María Santísima y una colecta diferente…

 

María Susana Ratero

 

Madre mía, en esta misa me han pedido que sea una de las personas que haga la colecta. Te confieso que mi vanidad a veces se siente más halagada con leer la Liturgia. Hacer la colecta lo veo como algo no tan profundo como la lectura, quizás como algo externo, sin mensaje al alma.

- Bien dices, hija querida, “lo ves” como algo repetido, como un gesto que, por conocido, no lo valoras en su justa medida…

- Ay Madre, gracias por estar aquí para enseñarme.

- ¿Me permites acompañarte en la colecta?

- Oh, si, seguro que de tu mano verá mi alma lo que mis ojos no perciben….

Y llegado el momento me dirijo hacia el altar, y mi corazón percibe al tuyo cercano, compañero, amigo….

Y vamos pasando junto a los bancos. En el primero hay un joven con capacidad diferente y mirada de ángel que, junto a su padre, escucha misa todos los domingos.

- Mira sus ojos- me recomiendas- mira sus ojos.

Y me detengo en la mirada de este joven, en la cual nunca había reparado y es como si un trozo de cielo se abriera por un instante. Fue tan solo un segundo, pero la exquisita pureza de su alma era el regocijo de los ángeles.

-¿Comprendes hija? Este joven ha dejado en la bolsa no sólo unas monedas. Ha ofrecido su corazón en un gesto de amor puro y perfecto.

Me incliné ante él con un gesto que los demás interpretaron como agradecimiento. Fue reverencia.

Continuamos y una abuela nos deja sus monedas.

- Mira sus ojos- repites.

Y una rara tristeza asoma en esos ojos cansados, pero serenos

- Conozco el dolor de su alma, hija. Mi amado Hijo también lo conoce. ¿Ves? Ella lo deposita en la bolsa de la colecta, junto a sus monedas, como silenciosa oración, en la plena seguridad de que será escuchada.

Me inclino ante ella con un “Gracias”, cuyo profundo significado solo tu y yo, Madre mía, comprendemos.

Una pequeña deposita también su ofrenda y veo en sus ojos la inocencia y la alegría de su alma.

Así fui llegando, de tu Mano, hasta el final de los bancos y me puse en espera de que iniciaran su marcha las personas que llevaban el pan y el vino.

- Hija, extiende la bolsa, pues debes recoger más ofrendas.

- ¿Mas, Madrecita? Pero… ya he terminado.

- Eso crees tú. Mira con tu corazón el camino hacia el altar.

Y mi alma extasiada veía muchos ángeles guardianes que estaban en cada banco, en espera. Cuando empecé a caminar, ellos ponían en la bolsa muchas ofrendas tomadas de cada corazón.

- Madre ¿Qué es lo que ponen en la bolsa?

- Fíjate, por esta vez te esta permitido.

Y mi corazón miró dentro y vio la ofrenda: Sueños, proyectos, tiempo para compartir con hermanos, hijos, esposos, esposas, familias, trabajos, tristezas, alegrías, talentos para multiplicar, dones para florecer…

- ¿Cómo pueden entrar tantas cosas en una bolsa tan pequeña?

- Misterios del amor del Padre, hija. ¿Recuerdas el portal de Belén? Era tan pequeña la cuna y sin embargo en ella descansaba la Eterna Sabiduría. Esto que llevas al altar es puesto en las manos de Jesucristo, en Su Corazón, cada sueño, proyecto, tristeza, duda o alegría es ofrecida para que El saque algo bueno para la salvación de cada alma. También le pedimos que El cuide de cada esposo, esposa, hijos, padres, amigos. Así, con esta ofrenda Él llega a otros corazones…

- ¿Cómo es eso, Madre?

- Por la Bendita Comunión de los Santos, hija. Como decía el Papa Pio XII "La salvación de los unos, depende de la oración y el sacrificio de los demás".

Faltan pocos pasos para el altar…

- ¿Y tu, hija? ¿No haces tu ofrenda?

Es allí donde resuenan en mi alma las Palabras de Jesús: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.(Mt 5,23-24)

Y entonces me cruzo con la mirada de Rosalía, una compañera a la que no saludaba hacia tiempo por una discusión trivial. Las palabras de Jesús tienen eco en mi corazón: “Reconcíliate, reconcíliate”… De mi corazón brota una sonrisa y un sincero saludo a Rosalía, quien me lo devuelve agradecida….

Ahora puedo responder en paz a tu pregunta, Madrecita:

- Si, claro, Señora mía…

Y comenzó mi ángel guardián a depositar mis ofrendas…. Mi familia, mis amigos, mi apostolado, mis sueños…. Todos los que amo, los que no amo, los que comprendo y los que no, los cercanos y los lejanos….

- ¿Qué pides para ellos, hija?

- Que reciban todos y cada uno todas las gracias que necesitan para llegar a ser todo lo santo que Jesús y Tu esperan que sean.

Y recuerdas en el alma las bellas palabras de la Beata Madre Teresa de Calcuta "La santidad no es un lujo de unos pocos, sino el llamado para todos".

Pocos pasos me separan del altar.

- Madre, que profunda alegría siente mi alma. Verdaderamente no conocía cuanta misericordia Jesús derrama en este sencillo acto. No es sólo el dinero que damos para contribuir al sostenimiento de la Iglesia. No, es algo más, es mucho más….

Madre… infinitas gracias por ser mi Maestra del alma… gracias por enseñarme y perdón por todas las veces que te entristecí, por no conocer plenamente el valor de la colecta…

Amiga, amigo que lees estas líneas…. No dejes pasar la bella oportunidad de la colecta, no sólo para ayudar con tu generosidad a Nuestra Iglesia, sino también para ofrecer todo lo que tienes, todos los que tienes… aquellos a quienes amas y comprendes, y a los que no amas ni comprendes también.

Fuente: autorescatolicos.org