El hogar de María

 

Padre Javier Leoz

 

Hay un viejo dicho que dice lo siguiente: "hay que querer lo que se hace, y no hacer lo que se quiere".

La Virgen tenía pensado un futuro. Un horizonte que, Dios a través del Ángel, se lo complicó de sobremanera.

Nazaret era su pueblo. Su pensamiento, y futuro esposo, José. Su sueño, como tantas personas de nuestro tiempo, formar un hogar.

La humildad de María, tal vez, fue la mejor rosa que floreció en aquel hogar. Dios, por aquello de que también le gusta lo bueno, se acercó a María. Atravesó el umbral de su hogar. Y puso, en medio de él, la semilla de la luz esperada desde siglos.

Dios, entra siempre así. En los corazones que no se resisten. En los hogares de las puertas abiertas. En las casas donde existe gente que le alaba, le bendice y le sirve con corazón sencillo.

Ciertamente, el hogar de José y de María, era una casa privilegiada. Cuando hay fe, una sola razón basta para creer. Cuando la fe es débil o sin trascendencia alguna, mil razones no bastan para fiarse.

El hogar de María era un semillero de fe y, por ello, una simple invitación del ángel, le bastó para abrirse sin reservas a Dios y dejar que entrase en sus entrañas.

Contrasta, la apertura del hogar de María, con familias que nos decimos cristianas pero que, a duras penas, se nota -en palabras ni en gestos- que Dios es Alguien importante en nuestras vidas, en el amanecer cuando le damos gracias por el nuevo día, en la bendición de la mesa del mediodía o, incluso, cuando nos cuesta un esfuerzo el asistir como familia y en familia a la Eucaristía.

¿Cómo es la vida cristiana de nuestros hogares? ¿Rezamos o marginamos a Dios? ¿Confiamos en Dios o, solamente le recordamos en los momentos de prueba?

Ofrezcamos, ante la Virgen María, este ladrillo. Quiere simbolizar nuestro deseo de edificar familias en el Espíritu de Dios, con las líneas maestras del Evangelio y con la orientación de la Iglesia a la cual pertenecemos.

Fuente:  autorescatolicos.org