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Maria, Mujer de las Bienaventuranzas
Padre Luciano Alimandi
"Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué
discutíais por el camino? Ellos callaron, pues por el camino habían
discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce,
y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el
servidor de todos.» Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le
estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en
mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a
Aquel que me ha enviado.» (Mc 9, 33-37) En este pasaje del Evangelio aparece
evidente la búsqueda de si de los apóstoles que, cuando volvían de una
peregrinación apostólica junto al Señor, se dejaron llevar de
consideraciones que no tiene mucho que ver con el autentico seguimiento de
Cristo.
Pero Jesús, en su infinita bondad, no los reprende como quizás habrían
merecido, por el contrario, se acerca a ellos como se comporta un verdadero
amigo y, con tono sosegado, les ayuda a hacer un examen de conciencia, les
lleva a entrar en si mismos: "¿de qué discutíais por el camino?”. La
respuesta se hace esperar, porque era un autentico embarazo admitir la
bajeza de sus discursos sobre "quien era el más grande", cuando el Maestro
les había hablado poco tiempo antes de su pasión. He aquí entonces que Jesús
aprovecha ese resbalón de los apóstoles - que caen como nosotros en el
orgullo - para transmitir una enseñanza que también es el antídoto a todo
afán de grandeza: "¡sed los últimos, sed los servidores de todos y seréis
los primeros!"
El cristianismo sólo conoce un primado: ¡hacerse niños en el espíritu! Para
imprimir en la memoria de la Iglesia naciente esta enseñanza, el Señor coge
a un niño, lo estrecha contra si y lo presenta a los apóstoles, como para
decirles que el mundo de los "adultos", debe inclinarse al de los "pequeños"
dando todo el respeto que merece la mención de los niños, tan a menudo
despreciada por los potentes. El mundo de los pequeños está hecho de
sencillez y no de arrogancia, de humildad y no de arribismo; es un mundo en
el que nadie quiere pisar al otro, porque todo tenemos un único modelo, el
Jesús de las bienaventuranzas. El mundo de los pequeños fascina a los
sencillos y hace sacudir la cabeza a los que se creen entre los que han
"llegado". El mundo de los adultos, por el contrario, está hecho más bien de
discusiones, de ambiciones más o escondidas, de sonrisas falsas para
conseguir un beneficio y no de sonrisas espontáneas para recordarse los unos
a los otros que somos hijos del mismo Dios.
El mundo de los pobres en espíritu es el mundo de Maria: aquí nació Jesús,
en una pobre gruta, circundado por el amor de los más pobres en espíritu. Es
este el mundo que la Madre de Dios ha venido a promover en esta tierra,
sirviéndose a menudo de los más pequeños, como los beatos Francisco y
Jacinta, los videntes de Fátima, cuya memoria celebrábamos precisamente
ayer. Los dos pastorcillos vieron a la Virgen que les confió uno de los más
sorprendentes mensajes que la historia conozca. A ellos, el mundo de los
pequeños, Dios confía los misterios de su Reino. A quien se hace pequeño
como Francisco y Jacinta, Dios les hace participe de su fuerza y su gloria.
Las oraciones y los sacrificios de estos dos niños, que se entregaron
voluntariamente al Corazón Inmaculado de Maria, han contribuido a la
salvación de muchas almas, dando también consuelo al Santo Padre en sus
sufrimientos. Nosotros los recordamos como ejemplos vivientes de santidad,
una santidad al alcance de todos, la de las bienaventuranzas de la que la
Madre de Jesús se hace nuestra Maestra y Guía.
Junto al Santo Padre Benedicto XVI, la invocamos: " "Maria, Madre del sí, Tú
has escuchado a Jesús y conoces el timbre de su voz y el latido de su
corazón. Estrella de la mañana, háblanos de Él y cuéntanos tu camino para
seguirlo en la vía de la fe. María, que en Nazaret habitaste con Jesús
imprime en nuestra vida tus sentimientos, tu docilidad, tu silencio que
escucha y haz florecer la Palabra en opciones de verdadera libertad María,
háblanos de Jesús, para que la frescura de nuestra fe brille en nuestros
ojos y caliente el corazón de quien nos encuentra: como hiciste Tu visitando
a Isabel que en su vejez gozó contigo por el don de la vida- María, Virgen
del Magníficat ayúdanos a llevar la alegría al mundo, come en Caná, impulsa
a cada joven, comprometido en el servicio a los hermanos, a hacer sólo
aquellos que Jesús dice. María, pon tu mirada en el Agora de los jóvenes,
Para que sea el terreno fecundo de la iglesia italiana. María ruega para que
Jesús, muerto y resucitado renazca en nosotros y nos transforme en una noche
plena de luz, llena de Él: María, Virgen de Loreto, puerta del cielo,
ayúdanos a levantar la mirada a lo alto. Queremos ver a Jesús. Hablar con
Él. Anunciar a todos su Amor". (Benedicto XVI 14 de febrero de 2007, Oración
por el ágora de los jóvenes del Mediterráneo).
Fuente:
fides.org
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