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Madre del "Shabat"
Padre Gonzalo Fernandez Sanz cmf
No sé si ustedes han oído hablar de Nietzsche. Fue un pensador alemán del
siglo XIX que intuyó muy bien el espíritu de los siglos venideros. Las
palabras que siguen las escribió hace más de cien años, pero retratan bien
nuestro presente: “Pensamos con el reloj en la mano. Vivimos como quien teme
continuamente dejar de hacer algo. No disponemos ya del tiempo ni de la
fuerza necesaria para las ceremonias, la cortesía, para todo espíritu de
conversación y, de una manera general, para el ocio. Pronto llegaremos al
extremo de no ceder a nuestra inclinación por la vida contemplativa sin
despreciarnos por ello y sin tener mala conciencia”. En buena medida su
predicción se ha cumplido. Vivimos en una sociedad acelerada en la da la
impresión de que apenas tenemos tiempo para nada. Esta sensación se traslada
a las cosas. Nos parece que todo dura poco: las noticias, las máquinas, la
ropa. Y en bastantes casos las relaciones y las convicciones. Estamos, por
otra parte, en la sociedad que no para nunca. Funciona las 24 horas del día.
Siempre hay una tienda abierta, un coche circulando, una fábrica
produciendo. La nuestra es una sociedad que ha perdido el sentido profundo
del descanso, aunque parece desearlo con vehemencia.
María fue una mujer judía del siglo I. No se me parece a las personas
aceleradas de hoy. La imagino trabajando, sí, pero también disfrutando
semanalmente del “shabat”, del día de descanso, como buena judía. Desde niña
debió de oír muchas veces el precepto de la Escritura: “Recuerda el día del
sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos,
pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios” (Dt 20,8-9).
¿Por qué reservar un día de cada siete para el descanso? La misma Escritura
ofrece la razón profunda de este precepto: “En seis días hizo Yahveh el
cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó;
por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado” (Dt 20,11).
Con el paso del tiempo, la mentalidad legalista transformó un día de alegría
y de fiesta en una cárcel. El sábado surgió como un día de libertad, para
que el hombre disfrutara del señorío sobre las cosas y no se sintiera
sometido a ellas, para que tuviera tiempo para la amistad, el juego, la
alabanza y el descanso. Cuando se pierde este sentido profundo y liberador,
el sábado se convierte en una pesada carga; o lo que es pero, en un
“no-día”, en una jornada aburrida en la que no sabemos qué hacer, víctimas
de una especie de síndrome de abstinencia, esclavos de pequeñas minucias que
rellenan en falso un día sagrado. Por eso Jesús tuvo que recordarnos
enérgicamente que “el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el
sábado”.
Cuando pienso en María como “madre del shabat” la imagino como una mujer que
sabe descansar, que refleja en su manera de vivir la imagen del Dios en el
que cree, un Dios que “al séptimo día descansó”. La imagino contemplando el
campo, hablando con las vecinas, acariciando a su esposo y a su hijo, orando
sin prisas. La imagino haciendo el mundo de otra manera, a través del ritmo
hondo y sereno que los seres humanos seguimos cuando estamos descansados.
María del “shabat” es la mujer que no siente vergüenza de disfrutar del
descanso porque sabe que de esta manera está glorificando a Dios y está
permitiendo que la vida se exprese con otra melodía.
¿No os parece que muchas de nuestras tristezas, de nuestras ansiedades, de
nuestras violencias, brotan cuando estamos tensos y cansados? Una persona
que no descansa no saborea la vida, no sabe dialogar, todo lo tasa en
términos de tiempo y de dinero, pierde el sentido de lo gratuito. Al final,
no sabe por qué trabaja, por qué sufre, por qué se afana. Sin descanso no es
posible caer en la cuenta de los pequeños detalles de la vida y –lo que es
peor– acabamos perdiendo su sentido más profundo.
Madre del “shabat”, para todos nuestros relojes digitales. Ayúdanos a
disfrutar no sólo del séptimo día, sino del octavo, del día en el que Cristo
con su resurrección hace nuevas todas las cosas. No nos dejes caer en la
tentación de rellenar las horas muertas a base de televisión o de internet.
Permítenos redescubrir el gozo de una conversación inesperada. Sorpréndenos
con el placer de un paseo a pie. Haz que no nos volvamos perezosos para
vestirnos de fiesta, para cocinar con esmero, para pensar que todo puede ser
más hermoso cuando lo contemplamos con un corazón sereno y agradecido.
Fuente: ciudadredonda.org
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