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El Niño perdido
Padre Jean Laplace
Se trata de un
acontecimiento que implica una ruptura y una perplejidad. Un relámpago
repentino en un cielo sereno. ¿Por qué -si era la voluntad del Padre-Jesús
no ha prevenido a sus padres de lo que iba a hacer? Ni María ni José se
hubieran opuesto a Dios. Pero Dios, que manda amar a los padres, manda
también dejarlos para volver a recibirlos de él en un orden nuevo, el del
amor universal. Es una invitación a esta superación lo que Jesús hace a
María y a José. Una vez cumplido esto, todo vuelve al silencio. Pero el
corazón les queda sellado por este hecho.
Este hecho es un símbolo de lo que se realiza en María, desde la
Anunciación, la Purificación (allí se habla de una espada de dolor), hasta
la cruz. La Virgen acepta su oficio a través de esta vida cotidiana a la que
luego se reintegra. Deja que penetre en su corazón la palabra de Dios que,
como una espada que penetra hasta la médula, le inicia en el misterio de la
Hora y le hace entrever en la cruz de su Hijo la victoria final de Dios.
Al principio María no comprende las palabras de Jesús; pero las conserva en
su corazón con veneración y amor. Permanece en la actitud de la Sabiduría.
Finalmente, después de haber meditado largamente las cosas en su corazón,
está de pie junto a la cruz, sin sorprenderse de lo que está ocurriendo.
Toda la historia de María se resume en este episodio y en
la vida en Nazaret tienen valor de símbolos de lo que también
ocurre en nuestras vidas y en la iglesia: el caminar en fe, a través de las
realidades, unas veces triviales, otras sorprendentes. Siempre esta presente
la cruz, no para contradecir la marcha, sino para darle sentido.
Fuente: Los ejercicios
espirituales de diez días
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