|
La clara esperanza de María
Editorial
Fue un viernes cuando
murió Jesús en la cruz y, después de desclavarlo, fue enterrado. Todo
indicaba que la aventura mesiánica había concluido. Los apóstoles se habían
dispersado y la tristeza embargaba a las mujeres que le habían seguido
incluso al pie del calvario. Sin embargo, al domingo siguiente, desde muy
temprano, comienzan a darse señas de su presencia resucitada. La primera nos
la cuenta el Evangelio de san Juan: “El primer día después del sábado, María
Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio
que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida.” (Jn,
20,1).
¿Qué sucede durante aquel sábado? Las escrituras guardan silencio al
respecto, quizás como eco de aquel silencio que vivían los que habían
rodeado a Jesús hasta entonces. También el Evangelio de Juan menciona que
los apóstoles estaban reunidos a puerta cerrada y temerosos “el día
siguiente al sábado”.
¿Un silencio que evocaba desesperanza, desazón, miedo? Posiblemente sí, ya
que los encuentros que se van reseñando después son sorpresivos, de un
tránsito de la duda a la fe. Una fe que nace de haber visto, palpado,
escuchado.
¿Y qué fue de María, la madre de Dios, después de que Jesús al verla al pie
de la cruz y junto a ella al discípulo que más quería, le dijera: «Mujer,
ahí tienes a tu hijo.»? Santa Teresa de Jesús, en sus Cuentas de conciencia
habla de una revelación al respecto: “Díjome que en resucitando, había visto
a nuestra Señora”.
Después de cerrar el sepulcro, María conservaba la esperanza en todo aquello
que había vivido junto a su Hijo, desde el anuncio del ángel, hacía más de
30 años, hasta ese día. Un corte tan tajante en los acontecimientos que se
venían suscitando no podía ser el fin. Tanta gente bebiendo de la palabra de
Dios no podía quedar como ovejas sin pastor. El anuncio del Reino no era una
mera utopía. Esa muerte no había sido en vano.
La esperanza de María era una esperanza clara, serena, silenciosa. Quizás no
sabía lo que vendría después: aquellas presencias de Jesús entre los
discípulos y amigos, su ascensión, aquel Pentecostés que los impulsaría a
todos a continuar con la proclamación de la Buena Nueva… No sabemos lo que
pasó por el corazón de María aquel Sábado Santo, pero sin duda no fue
desesperanza. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, probablemente con estas
palabras Jesús le encomendaba a su madre que acogiera la tarea
evangelizadora comenzada por Él.
Fuente:
claraesperanza.trimilenio.net
|
|