María
vivió en una sociedad patriarcal. El lugar de la mujer era, por lo común,
de neta subordinación, primero en la casa paterna y más tarde en la
del marido; no obstante, había ideas y prácticas religiosas que
suavizaban tal situación discriminatoria. Por otro lado, los dones
personales de la mujer y la forma de ser del marido podían dar un
perfil más humano a unas relaciones asimétricas. ¿Qué sucedía en el
hogar de María y José? ¿Qué rasgos tenían sus relaciones
interpersonales? ¿Qué los unía?
Las
tareas de cada esposo
Nos gustaría disponer de una información explícita y detallada
sobre la forma de convivencia en aquella casa, pero los datos son
demasiado escasos. Podemos, con todo, apuntar varias cosas teniendo en
cuenta también el contexto concreto en que viven: son hebreos de la época
del judaísmo, habitan en la región de la Baja Galilea, su medio
ambiente es rural, pertenecen a unas familias económicamente modestas o
pobres.
El
marido, en aquella sociedad, era la autoridad suprema de la casa y el
garante de la seguridad de la familia; la mujer era valorada en razón
de su función procreadora y de su contribución a la hacienda familiar.
El oficio de José, según parece, tenía que ver con la construcción,
lo que implica saber trabajar la piedra y la madera. San Justino,
converso judío del siglo II, dice que fue fabricante de “yugos y
arados”. Algunos sugieren que ejerció su menester de artesano no sólo
en Nazaret, sino también en Séforis, población cercana reconstruida
en aquellos años por orden de Herodes Antipas.
Según
el tratado rabínico de la Misná (recopilación hecha en el siglo III
d.C., pero que refleja ideas y costumbres anteriores) a la mujer le
corresponde moler la harina, cocer el pan, lavar la ropa, cocinar, criar
los niños, hacer la cama y trabajar la lana. Todas estas faenas estarían
a cargo de María, que no disponía de sierva a quien encomendarlas
parea reservarse las de crianza y cocina. En su ambiente rural, también
acudirá por agua a la fuente.
Creencias
y prácticas religiosas
Hemos indicado que la reflexión religiosa suavizó las
relaciones de dominio-subordinación en aquel mundo patriarcal. El
segundo relato de la Creación reconoce la dignidad e igualdad de la compañera
del varón, aunque mermadas por elementos que denotan una jerarquía
entre ambos: la mujer es creada después del varón, es éste el
que le impone el nombre (índice de dominio). En cambio, en el primer
relato, que procede del judaísmo postexílico, se dice de ambos que son
imagen de Dios, que son bendecidos para dar origen a nuevas vidas, que
son visires o representantes de Dios en la tierra y reciben el encargo
de dominarla.
Mujer
y varón son miembros del pueblo de la alianza; marido y mujer son
corresponsables en la transmisión de la fe en el hogar. También
inician a los niños en la vida de oración. Hay ritos que sólo se
realizan en el seno de la familia; entre estos, ciertos ritos del sábado
y la cena pascual. A la mujer corresponde encender la lámpara del sábado
y apagarla al concluir este día de descanso festivo; el padre preside
la cena pascual e instruye a los hijos sobre el significado de los ritos
que se celebran en ella. Todo esto se viviría en el hogar de la
“sagrada familia”, pues eran observantes de la Ley, como señala san
Lucas.
Primera
unión y primera crisis
Nos concentramos ya en la relación interpersonal de la pareja
formada por José y María. Estaban prometidos, ya se había celebrado
el rito del desposorio, pero aún no convivían en el mismo hogar; cosa
que se aplazaba hasta el rito del matrimonio, un año más tarde. Con
todo, el compromiso es ya un primer vínculo firme, si bien con una
dosis mayor o menor de imposición familiar. La grave crisis por que
pasa José al enterarse del embarazo de María parece que dará al
traste con estos comienzos de unión. No sabemos si se sintió
traicionado; hay exegetas que sostienen otra hipótesis: que tuvo el
presentimiento de que aquello era cosa de Dios, y dedujo que debía
retirarse.
No
actuó con despecho, ni quiso hacer daño a María. Luego, se cercioró
de que Dios había intervenido y de que él tenía también una misión;
no se rebeló, y aceptó sin reservas el encargo. La invitación de Dios
le hacía cambiar de planes y entrañaba renuncias; pero José no se
resistió, porque no vivía para sí mismo. Buscaba el querer de Dios
(es lo que significa “ser justo”: Mt 1,19). Aquí descubrimos un
factor decisivo que une a María y José: ambos viven la obediencia de
la fe que los apremia a ensanchar sus horizontes y a consentir a un
designio que da una orientación nueva a sus vidas. María cierra su diálogo
con el ángel diciendo: “he aquí la esclava del Señor. Hágase en mí
según tu palabra”; y José, secundando la indicación del ángel,
acoge a María, pone al niño el nombre de Jesús y le hace entroncar en
el linaje de David.
Las
uniones basadas en el amor humano tienen un buen fundamento para
obtener solidez, pero este amor se halla expuesto a crisis imprevistas.
Hay inmejorables garantías de superarlas cuando las personas buscan
la voluntad de Dios. A primera vista Dios se interpone, trastorna los
planes y parece separar a estas dos personas; pero en realidad las
conduce a una nueva forma de unión. Si Dios aparece en un primer
momento como factor que desune lo que habían unido los hombres, que
‘fuerza’ a dos personas que querían caminar juntas a seguir caminos
distintos, en realidad será el punto supremo de sujeción y unión de
esas dos voluntades. La búsqueda de la voluntad de Dios puede deparar
sorpresas, quizá obligue a redefinir papeles, pero de seguro que compacta
la unión. No sé si Dyck une, pero ser justos ante Dios une.
Nuevo
sobresalto
Años
más tarde el “niño” se queda en Jerusalén. María y José no caen
en una tentación fácil de la vida en pareja: la de reprocharse uno a
otro el problema que se ha creado, lo que no remedia nada, ni es bueno.
José y María buscan juntos y sufren juntos: “hijo –dirá
María a Jesús– ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y
yo te buscábamos angustiados”. Ambos esposos viven una intensa
comunión de sentimientos, una zozobra compartida por la suerte del niño.
Sentir lo mismo: también esto une.
Hay,
en fin, un nuevo motivo que crea unión: el ejercicio compartido de la
autoridad. Tras hallar a Jesús en el templo, bajaron a Nazaret, y Jesús
“siguió bajo su autoridad”. Hasta que alcance la mayoría de edad,
vivirá bajo una autoridad que, como dice el mismo nombre latino,
“hace crecer”. Es que sólo sabe mandar quien antes ha sabido
obedecer. Y, como hemos visto, tanto María como José sabían obedecer.
En
resumen: a José y María los unen los desposorios, los une la aceptación
del querer de Dios, los unen los sentimientos compartidos, los une la
autoridad compartida. Son cosas que, en un sentido u otro, en una u otra
proporción, podemos vivir todos. Es la enseñanza e invitación que
ofrece la envidiable forma de relación de esta singular pareja.
Fuente: autorescatolicosorg