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María, signo de la caridad cristiana
Padre Bertrand de Margerie S.J
La constitución dogmática Lumen Gentium nos
enseña que la Iglesia católica nunca se ha cansado - y sin duda no lo hará
jamás - de reclinarse filialmente sobre el Rostro glorioso de su Madre, para
escrutar amorosamente el misterio insondable. Si María, como lo canta la
liturgia del rito bizantino, es un “abismo insondable para los ojos de los
Ángeles y una cumbre inaccesible para los razonamientos humanos”1
, se comprende que siempre forme parte de la contemplación de la Iglesia y
que suscite la reflexión incansablemente renovada de sus teólogos.
En el misterio de María se expresa, de manera maravillosamente
privilegiada y única, el amor eterno de las Personas divinas por las
personas angélicas y humanas; el amor de Cristo por su Iglesia.
Todos los misterios, todas las situaciones,
todos los actos, todas las palabras, todas las decisiones libres, todos los
privilegios* de María, en la economía de la salvación, expresan la ardiente
caridad de su Corazón traspasado y glorioso
por las sociedades humanas,
angélica y divina y por la Iglesia, de la que es miembro y madre. Esta misma
caridad es el más perfecto reflejo puramente creado del Amor increado.
Desearíamos, pues, enfocar la totalidad del misterio mariano desde
la perspectiva del Corazón de María y de su difusión eclesial. Esperamos, de
esta manera, hacer fructificar - al menos en parte - las admirables
intuiciones que tuvo Scheeben en el siglo XIX:
“En María, el corazón es el centro vital de la
persona: la representa como tal en su carácter personal de Madre; corazón
que es órgano de la maternidad corporal como de la maternidad espiritual.
Toda la posición y la actividad de María se resumen en la noción del Corazón
místico del Cuerpo místico de Cristo”2
.
Scheeben fue replicado, indudablemente de manera inconsciente en
nuestro siglo, por el teólogo ortodoxo ruso V. Iljin quien expresaba así el
alcance eclesial de su fe personal en la Inmaculada Concepción:
“María es el Corazón de la Iglesia. En la
confesión de su pureza radical y original, es decir de su indivisibilidad,
de su “tsélomoudriia” (castidad y también todo sabiduría) está contenida el
testimonio de la unidad ya realizada de la Iglesia, y la prenda de su
realización exterior y empírica; es decir, de la entrada en la Iglesia de la
cantidad prefijada de elegidos”3
.
Consideraremos, entonces, al Corazón de María como corazón maternal
de la Iglesia
1
(1) Extracto de un himno de la liturgia bizantina.
* San Roberto Bellarmino nos explica
que el libre albedrío de la Virgen convergió en muchos de sus
privilegios (Opera
oratoria
postuma, Grégorienne, Rome, t. II,
pp.87-8). No se podría afirmar a ciencia cierta lo mismo,
evidentemente, de la Inmaculada Concepción, a pesar de que desde el
primer instante de su existencia, la libertad de María fue
santificada por la caridad infusa.
2.
Scheeben,
La Mère virginale du Sauveur, Desclée de
Brouwer, Burges, 1953, pp.208-9. Advirtamos sin embargo que “es como
símbolo de amor y no como órgano de amor, que la devoción (al
Corazón de Jesús) fue aprobada y encaminada” (J Bainvel,
Dictionnaire de
Theologie Cath. Art. Cœur sacré de Jésus, t.
III, 1re partie, col. 296). Bainvel agrega (ibid. Col 297) estos
testimonios de Claude Bernard: “El Corazón, órgano principal de la
circulación de la sangre, es además el centro donde van a fijarse
todas las impresiones nerviosas sensitivas... El amor que hace
palpitar al corazón no es solamente una fórmula poética, es también
una realidad psicológica”. Este testimonio del célebre sabio es
particularmente esclarecedor.
3
(3) B. Iljin,
Rousskj katoliceskij
Vestnik (1951), num. 4, p. 20.
Tal vez sin pensarlo, Iljin aplicaba un principio de la
teología de las relaciones entre María y la Iglesia: “Todo lo que la
Iglesia recibe, ya existe, en su plenitud y en su perfecta pureza,
en María”.
Fuente:
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