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La alegría de María
Padre Javier Leoz
¿Cual fue mayor? ¿La alegría de María en Belén
o aquella otra de la mañana de Pascua? ¿Cual fue más emotiva la de la
Anunciación o, aquella otra, de la visitación a su prima Isabel?
¿Qué alegría fue más radiante? ¿La de las Bodas de Caná ante el agua
convertida en vino o la sonrisa que apareció en sus labios en el encuentro
con el Resucitado?
Ni mayor, ni menor. En María, todo es alegría y de la buena. Sabía que, en
el principio y final de todas las cosas, Dios habitaba y, por lo tanto, sólo
restaba el vivir con alegría.
El mundo en el que nos movemos está sembrado de tristezas. Es raro encontrar
dos semanas seguidas, dos meses continuos, sin sobresaltos que amenazan
nuestra felicidad.
¿Cual fue el secreto de la felicidad de María? Ni más ni menos que DIOS.
Dios estaba inundando todo su ser; lo que era y pensaba, lo que creía y
hacía, lo que soñaba y esperaba. María, sabía perfectamente, que la armonía
con Dios era fuente de paz y de felicidad.
Algo parecido nos ocurre a muchos de nosotros (pueblos, ciudades,
santuarios...) cuando ponemos a María muy cerca de nuestras batallas,
proyectos, ilusiones y trabajos. Sentir su compañía en el caminar, su
complicidad en nuestras decisiones, su mano en el día a día, hace que nos
sintamos más felices, más contentos, más dispuestos a vivir con optimismo
nuestra vida.
¿Es María causa de alegría para nuestra fe? ¿Es motor de sonrisas y de
horizontes nobles?
Dejemos ante su imagen, en este tiempo en el que nos preparamos a
Pentecostés, estos globos. Quieren simbolizar la alegría de vivir con los
colores de la fe y de la esperanza. Como María
Fuente:
autorescatolicos.org
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