El mejor ejemplo de amor

 

Judith Araújo de Paniza

 

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn13, 34-35)

La misma solicitud que hizo Jesús a sus apóstoles nos la hace hoy a nosotros en la realidad concreta de nuestras vidas: que se reconozca que somos sus discípulos porque amamos con la profundidad y fidelidad que lo hizo El, siendo capaces de entregar nuestras vidas por amor.

El mejor ejemplo de amor y seguimiento a Jesús lo hace su Santísima Madre María. El papel que asumió de acompañar con su oración a los primeros discípulos, intercediendo con ellos, dándoles a conocer más a su Hijo, lo sigue cumpliendo en toda la historia de la humanidad, recordando siempre que la clave es “hacer lo que El nos diga”.

La vemos manifestarse en el mundo entero, a través de muchas advocaciones, identificándose con las realidades, dificultades, sufrimientos y retos de las distintas personas, familias y naciones que quieren ser fieles a su Hijo pero que pierden la ruta del amor en el camino. Ella es la mejor discípula que con paciencia nos indica el regreso al camino de su Hijo: el amor, la fe, la conversión, la oración, la penitencia, los sacramentos, los valores morales, familiares y sociales, la obediencia y la fidelidad a Dios y a sus mandamientos.

Si leemos la vida y testimonio de los santos siempre nos encontramos con María como maestra, como guía, como inspiradora, como mediadora, como consoladora en tiempos difíciles, como expresaba san Bernardo: “María es la vía segura para encontrar al Salvador, porque ella nos guía por el camino de la vida y nos conduce de la mano hasta su Hijo”.

El hermoso lema de Juan Pablo II en su vida personal y en la de su pontificado fue “Totus Tuus”, “Todo Tuyo”; desde cuando era un joven sacerdote en Polonia, evidenció cómo su entrega a María le hacía más expedito el camino a Jesús.

Si depositamos nuestra confianza en nuestra Madre común, la que une el cielo y la tierra y a todos los seres humanos, entre sí y con su Hijo, ella nos guiará y fortalecerá nuestras almas, haciéndolas cada vez más dispuestas a seguir al nuevo mandamiento de amor. “En ella se vive en plenitud el triunfo redentor de Cristo y nos quiere hacer partícipes de su victoria para que triunfe el amor sobre el egoísmo, la gracia sobre el pecado, la paz sobre la violencia, la fe renovada por el Espíritu Santo sobre el ateísmo, la amorosa devoción sobre la indiferencia y frialdad, la verdad de la revelación sobre la mentira, herejías y falsa religión”*.

En la actualidad la humanidad continúa la lucha contra el enemigo de Dios cuya estrategia ha sido el ateismo, la corrupción de la fe y la secularización de la humanidad. La victoria en Cristo se sigue dando en cada generación hasta el final de los tiempos y para las diferentes batallas la Virgen Santísima viene en nuestro auxilio como capitana, de acuerdo a lo que ella le dijera a los pastorcitos en Fátima: “Dios ha colmado a su Inmaculado Corazón de grandes gracias y le ha confiado la paz y la conversión del mundo” y nos ha dado una gran esperanza en su promesa: “al fin mi corazón inmaculado triunfará”.
“Apareció en el cielo una gran señal, una mujer envuelta por el sol como por un vestido, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza… Y la mujer tuvo un hijo varón el cual va a gobernar todas las naciones” (Apoc 12, 1, 5)

Fuente:  cofradiarosario.net. Boletín Nº 46. Mayo 2007