|
María Santísima, y una cunita de harina blanca...
María Susana Ratero
1. Al entrar a la pequeña Capilla del
Carmen, vuelvo a presenciar algo que me ha dejando pensando hace muchos
días...
Al mirar tu imagen, tu sonrisa serena me dice que tienes respuestas a todas
y cada una de las dudas de mi alma. Así que, antes de que empiece la misa,
me dispongo a comentarte lo que mi corazón no entiende...
- Madre mía, hace tiempo necesitaba conversar contigo acerca de ese
maravilloso regalo de amor que nos ha dejado tu Hijo: su presencia real en
la Eucaristía.
- Cuánto se alegra mi Corazón, hija, al ver que le buscas, que quieres
conocerle y amarle. Pregunta, que grande es mi alegría al responderte.
- Verás, Madre, durante tu Novena, aquí, en esta Capillita, me sucedió algo
que me sorprendió. Al entrar, vi la pequeña mesita con las ofrendas. Hostias
sin consagrar van siendo tomadas de un recipiente, y colocadas en otro, por
cada persona que llega a la misa.
- ¿Qué tiene eso de sorprendente, hija?
- Es que me senté en el banco junto a la mesita, contemplándola. Entonces,
vino a mi corazón una comparación que, Madre, no sé si es digna, perdona mi
gran torpeza e ignorancia.
- A ver ¿Qué comparación?-y tu dulce sonrisa y voz serena, me hace sentir
menos torpe.
- Pues, al mirar las hostias sin consagrar las llamé “cunitas de harina
blanca” pensando que ellas, al igual que la cuna en Belén, iban a recibir al
Señor. ¿Está bien esta figura, María?
- ¡Pues sí!¡Y es bella!. Para que comprendas mejor te diré que en Belén, la
cuna de hierbas blandas recibió a Jesús. Pero cuando lo tomé en mis brazos
para partir... la cuna siguió siendo cuna. En cambio, en la Consagración, la
“cuna de harina blanca” deja de serlo, y se transforma en el Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad de Jesús. Sólo conserva de su estado anterior, la
apariencia.
- Háblame, Madre, de tan sublime momento.
- Con gusto, hija mía. Cuando la ofrenda de pan y vino es presentada y el
sacerdote pronuncia las Palabras “Tomad y comed todos de Él, porque éste es
mi Cuerpo.....” Allí, en ese momento, se produce la Transubstanciación. No
es el sacerdote quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y
Sangre de Cristo, sino Cristo mismo. El sacerdote, figura de Cristo,
pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios (1)
Hija, es este momento, como un nuevo Nazaret. Tú estás allí cuando el
Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo
pensamiento (2). Tan grande milagro, hija querida, ante el cual se inclina
mi Corazón junto a toda la Corte Celestial... Tan grande milagro y ni un
sólo signo externo. Tan grande milagro ¡y tú estás allí para verlo!
- Ay Madre... no soy digna... Pero sigue, sigue contándome...
- Entre aquel Nazaret de mis días y aquél Belén, mediaron nueve meses. Entre
este nuevo Nazaret, que es la Consagración, y este nuevo Belén, que es el
momento en que recibes la Eucaristía, median tan sólo unos pocos momentos...
- Perdona, Madre ¿Dijiste “nuevo Belén”? No te comprendo...
- Hija... la “cunita de harina blanca”, que ya no es cuna aunque lo parezca,
sino que es mi Hijo, aunque sólo puedas verlo con los ojos de la fe, llega a
tu corazón... ¿Recuerdas sus Palabras? “Quien come mi Carne y bebe mi
Sangre, habita en mí y yo en él”(Jn 6,56). Cuando Él llega a tu corazón
conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el bautismo.(3)
- Madre-susurro entre lágrimas-¡¡cuánta gracia derramada en mi
alma!!!¡¡¡Cuántos regalos que no merezco!!! ¡¡¡Que generoso ha sido Jesús,
al dejarnos el Sacramento de la Reconciliación para aliviar el alma del peso
de los pecados y dejarla limpia y perfumada para cuando Él llega!!!
- Así es, querida mía, ese hermoso sacramento obra en tu alma verdaderas
maravillas. Por ello es que te aconsejo que lo frecuentes... Sigamos ahora
con la llegada de Jesús a tu alma...
- Espera, Madre, espera. Quiero suplicarte un favor que no merezco. Préstame
tu Corazón para recibir en él a tu Hijo. No es que Él pierda algo de su
grandeza o magnificencia al venir a un corazón tan pecador como el mío...
Pero si Él me halla en Tu Corazón, hallará en mí su complacencia, no por mis
méritos, Madre, sino por los tuyos...(4)
- Con gusto, hija, cada vez que vayas a recibir a Jesús, pídemelo y con
gusto te lo concederé...
- Madre, mi alma es inmensamente más pobre que la cuna del pesebre... y aún
así, Jesús quiere venir a mí. ¡Gracias, Jesús, por haberte quedado con
nosotros en la Eucaristía!!!
- Él cumple su Palabra. ¿Recuerdas? “Yo estaré con ustedes hasta el fin del
mundo”. Jesús llega a tu alma, es el más dulce huésped que puedes tener. Por
más sola que te sientas, hija, tu soledad huye espantada cuando recibes a
Jesús, pues vuelves a tu casa en la mejor compañía... No pienses que el
momento del encuentro termina al salir de la Parroquia... nada de eso.
Mientras vuelves a tu casa, Jesús vive en ti y tú en Él. Hija, si puedes
vivir en el Corazón de Jesús ¿Por qué dejas que te invada la tristeza y la
soledad?...Recuerda las palabras del Apóstol “Alégrense en el Señor”.....
La misa está por comenzar. Cuando termine y sea tiempo de volver a casa
sabré que no vuelvo sola. Que Jesús mismo viene conmigo. El mismo que los
Apóstoles conocieron con forma humana y que a mí me es dado conocer bajo las
apariencias del Pan y el Vino.
Gracias, Madre mía, gracias por tus palabras, tus enseñanzas y tu paciencia
para conmigo. Quiero dejar este pequeño coloquio de amor, depositado en
letras sobre papel... Quizás, si algún hermano lo lee, sienta la misma
admiración y adoración que siente mi alma por tan bello y profundo regalo de
amor de Tu Hijo: La Eucaristía
Amigo que lees estas líneas ¡¡¡Nos encontramos en el Sagrario!!!!
1, 2 y 3 Párrafos basados en el Catecismo de la Iglesia Católica
4 Párrafo basado en los escritos de Grignion de Montfort.
Fuente:
|
|