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Madre de la unidad
Padre Luciano Alimandi
"Porque en un solo Espíritu hemos sido todos
bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y
libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Así también el cuerpo no
se compone de un solo miembro, sino de muchos... Ahora bien, muchos son los
miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te
necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!» … Si sufre un
miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los
demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo,
y sus miembros cada uno por su parte." (1Cor 12, 13-14; 20-21; 26-27).
Este intenso pasaje de San Pablo, sacado de la carta a los Corintios, abre
el ilimitado horizonte salvador del Cuerpo místico de Cristo y la comunión
de vida que existe y corre entre todos los miembros de la Iglesia que, en
virtud del bautismo, es injertado como sarmiento vivo en la única vid que es
Jesús. Para que un tal misterio sea una realidad en nosotros es necesaria
nuestra correspondencia a la gracia de la participación, de la división y de
la apertura incondicional al amor de Dios que nos une a todos en un sólo
cuerpo. El amor recíproco no es una opción, sino que es el mandamiento
nuevo.
Enemigo primordial de la auténtica comunión es el individualismo, que no
pone en el centro el amor de Dios y al prójimo sino el amor propio y su
gloria. Otro enemigo, siempre en acecho, es la indiferencia; esta hace que
todo lo que no está en mi horizonte personal, que no me ofrezca alguna
ventaja, no entra en mi vida. Es necesario combatir con tenacidad estos
"virus" que circulan libres y demasiado a menudo incontrastables, infectan
la mente y las acciones del sedicente creyente en Cristo que, habiendo
debilitado la conciencia de la pertenencia al único Cuerpo, no tiene ya el
impulso a la unidad. Se produce entonces, lo que S. Pablo estigmatiza y que
no debería ocurrir: "la cabeza dice a los pies, no os necesito”.
¡Cuántas veces este "virus" entra en el corazón en sordina, haciéndonos
caminar no ya un recorrido de santidad sino un trayecto de exaltación
personal, en el que, quién se sienta a la mesa, no es el Señor sino nosotros
con la presunción de que Él nos sirva! Repetidamente Jesús nos ha enseñado,
con la predicación y con su vida, que ningún hombre es una isla, sino que
todo verdadero discípulo, unido a los otros, necesita de todos, como todos
necesitan de cada uno: ¡de otro modo, no se edifica nada! Una gota, por si
sola, no llena la copa pero muchas gotas, unidas, pueden llenarlo, porque
cada una se ha hecho todo a todos y, así, se han multiplicado.
La unidad de los cristianos, la vital comunión de vida, la unanimidad de
corazón y de espíritu debe ser una prioridad en la vida del creyente, cuyo
lema será: ¡me he hecho todo a todos! , (1Cor 9, 22). En este inmenso empeño
viene en nuestra ayuda, de modo particular, la Madre de Dios, invocada como
Madre de la unidad.
La Iglesia, en efecto, está "firmemente convencida", como recita la
introducción al formulario de la Santa Misa en honor de la Madre de la
unidad, "que la causa de la unidad de los cristianos está relacionada
específicamente a la función de la maternidad espiritual de la beata Virgen
Maria" (cfr Leo XIII, Carta Encíclica "Adiutricem populi": AAS 28,
1895-1896, p. 135).
Sin la Madre, los discípulos de Cristo se disgregan, las gotas no se
encuentran y las fuerzas se dispersan. Esta consideración nos lleva a la
memoria la realidad de los riachuelos de agua que, no sino se juntan, no se
convierten en río y no desembocan en el único mar, sino que se pierden y se
secan. Cristo ha amado a su Iglesia para que sea un “solo rebaño y un solo
pastor" (Jn 10, 16) dándole a Pedro como Guía y a Maria como Madre.
El Santo Padre Benedicto XVI nos recuerda que "como Cristo, la Iglesia no es
sólo instrumento de unidad, sino que es también un signo eficaz de esta
unidad. Y la Virgen Maria, Madre de Cristo y de la Iglesia, es i la Madre de
este misterio de unidad que Cristo y la Iglesia representan y construyen en
el mundo y a lo largo de la historia" (Benedicto XVI en Efeso 29 de
noviembre del 2006). A. la luz de este misterio es preciso redescubrir la
fuerza de la oración mariana por excelencia: el Santo Rosario; los Sumos
Pontífices han recomendado el rezo comunitario, especialmente para conseguir
para la Iglesia y para el mundo los frutos de la unidad y la paz, a todos
los niveles, empezando por las familias. Allí donde se reza el Rosario, en
lo escondido del hogar doméstico, públicamente en una iglesia ante el
Santísimo Sacramento expuesto, caminando por las calles pobladas o
semidesiertas, no hay duda de que la acción de Maria imprime esos signos de
gracia deseados con fuerza por su querido Hijo Jesús Cristo.
Fuente:
fides.org
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