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Maria, experta creyente. Peregrina de la fe
Juan Jose Bartolome y Patxi Loidi
La María del Nuevo Testamento, es decir, la
virgen de Nazaret, fue mujer de fe. Es la creyente que, evangelizada antes
de que naciera el evangelio de Dios, lleva la salvación a quien se porte a
servir tras declararse sierva sólo de Dios. En el servicio al prójimo
encuentra la ocasión de su oración, que publica su propia experiencia de
Dios; experta en el Dios al que ha dado cobijo en su seno, se convierte,
orando, en profeta. En el momento de alumbrar al hijo que fue posible por su
fe, lo que de él se decía la sume en la incomprensión; cuanto más se le
anuncia el porvenir de su hijo, menos coincide con cuanto se le había
predicho para lograr su consentimiento primero. Tendrá que iniciar un camino
durante el cual crece Dios en su hijo y la oscuridad en su corazón. La
pérdida de Jesús niño en el templo es signo premonitorio de una vía aún más
dolorosa: tendrá que convivir en casa con un hijo que se sabe de Dios, pero
que le está sujeto por un tiempo.
El distanciamiento —efectivo y afectivo— se hará palpable, cuando Jesús deje
el hogar para tener el reino como tarea de por vida; Jesús elige como
familia propia a los oyentes de Dios..., ¡en presencia de su madre y sus
hermanos! Y antes de morir, y sin pedirle su consentimiento y sí obediencia,
dejará a la madre al cuidado del discípulo más amado. En su última aparición
dentro del Nuevo Testamento, María se queda compartiendo esperas y oración
con los apóstoles; la comunidad apostólica en oración es la meta de su
peregrinar; lo que se inició en Nazaret, en medio de un diálogo a solas con
un ángel, termina en Jerusalén en medio de apóstoles orantes y expectantes.
Semejante aventura personal de fe hace a la María del Nuevo Testamento la
mejor pedagoga para infancias, la de Jesús, la de la fe de los discípulos,
la de la comunidad cristiana. María pertenece allí donde haya de nacer el
Salvador, o donde se precise cuidar sus primeros pasos viéndolo crecer.
Habría que recuperar, pues, a María, la del Nuevo Testamento, allí donde se
quiere anunciar hoy la salvación y vivir el Evangelio. María pertenece allí
donde haya de nacer la fe en el corazón de los discípulos, aunque sea a
costa de anticipar el día del Señor y su gloria.
Aprendamos de quien tiene experiencia, caminemos con quien viene junto a
nosotros tras haber hecho el camino. Quienes hoy seguimos a Jesús
necesitamos tener a María como compañera de vida si queremos, curándonos en
inútil curiosidad, convertirnos en creyentes fieles. María pertenece allí
donde nace la Iglesia, llena de miedos y de esperanzas, en oración y entre
apóstoles. Huérfana de María, no podría una comunidad que se sabe enviada al
mundo soportar la espera del Espíritu sin perder la esperanza. (JJ
Bartolomé, en Dichosa tú que has creído. CCS)
Fuente:
cuidadredonda.org
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