Dios. A primera vista Dios se interpone, trastorna los planes y parece separar a estas dos personas; pero en realidad las conduce a una nueva forma de unión. Si Dios aparece en un primer momento como factor que desune lo que habían unido los hombres, que ‘fuerza’ a dos personas que querían caminar juntas a seguir caminos distintos, en realidad será el punto supremo de sujeción y unión de esas dos voluntades. La búsqueda de la voluntad de Dios puede deparar sorpresas, quizá obligue a redefinir papeles, pero de seguro que compac­ta la unión. No sé si Dyck une, pero ser justos ante Dios une.  

Nuevo sobresalto  

Años más tarde el “niño” se queda en Jerusalén. María y José no caen en una tentación fácil de la vida en pareja: la de reprocharse uno a otro el problema que se ha creado, lo que no remedia nada, ni es bueno. José y María buscan juntos y sufren juntos: “hijo –dirá María a Jesús– ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustia­dos”. Ambos esposos viven una intensa comunión de sentimientos, una zozobra comparti­da por la suerte del niño. Sentir lo mismo: también esto une.

Hay, en fin, un nuevo motivo que crea unión: el ejercicio compartido de la autoridad. Tras hallar a Jesús en el templo, bajaron a Nazaret, y Jesús “siguió bajo su autoridad”. Hasta que alcance la mayoría de edad, vivirá bajo una autoridad que, como dice el mismo nombre latino, “hace crecer”. Es que sólo sabe mandar quien antes ha sabido obedecer. Y, como hemos visto, tanto María como José sabían obedecer.

En resumen: a José y María los unen los desposorios, los une la aceptación del querer de Dios, los unen los sentimientos compartidos, los une la autoridad compartida. Son cosas que, en un sentido u otro, en una u otra proporción, podemos vivir todos. Es la enseñanza e invitación que ofrece la envidiable forma de relación de esta singular pareja.

Fuente: autorescatolicosorg