Con María, comenzando la Misa…

 

María Susana Ratero

 

 

  Comienza la Misa, en mi pequeña Parroquia de Luján.

Por un exquisito regalo tuyo, Madre, siento que el tiempo transcurre lento, mientras el sacerdote dice.

- “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo, estén con todos vosotros”

Y con el tiempo casi detenido, Madre mía, tomas el saludo del sacerdote y lo ofreces, cual traje de fiesta, para vestir mi corazón.

Te miro sin comprender....

- Hija, si quieres vestir tu corazón con tan magníficas galas, debes venir por ellas….

- ¿Ir por ellas, María? Pero… ¿Cómo? Y ¿Adonde he de ir por ellas?

Diriges la mirada hacia el pequeño recinto del confesionario, donde Cristo espera sin cansancios y con infinita misericordia…

Te sigo y lavo mi alma en el amor profundo de Cristo, que me perdona… una vez más, desde las manos del sacerdote….

Regreso a mi banco……

Y, mientras vistes mi corazón con galas eternas, te suplico, María, me expliques, me ayudes a valorar tan magnifico atuendo.

- Hija mía, la gracia de Jesucristo es el don gratuito que Dios te hace: Su vida, infundida por el Espíritu Santo en tu alma, para salvarla del pecado y santificarla

El Amor del Padre… Dios tiene sobre ti un designio de amor, que precede a todo mérito de tu parte, porque no es que tú hayas amado a Dios, sino que El te amó primero, y la prueba de ese amor es Cristo. La Comunión del Espíritu Santo, recíbela como la invitación a participar de la unidad trinitaria.

Todo es silencio en la pequeña parroquia. Continúas:

- ¿Comprendes, hija?

- Ay, Madre ¡Cuánta profundidad, cuánto amor y entrega encierra este saludo! ¡Cuantas veces respondí sin pensar:” Y con tu espíritu”!

- En verdad, hija, cada palabra de la Santa Misa encierra un profundo significado de amor. Por ello, cuando respondas durante la celebración, trata de hacerlo con tu corazón, disfrutando de cada palabra. Así descubrirás más profundos significados, nuevos caminos para el alma…

Guardo silencio. Quiero grabar, en mi corazón, tus consejos.

Así, con el alma vestida con galas eternas, como en la parábola de la boda del hijo del rey, me dispongo a participar del banquete eucarístico

Y la luz de tan magníficos vestidos va iluminando aquellos rincones del alma que se han quedado en la sombra de la soledad, la tristeza, la desilusión.

La Misa continúa. Aunque mi corazón cree que se ha detenido un buen rato mientras tú me explicabas, Madrecita.

Llena de santas ansias, mi alma espera el abrazo de Jesús Eucaristía.

Gracias, Madre, por haberme alcanzado conocer el valor del magnífico atuendo con que podemos vestir el alma al comenzar la Misa.

Hermana, hermano que lees estas líneas, recibe con gozo y agradecimiento los magníficos vestidos que María te alcanza, para participar de la Cena del Señor. Ellos irán purificando tu alma para recibir al más ilustre de los huéspedes: Jesucristo.

Fuente: autorescatolicos.org