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El "poder" humilde de Maria
Padre Luciano Alimandi
"Dios ha dado a Maria un poder tan grande
contra los demonios, que estos muchas veces y de mala gana se han visto
obligados a reconocer, por boca de los endemoniados, que temen más uno sólo
de sus suspiros en favor de un alma, que las oraciones de todos los santos;
que temen más una sola de sus amenazas contra ellos, que todo el resto de
sus tormentos. Lo que Lucifer perdió con el orgullo, Maria lo ganó con la
humildad; lo que Eva corrompió y perdió por desobediencia, Maria lo salvó
con la obediencia" (TVD, nn. 52-53). Con estas y otras inspiradas
expresiones, el gran teólogo S. Luis Grignion de Montfort, en su "Tratado de
la verdadera devoción a Maria" describe el poder de gracia que el Señor ha
confiado a la Virgen contra el príncipe del mundo.
Nuestro camino espiritual no nos exime de momentos dolorosos de combate
espiritual que consiste en decidirse continuamente por Dios, superando las
múltiples tentaciones diseminadas a lo largo del camino de la vida. La
invitación del apóstol Pablo, que conoció bien las luchas contra el maligno,
está claro: "Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las
acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la
sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los
Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están
en las alturas" (Ef 6, 11-12).
¡Son estos "dominadores" de las tinieblas lo que Maria Santísima viene a
desenmascarar y vencer, con el poder de la gracia que le ha confiado Dios, a
favor de todo nosotros! Las numerosas tentaciones, es decir las tentativas
del enemigo del género humano, de la antigua serpiente, de hacer caer el
hombre creado a imagen y semejanza de Dios, a su adversario eterno, se
podrían comparar a una telaraña tejida con extrema precisión y constancia.
El maligno, encontrándose siempre derrotado por Dios, quiere destruir lo que
más ama el Creador: ¡el hombre!
La Virgen Maria, "ab immemorabilis", ha sido invocado como libertadora del
mal y protectora del pecador. Los Santos lo han entendido y su intensa
devoción mariana siempre ha expresado esta necesidad urgente del alma humana
iluminada por la gracia: ¡libéranos del mal! ¡Como no recordar por ejemplo,
el acto de consagración de Juan Pablo II que, el 25 de marzo de 1984 ante la
imagen original de la Virgen de Fátima, respondió a la petición de Nuestra
Señora y, arrodillado como un hijo que suplica a su madre, repitió varias
veces "¡líbranos!"
"¡Oh, Corazón Inmaculado! ¡Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan
fácilmente se enraíza en los corazones de los hombres de hoy y que en sus
efectos inconmensurables afecta a la vida presente y parece cerrar los
caminos hacia el futuro! ¡Del hambre y de la guerra, líbranos! ¡De la guerra
nuclear, de una autodestrucción incalculable, de todo género de guerra,
líbranos! ¡De los pecados contra la vida del hombre ya desde sus albores,
líbranos! ¡Del odio y de la degradación de la dignidad de los hijos de Dios,
líbranos! ¡De todo género de injusticia en la vida social, nacional e
internacional, líbranos! ¡De la facilidad para pisar los mandamientos de
Dios, líbranos! ¡De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la
verdad misma de Dios, líbranos! ¡Del extravío de la conciencia del bien y el
mal, líbranos! ¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!
líbranos!” (Juan Pablo II, acto de confianza y consagración a Maria, Roma 25
de marzo de 1984).
En la vida de todos los días, en el cotidiano esfuerzo de conversión,
estamos llamados a hacer nuestras este tipo de invocaciones de ayuda y no
permanecer en una especie de pasividad del espíritu, casi como si
estuviéramos fuera de peligro, inmunes al mal. Para nuestro cuerpo adoptamos
numerosas medidas de defensa: desde el virus de la gripe, hasta el simple
resfriado, u otras enfermedades más graves. Pero para nuestra alma, ¿qué
hacemos? ¿Somos conscientes de que existe esa "telaraña", que nosotros no
vemos, pero que trabaja contra nosotros sin descanso? "Sed sobrios y velad.
Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién
devorar. Resistidle firmes en la fe" (1Pt 5, 8-9). San Pedro tuvo
experiencia de lo fácil que es ser víctima de esa trampa, por ello, nos
invita a la confianza, a entregarnos a nosotros mismos en las manos de Dios.
Rezar el santo Rosario, consagrarse a Maria, invocarla con confianza,
significa tender la mano a la Reina de las victorias, a la Nueva Eva que se
opone y vence, inevitablemente, al maligno. ¡Dejemos conducirnos por Maria y
nunca quedaremos decepcionados!
Fuente:
fides.org
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