Madre humildísima

 

Padre Luciano Alimandi

 

Es siempre motivo de estupor meditar como el inicio de nuestra Redención, contado en el Evangelio de Lucas, tiene lugar en la sencillez del encuentro sobrecogedor del Arcángel Gabriel con la Virgen Maria.
El lector de los Evangelios conoce de la existencia de la Virgen en el acontecimiento de la anunciación, ya que precisamente con este excepcional Anuncio empieza la era nueva de la gracia: el Nuevo Testamento.
Todo lo que es antes forma parte de lo antiguo, que prepara lo nuevo: Maria es la nueva Eva, porque Cristo es el nuevo Adán. ¡Con Ellos es siempre Navidad!
En esta admirable unión, entre el Hijo y la Madre, se atraviesa un puente gigantesco: el de nuestra salvación, construido a lo largo de los siglos. La intimidad estupenda entre Jesús y Maria une ahora para siempre el cielo y la tierra: el Redentor desciende aquí entre nosotros gracias al hágase de su Madre.
Escuchamos a Lucas en la página en que describe el principio del Anuncio del ángel: "Y entrando le dijo: “Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo'. Ella se conturbó por estas palabras y discurría que significaría aquel saludo" (Lc 1, 28-29).
El saludo del ángel "turba" a Maria y tal turbación está en relación con el hecho de que Ella se preguntaba que sentido tenía tal saludo", como nos cuenta explícitamente Lucas.
Es bello detenerse a contemplar estas palabras pensando en la humilde concepción que esta criatura tenía de si: llena de los favores celestes, pero consciente de que todo viene de Dios, no se atribuyó nada a si misma, precisamente porque toda Ella estaba dirigida a Él y sólo a Él daba gloria, en el más puro y pleno olvido de si.
La Virgen Maria, acogiendo con absoluta disponibilidad y conciencia la encarnación del Verbo, dice de si misma: "¡Aquí estoy soy la sierva del Señor!" (Lc 1, 38). ¡Ella es la Madre, pero de si misma dice ser la criada, la Sierva! ¡Qué diferente es su humilde conciencia de la nuestra! Ella la todo humilde, nosotros…
A la Madre humilde, nosotros, hijos de la Iglesia, nos dirigimos para pedirle la ayuda de poder imitarla, para que, como San Juan Bautista, llenos de alegría, podamos exclamar: "ahora mi alegría esta cumplida. Él debe crecer y yo menguar" (Jn 3, 29-30).

Fuente: fides.org