María Santísima, y los “cireneos del alma”

 

María Susana Ratero

 

Hoy llego hasta ti, Madre mía, agobiada por el peso de mi cruz. Los ojos de mi alma, nublados por el llanto, no alcanzan a ver caminos ni salidas.

   Es como, si de repente, el sendero fuese cuesta arriba, escarpado el terreno y pesada la carga. Me he caído muchas veces, Madre, bajo el peso del dolor, la tristeza o la soledad. Y siempre vi tu mano extendida, para levantarme.

   Pero esta vez… esta vez no veo, Madre… esta vez vengo a tus pies y ni siquiera sé que pedirte. Pero es grande la confianza en que tú sabes, mejor que yo, lo que necesita mi alma.

-          Necesitas un cireneo, hija, un cireneo del alma…

   El perfume de los jazmines que rodean tu imagen en la Parroquia , me inunda el alma.

-          ¿Un cireneo, dices? Pero ¿Quién es? ¿Dónde lo encuentro?- y tu Corazón invita al mío a llegar, desde las Escrituras, a conocer a Simón de Cirene:

   En ese momento, un tal Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, volvía del campo; los soldados le obligaron a que llevara la cruz de Jesús”Mc 15,21

   Tus ojos, tristísimos, ven caminar a Jesús, sufriendo bajo el peso de la cruz, bajo el peso de mis pecados. Le consuelas con tu silencio, con tu entrega, pero tu corazón es un grito: “Padre mío, ¿Porqué le has abandonado?” En ese momento los soldados se detienen a la vista de Simón de Cirene, a quien la Iglesia se referirá más tarde como “el cireneo”, y le obligan a llevar la cruz de Jesús.

-          Explícame Madre, lo que debo aprender del cireneo-te pregunto entregándote mi dolor, para que saques de él enseñanza y camino.

   Volvemos a los jazmines perfumados de la Parroquia.

-          Verás, hija- y te quedas cerca de las flores, que ya no están orgullosas de su aroma, porque el tuyo es infinitamente más bello- Cuando apareció ese hombre, camino del Calvario, sentí que era una respuesta a mis oraciones. Cuando él volvía del  campo nunca imaginó que su retorno quedaría grabado en tantos corazones. Que su figura inspiraría luego muchas acciones generosas ¿Comprendes, hija?

-          Algo, Madre, te pido la gracia de comprender mejor.

-          El cireneo sigue, cada día, volviendo de su trabajo a su casa y encontrando a Jesús sufriente. En aquel día le obligaron a llevar la cruz, pero ahora ha comprendido que puede hacerlo voluntariamente.

-          ¿Cómo es eso, Madrecita?

-          Simón de Cirene te enseña que, cuando ayudas por obligación, sin estar muy convencida de tu acción, el dolor ajeno te es pesado de llevar. Avanzas lento y tienes tus dos manos ocupadas y no puedes extender una al hermano. Cuando devuelves la carga, el hermano siente un sabor amargo… Pero cuando eres cireneo por amor, cuando decides ayudar aunque sea un pequeño trecho, la carga es más liviana y te queda una mano libre para sostener al hermano, y avanzan juntos. Y cuando le devuelves su carga, ésta le resulta más liviana a tu hermano, porque el amor, hija, alivia las cargas y las deja perfumadas de dulces recuerdos.

-          Entonces ¿Tú pides al Padre un cireneo para nosotros?

-          A cada instante, hija, a cada instante. Y el Padre me deja escogerlos. Así, busco corazones generosos y los pongo en el camino de un hijo que sufre.

-          ¡Claro, así nos alivias!

   Pero se te pone triste la mirada y susurras:

-          No siempre, hija, no siempre. Yo pongo un cireneo en el camino del que sufre, pero respeto su libertad. Cada “cireneo” que yo escojo es libre de aceptar o no. Todos mis hijos caminan en este “valle de lágrimas” con su mochila de soledad, tristeza, miseria… pero también, todos mis hijos fueron, alguna vez, invitados a ser cireneos.

   Me quedo en silencio y mis lágrimas mojan el recuerdo de todas las veces que pasé de largo, que no quise, no pude o no supe ser cireneo.

-          Te suplico, Madre, envíes muchos cireneos a aquellos hermanos para los cuales no tuve ni una sonrisa, ni una palabra, ni siquiera un mate para compartir…Y por tu gran Misericordia, mándame también uno a mi.

-          Del dolor se aprende, hija. Pero dime ¿Crees que no  te he mandado un cireneo?

      Una señora enciende las luces que rodean tu imagen y siento que se me ilumina el alma:

-          Dame tu mano, Madre, y ayúdame a ver los cireneos.

   Y te vienes conmigo por el valle de mis recuerdos. Los cercanos y los lejanos. De tu mano veo gestos, miradas, palabras hechas racimo en bellas cartas…. “cireneos” que antes no vi. Siempre estuvieron allí, solo que yo, cegada por mi propia visión de la realidad, no supe verlos. Y se quedaron con las manos extendidas para ayudarme y me suavizaron el camino con su cariño, sus palabras, sus pequeños gestos, que ahora, a la distancia, veo en su real grandeza.

 

   Ya es la hora de la Misa. Mi corazón se trepa hasta tu imagen y besa tus manos juntas y tus mejillas suaves. Me cubres con tu manto y el abrazo es infinito.

   Para despedirte, dices:

-          De todos los cireneos que viste en tu vida, no me has nombrado al más importante- y corres presurosa al Sagrario y abrazas a Jesús, que se desangra en esperas.

-          ¡Madre!¡Oh Madre!- Y me quedo sin palabras al descubrir que Jesús es el cireneo perfecto.

   Si. Jesús estira sus brazos desde el Sagrario y me asegura: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón y sus almas encontrarán descanso” Mt 11,28-29. 

Amiga, amigo, estas líneas han sido escritas pensando en vos. En todas las veces que estuviste a mi lado con tus palabras, tu cariño, tus oraciones. Escribirlas es mi manera de decirte gracias… gracias… gracias.

Fuente:  autorescatolicos.org