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Y el nombre de la Virgen era
María
Padre Luciano Alimandi
El primer título que el Evangelio
atribuye a María es: “la
Virgen”, porque solo en una
tierra virgen, inmaculada,
Dios Padre pudo generar a
su
Hijo. El Verbo de Dios se ha
Encarnado en el vientre
de esta mujer, porque
encontró la semejanza perfecta
con Él. En María, el Señor se
ha reflejado y
ha
encontrado sus rasgos, como un
lago en lo alto de las
montañas que
reproduce perfectamente la
imagen del
Cielo sobre él, al punto de
hacer confundir donde
termina uno (el lago) y donde
comienza el otro (el
cielo),
así el alma inmaculada de María reproduce la
imagen
de Dios.
Ciertamente Dios es infinitamente más grande que
Ella, Él es el Creador,Ella es una criatura, ¡pero qué
criatura! La Virgen María, como la Iglesia
sabiamente enseña, era como un cristal sin mancha,
absolutamente límpido,
que reflejaba plenamente el rayo de luz de Dios
que la atravesaba. Nada en María ha retenido para
sí los dones de Dios: la
libertad recibida del
Creador
fue siempre consagrada a Él,
cada movimiento de esta
estabaorientado a la gloria del Señor. Todo en María
conduce a Dios, como en un espejo purísimo
Él puede reflejarse en ella. La Encarnación se
realizó porque un
cristal así estaba finalmente listo, porque había un
lago perfectamente manso y límpido al punto
que la Imagen de Aquél que lo había
creado podía ser reproducida sin la más
mínima imperfección.
Nada distorsionado en esta extraordinaria
creatura, que fascina el mundo
angélico y fascinó al Arcángel Gabriel,
cuando, en el absoluto respeto de su libertad,
se presento a la Elegida Madre del Redentor para
acoger el “sí” esperado desde siglos por la
entera creación. Solo aquel “sí” habría
hecho descender al Hijo de Dios sobre la
tierra, ningún otro lo hubiera
traído, solo la Virgen lo podía hacer.
“Aquí estoy, soy la sierva del Señor, se cumpla en mí
según tu Palabra”: la Virgen responde con
su libertad al llamado de Dios, apenas comprende
que es Él quien lo
quiere, que no se trata de un proyecto humano: “no
conozco varón”, dice al inicio, y, tras la
explicación angélica, pronuncia el “aquí
estoy” diciendo inmediatamente “soy la
sierva del Señor”. No dice “soy la
Madre del Señor”, sino “la sierva”, la esclava.
¡Ella es el cristal que se deja atravesar por el
purísimo rayo de Luz de Dios, ella es el espejo de
agua límpida que se ofrece a sí mismo para
reflejar el Cielo, para elencanto de toda la
creación!
La solemnidad de la Anunciación es, entonces, la
realización de la Encarnación, el “sí” de María
refleja y hace reflejar perfectamente el “sí”del
Hijo de Dios, como el Santo Padre Benedicto XVI,
en el
reciente Ángelus, afirmó significativamente: «En
realidad, el “sí” de María es elreflejo perfecto del
“sí” de Cristo mismo, cuando entró en el mundo,
comoescribe la Carta a los Hebreos interpretando el
Salmo 39: “¡Aquí estoy,vengo para hacer, oh Dios, tu
voluntad!” como está escrito en el rollo delibro” (Hb
10,7). La obediencia del Hijo se refleja en la
obediencia de la Madre y así, por el
encuentro de ambos “sí”, Dios ha podido asumir
unrostro de hombre. Es esta la razón por la cual
la Anunciación es también una
fiesta cristológica, porque celebra un misterio
central de Cristo: su Encarnación»
(Benedicto XVI, Ángelus del 25 marzo 2007).
El día 25 de marzo es escogido, para pequeños o
grandes eventos eclesiales, como el día de
consagración a María (piénsese en la
consagración del mundo al Corazón
Inmaculado de María el 25 de marzo de1984).
Vivir la consagración significa entrar en la escuela
de esta Madre, la Virgen, sobre todo para aprender
a ser “puros de corazón”, porque solo
los “puros” verán a Dios. Es necesario
caminar con ella para
dejarse purificar progresivamente la mente, el
corazón, los labios, el cuerpo, lamirada… por la
misma luz, que ha consagrado toda la existencia de
la Virgen, la luz del
Verbo encarnado: “Yo soy la luz del mundo. El que
me sigue nunca andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
En la historia de las apariciones marianas, basta
pensar en Lourdes, clara manifestación del
proyecto de Dios: ¡Enviar a la Madre para preparar
el camino al Hijo! La
Inmaculada refleja la luz de Jesús y, si la
dejamos entrar en nuestras casas, en nuestro
ambientes de trabajo, en nuestras
comunidades y familias, la vida
no será más la misma de antes, porque aquella luz
se difundirá y el deseo de Cristo en nuestros
corazones
aumentará.
Fuente:
fides.org
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