La delicadeza de María

 

Padre Javier Leoz

 

A veces hemos instalado tan alto la figura de María que nos cuesta contemplarla en la realidad cotidiana. Lo cierto es que, María, hizo de su hogar lo que tanto de nosotros intentamos con el nuestro: una oportunidad para el trabajo, el afán de superación, el sacrificio, la preocupación o la familia.

¿Qué pensaría María mientras secaba las ropas del Niño? ¿Qué pensaría María mientras, a través de la ventana, veía a José trabajar en la carpintería?

María, en su hogar, actuaría como tantas de nuestras madres y padres lo hacen en nuestras familias: con delicadeza y con responsabilidad.

-Sufrió, como cualquier madre sufre cuando el hijo no responde o se pierde

-Sufrió, cuando escuchó ciertas críticas sobre Jesús

-Sufrió, en la muerte de San José

-Sufrió, cuando Jesús se complicaba más y más, su vida por el Reino.

Sólo, con la delicadeza que se desprende de lo poco que sabemos de María a través de las Escrituras, podemos concluir que María hizo frente a tantas situaciones buenas o negativas que se le presentaron.

María, para nosotros, es ese nombre que produce paz en el que lo pronuncia, calma en el que lo reza o sentimientos de delicadeza en el que lo recuerda.

Por ello mismo, caminando hacia Pentecostés, pidamos a Dios por intercesión de la Virgen María, que sepamos actuar siempre con delicadeza.

Dicen que la vajilla más sensible, para que dure, hay que cogerla con las yemas de los dedos. María, al tesoro más preciado -Jesús- supo tratarlo con suavidad y con respeto. Entre otras cosas, porque sabía que de Dios venía y a Dios estaba llamado a darle servicio.

¿Cómo tratamos nosotros, por ejemplo, la Eucaristía? ¿Comulgamos conscientes de lo que recibimos? ¿Escuchamos, previamente, y con atención, la Palabra de Dios?

Dejamos, a los pies de nuestra Madre, como símbolo de la delicadeza de la vida cristiana, este algodón. Que María haga esponjosa nuestra vida, nuestras actitudes y nuestro ser.

Fuente:  autorescatolicos.org