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Retorno a los brazos de María.
Jaume Aymar Ragolta
Jesús en la parábola del
hijo pródigo nos habla de un padre que perdona. Un padre que es capaz de
salir al encuentro de su hijo y sin pedirle explicaciones, de abrazarle y de
vestirlo de fiesta y de entrarle al banquete.
Sabemos que esa es una bella imagen de Dios Padre. Podemos decir que ese
padre paciente, que espera el retorno de su hijo, nos habla de la paciencia
infinita de Dios. Dios nos espera porque tiene puesta su esperanza en
nosotros. Espera que al fin, fruto de nuestra libertad responsable volvamos
de nuevo a Él.
Pero existe otra hermosa imagen de la esperanza divina. Esa imagen es,
precisamente, María. El Sábado Santo, cuando casi todos se habían
dispersado, ella fue la única que mantuvo una claraesperanza. Esperaba que
Jesús volviera. Esperaba abrazarle de nuevo, tenerle junto a ella, volver a
escuchar su voz. Esperaba serena la gran fiesta del re-encuentro. Jesús,
libre de todo pecado, inocente, había sido arrebatado de los suyos y clavado
en una cruz. Ahora volvía glorioso, trascendido, a compartir con ellos la
mesa, la palabra y la alegría inmensa de dejarse ver de nuevo por los
hermanos.
Su presencia sola era capaz de colmar todas las esperanzas. La esperanza de
María es pues como un destello nítido de la esperanza de Dios que nos
aguarda ya libres de pecado, siendo ya unos con Cristo resucitado para
llevarnos al banquete que no tendrá fin. Si nuestro retorno muchas veces se
asemeja al del Hijo Pródigo, está llamado a ser tan pleno como el retorno de
Cristo en brazos de María y de los suyos.
Fuente:
claraesperanza.trimilenio.net
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