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María, dónanos la espontaneidad de tu Corazón
Padre Luciano Alimandi
La espontaneidad hace parte de los grandes
valores de la vida que vivifican el corazón de la persona porque lo mantiene
abierto y dócil a la verdad. Se ve claramente en los niños: ¿quién más que
ellos puede enseñarnos a ser espontáneos? Un don, este, ¡qué florece en el
terreno de la sinceridad!
Maestros del espíritu concuerdan en el hecho que la espontaneidad es la
verdadera esencia de la oración, porque es aquello que hace auténtica la
oración: libera de hipocresías y de medias verdades - o de medias mentiras-,
nos presente a Dios para “adorarLo en espíritu y verdad” (Jn 4, 243). Los
diálogos entre las personas siguen el mismo itinerario; si faltase la
espontaneidad en el diálogo, no habría un verdadero compartir de aquello que
está realmente dentro de nosotros. Sin la espontaneidad en la oración, no se
podría tener el “diálogo del corazón”, la “oración del corazón” con Dios;
sería como una jornada sin sol: ¡gris!
La Virgen María nos muestra, con su iluminante ejemplo, que la espontaneidad
es una constante de su Corazón Inmaculado, se piense cuando “alcanza apurada
a Isabel”, inmediatamente después de la Anunciación (cfr. Lc 1, 39). Sobre
las alas de la Caridad y de la Verdad, que Cristo su Hijo personifica, la
Virgen alcanza a Isabel y, en aquel encuentro, bajo el signo de la
espontaneidad, se da el compartir del más grande don: el Espíritu Santo.
Isabel y Juan el Bautista exultan de gozo y la Virgen proclama su magníficat
nacido de la espontaneidad de su corazón lleno de Amor de Dios.
Solo a las almas humildes el Señor hace llegar los más altos y consolantes
dones de Su Espíritu: el amor, el gozo, la paz… Solo a los corazones que se
hacen como niños, el Padre confía el Reino de los Cielos. Gran enemigo de la
espontaneidad es el cálculo humano de las “ventajas- desventajas”,
acompañado por el juicio mezquino y no más de la sabiduría del corazón.
Para gustas los dones del Espíritu, ocurre también poner de lado todo
cálculo interesado; para ser amigos de la espontaneidad, el Señor con su
Madre vienen a liberarnos de los prejuicios que aprisionan el corazón y lo
sofocan. Solo así seremos más humanos, porque seremos verdaderamente libres.
¡El Evangelio es una invitación continua a esta conversión del corazón y
alienta a todos al cántico de la espontaneidad, típico de las personas
simples y humildes! ¡Cuántas profesiones de fe, exaltadas por el Señor, han
nacido de un corazón tal: abierto a la verdad! El Evangelio, sea en su
contenido como en su estilo, nos revela y nos dona el gozo de la buena Nueva
que, espontáneamente, dilata el corazón sobre las alas de la caridad y de la
verdad.
El evangelista Lucas, que hoy festejamos, nos testimonia, también él, todas
estas realidades; se piense en la infancia de Jesús que abres en nuestros
corazones panoramas de extraordinaria simplicidad, como justamente la
narración de la Visitación. Los Padres han testimoniado, desde los inicios,
que es el Espíritu Santo el Autor principal de estos sagrados textos
evangélicos. Él se ha servido de los humildes servidores, que estaban
lejanos de los cálculos humanos.
Por ello no suma ni a la naturaleza ni al contenido del Evangelio, una
lectura hecha con ciertos prejuicios, con ciertos cálculos, con ciertos
esquemas pre-confeccionados, como si aquellos que lo han escrito, no
hubieran sido movidos por el Espíritu, sino por hipotéticos cálculos para
hacer todo más interesante. Jesús ha dicho que la acción del Espíritu Santo
es como el viento: sientes la voz mas no sabes de donde viene ni a donde va
(cfr. Jn 3, 8); así es con cada cual que se hace discípulo de este Espíritu
en la escuela de Jesús y de María: deja todo - aunque como frecuentemente
sucede no en modo instantáneo sino un poco cada vez- para seguir al Señor,
convirtiéndose siempre más espontáneo, siempre más abierto, con el corazón
libre de ser transportado por Dios donde Él quiera.
Pidamos con insistencia la gracia de la espontaneidad, hoy no poco amenazada
por una cultura de la ventaja, que el mundo propugna con la espada,
despreciando a aquellos que en cambio se hacen pobres de espíritu,
verdaderamente últimos, como Jesús y María: “derriba a los potentes de sus
tronos e ensalza a los humildes”
Fuente:
fides.org
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